Vienen los tres Reyes magos del oriente y adoran al
Verbo humanado en Belén.
552. Los tres Reyes magos que vinieron en busca del
Niño Dios recién nacido eran naturales de la Persia
[Iran], Arabia y Sabbá [Yemen] (Sal 71, 10), partes
orientales de Palestina. Y su venida profetizaron
señaladamente el Santo Rey David, y antes de él Balaán,
cuando por voluntad divina bendijo al pueblo de Israel,
habiéndole conducido el rey Balaac de los moabitas para
que le maldijese (Num 23-24). Entre estas bendiciones
dijo Balaán que vería al rey Cristo, aunque no luego, y
que le miraría, aunque no muy cerca (Num 24, 17);
porque no lo vio por sí sino por los Magos sus descendientes,
ni fue luego sino después de muchos siglos. Dijo
también que nacería una estrella de Jacob (Num 24, 17),
porque sería para señalar al que nacía para reinar
eternamente en la casa de Jacob (Lc 1, 32).
553. Eran estos tres Santos Reyes muy sabios en las ciencias naturales y leídos en las Escrituras del pueblo de
Dios, y por su mucha ciencia fueron llamados Magos. Y
por las noticias de las Escrituras y conferencias con
algunos de los hebreos, llegaron a tener alguna creencia
de la venida del Mesías que aquel pueblo esperaba. Eran
a más de esto hombres rectos, verdaderos y de gran
justicia en el gobierno de sus estados; que como no eran
tan dilatados como los reinos de estos tiempos, los
gobernaban con facilidad por sí mismos y administraban
justicia como reyes sabios y prudentes; porque éste es el
oficio legítimo del rey, y para eso dice el Espíritu Santo
que tiene Dios su corazón en las manos (Prov 21, 1), para
encaminarle como las divisiones de las aguas a lo que
fuere su santa voluntad. Tenían también corazones
grandes y magnánimos, sin la avaricia ni codicia, que
tanto los oprime y envilece y apoca los ánimos de los
príncipes. Y por estar vecinos en los estados estos Magos
y no lejos unos de otros, se conocían y comunicaban en
las virtudes morales que tenían y en las ciencias que
profesaban, y se noticiaban de cosas mayores y
superiores que alcanzaban; en todo eran amigos y
correspondientes fidelísimos.
554. Ya queda dicho en el capítulo 11, núm. 492, cómo
la misma noche que nació el Verbo humanado fueron
avisados de su natividad temporal por ministerio de los
Santos Ángeles. Y sucedió en esta forma: que uno de los
custodios de nuestra Reina, superior a los que tenían
aquellos tres Reyes, fue enviado desde el portal, y como
superior ilustró a los tres Ángeles de los Reyes,
declarándoles la voluntad y legacía del Señor, para que
ellos, cada uno a su encomendado, manifestase el
misterio de la encarnación y nacimiento de Cristo
nuestro Redentor. Luego los tres Ángeles hablaron en
sueños, cada cual al Mago que le tocaba, en una misma
hora. Y éste es el orden común de las revelaciones
angélicas, pasar del Señor a las almas por el de los
mismos Ángeles. Fue esta ilustración de los Reyes muy copiosa y clara de los misterios de la encarnación,
porque fueron informados cómo era nacido el Rey de los
Judíos, Dios y hombre verdadero, que era el Mesías y
Redentor que esperaban, el que estaba prometido en sus
Escrituras y profecías, y que les sería dada para buscarle
aquella estrella que Balaán había profetizado. Entendieron
también los tres Reyes, cada uno por sí, cómo se
daba este aviso a los otros dos, y que no era beneficio ni
maravilla para quedarse ociosa, sino que obrasen a la luz
divina lo que ella les enseñaba. Fueron elevados y
encendidos en grande amor y deseos de conocer a Dios
hecho hombre, adorarle por su Criador y Redentor y
servirle con más alta perfección, ayudándoles para todo
esto las excelentes virtudes morales que habían
adquirido, porque con ellas estaban bien dispuestos para
recibir la luz divina.
555. Después de esta revelación del cielo, que tuvieron
los tres Santos Reyes Magos en sueño, salieron de él y
luego se postraron a una misma hora en tierra y pegados
con el polvo adoraron en espíritu al ser de Dios
inmutable. Engrandecieron su misericordia y bondad
infinita, por haber tomado el Verbo divino carne humana
de una Virgen para redimir al mundo y dar salud eterna a
los hombres. Luego todos tres, gobernados singularmente
con un mismo espíritu, determinaron partir sin dilación a
Judea en busca del niño Dios, para adorarle. Previnieron
los tres dones que llevarle, oro, incienso y mirra en igual
cantidad, porque en todo eran guiados con misterio, y
sin haberse comunicado fueron uniformes en las
disposiciones y determinaciones. Y para partir con
presteza a la ligera, prepararon el mismo día lo
necesario de camellos, recámara y criados para el viaje.
Y sin atender a la novedad que causaría en el pueblo, ni
que iban a reino extraño y con poca autoridad ni aparato,
sin llevar noticia cierta de lugar ni señas para conocer al
niño, determinaron con fervoroso celo y ardiente amor partir luego a buscarle.
556. Al mismo tiempo, el Santo Ángel que fue desde
Belén a los Reyes formó de la materia del aire una
estrella refulgentísima, aunque no de tanta magnitud
como las del firmamento, porque ésta no subió más alta
que pedía el fin de su formación y quedó en la región
aérea para encaminar y guiar a los santos Reyes hasta el
portal donde estaba el Niño Dios. Pero era de claridad
nueva y diferente que la del sol y de las otras estrellas, y
con su luz hermosísima alumbraba de noche, como
antorcha lucidísima, y de día se manifestaba entre el
resplandor del sol con extraordinaria actividad. Al salir
de su casa cada uno de estos Reyes, aunque de lugares
diferentes, vieron la nueva estrella (Mt 2, 2), siendo ella
una sola; porque fue colocada en tal distancia y altura
que a todos tres pudo ser patente a un mismo tiempo. Y
encaminándose todos tres hacia donde los convidaba la
milagrosa estrella, se juntaron brevemente; y luego se
les acercó mucho más, bajando y descendiendo multitud
de grados en la región del aire, con que gozaban más
inmediatamente de su refulgencia. Y confirieron juntos
las revelaciones que habían tenido y los intentos que
cada uno llevaba, que eran uno mismo. Y en esta
conferencia se encendieron más en la devoción y deseos
de adorar al Niño Dios recién nacido. Quedaron
admirados y magnificando al Todopoderoso en sus obras
y encumbrados misterios.
557. Prosiguieron los Magos sus jornadas, encaminados
de la estrella, sin perderla de vista hasta que llegaron a
Jerusalén; y así por esto como porque aquella gran
ciudad era la cabeza y metrópoli de los judíos,
sospecharon que ella sería la patria donde había nacido
su legítimo y verdadero Rey. Entraron por la ciudad,
preguntando públicamente por él, y diciendo (Mt 2, 1ss):
¿A dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque en el oriente hemos visto su estrella que manifiesta su
nacimiento y venimos a verle y adorarle.—Llegó esta novedad
a los oídos de Herodes, que a la sazón, aunque
injustamente, reinaba en Judea y vivía en Jerusalén; y
sobresaltado el inicuo Rey con oír que había nacido otro
más legítimo, se turbó y escandalizó mucho, y con él toda
la ciudad se alteró; unos por lisonjearle y otros por el
temor de la novedad. Y luego, como San Mateo refiere
(Mt 2, 1ss), mandó Herodes hacer junta de los príncipes
de los sacerdotes y escribas, y les preguntó dónde había
de nacer Cristo, a quien ellos, según sus profecías y
escrituras, esperaban. Respondiéronle que, según el vaticinio
de un profeta, que es Miqueas (Miq 5,2), había de
nacer en Belén, porque dejó escrito que de ella saldría el
Gobernador que había de regir el pueblo de Israel.
558. Informado Herodes del lugar del nacimiento del
nuevo Rey de Israel y meditando desde luego
dolosamente destruirle, despidió a los sacerdotes y llamó
secretamente a los Santos Reyes Magos para informarse
del tiempo que habían visto la estrella pregonera de su
nacimiento. Y como ellos con sinceridad se lo
manifestasen, los remitió a Belén, y les dijo, con
disimulada malicia: Id y preguntad por el infante, y en
hallándole me daréis luego aviso, para que yo también
vaya a reconocerle y adorarle.—Partieron los Magos,
quedando el hipócrita rey mal seguro y congojado con
señales tan infalibles de haber nacido en el mundo el
Señor legítimo de los judíos. Y aunque pudiera sosegarle
en la posesión de su grandeza el saber que no podía
reinar tan prestó un niño recién nacido, pero es tan débil
y engañosa la prosperidad humana, que sólo un infante
la derriba, y un amago, aunque sea de lejos, y sólo
imaginarlo impide todo el consuelo y gusto que
engañosamente ofrece a quien la tiene.
559. En saliendo los Magos de Jerusalén, hallaron la estrella que a la entrada habían perdido y con su luz
llegaron a Belén y al portal del nacimiento, sobre el cual
detuvo su curso y se inclinó entrando por la puerta y
menguando su forma corporal, hasta ponerse sobre la
cabeza del infante Jesús, no paró, y le bañó todo con su
luz, y luego se deshizo y resolvió la materia de que se
formó primero. Estaba ya nuestra gran Reina prevenida
por el Señor de la llegada de los Santos Reyes, y cuando
entendió que estaban cerca del portal, dio noticia de ello
al santo esposo José, no para que se apartase, sino para
que asistiese a su lado, como lo hizo. Y aunque el texto
sagrado del evangelio no lo dice, porque esto no era
necesario para el misterio, como tampoco otras cosas
que dejaron los evangelistas en silencio, pero es cierto
que el santo José estuvo presente cuando los Reyes
adoraron al infante Jesús. Y no era necesario cautelar
esto, porque los Magos venían ya ilustrados de que la
Madre del recién nacido era Virgen y él Dios verdadero y
no hijo de San José. Ni Dios trajera a los Santos Reyes
para que le adorasen y, por no estar catequizados,
faltasen en cosa tan esencial como juzgarle por hijo de
José y de madre no virgen; de todo venían ilustrados y
sintiendo altísimamente de lo perteneciente a tan
magníficos y encumbrados sacramentos.
560. Aguardaba la divina Madre con el infante Dios en
sus brazos a los devotos y piadosos Reyes, y estaba con
incomparable modestia y hermosura, descubriendo entre
la humilde pobreza indicios de majestad más que
humana, con algo de resplandor en el rostro. El niño le
tenía mucho mayor y derramaba grande refulgencia de
luz, con que estaba toda aquella caverna hecha cielo.
Entraron en ella los tres Santos Reyes orientales y a la
vista primera del Hijo y de la Madre quedaron por gran
rato admirados y suspensos. Postráronse en tierra y en
esta postura reverenciaron y adoraron al infante, reconociéndole
por verdadero Dios y hombre y reparador del linaje humano. Y con el poder divino y vista y presencia
del dulcísimo Jesús, fueron de nuevo ilustrados
interiormente. Conocieron la multitud de espíritus
angélicos que, como siervos y ministros del gran Rey de
los reyes y Señor de los señores (Ap 19,16), asistían con
temblor y reverencia. Levantáronse en pie y luego dieron
la enhorabuena a su Reina y nuestra de ser Madre del
Hijo del eterno Padre, y llegaron a darle reverencia,
hincadas las rodillas. Pidiéronle la mano para besársela,
como en sus reinos se acostumbraba con las reinas. La
prudentísima Señora retiró la suya y ofreció la del
Redentor del mundo, y dijo: Mi espíritu se alegró en el
Señor y mi alma le bendice y alaba; porque entre todas
las naciones os llamó y eligió, para que con vuestros ojos
lleguéis a ver y conocer lo que muchos reyes y profetas
desearon (Lc 10,24) y no lo consiguieron, que es al eterno
Verbo encarnado y humanado. Magnifiquemos y
alabemos su nombre por los sacramentos y misericordias
que usa con su pueblo, besemos la tierra que santifica
con su real presencia.
561. Con estas razones de María santísima se humillaron
de nuevo los tres Reyes, adorando al infante Jesús, y
reconocieron el beneficio grande de haberles nacido tan
temprano el Sol de Justicia, para ilustrar sus tinieblas.
Hecho esto, hablaron al santo esposo José,
engrandeciendo su felicidad de ser esposo de la Madre
del mismo Dios, y por ella le dieron la enhorabuena,
admirados y compadecidos de tanta pobreza y que en
ella se encerrasen los mayores misterios del cielo y
tierra. Pasaron en estas cosas tres horas, y los Reyes
pidieron licencia a María santísima para ir a la ciudad a
tomar posada, por no haber lugar para detenerse en la
cueva y estar en ella. Seguíanlos alguna gente, pero
solos los Magos participaron los efectos de la luz y de la
gracia. Los demás, que sólo paraban y atendían a lo
exterior y miraban el estado pobre y despreciable de la Madre y de su esposo, aunque tuvieron alguna
admiración de la novedad, no conocieron el misterio.
Despidiéronse y fuéronse los Reyes, y quedaron María y
José con el infante solos, dando gloria a Su Majestad con
nuevos cánticos de alabanza, porque su nombre comenzaba
a ser conocido y adorado de las gentes. Lo
demás que hicieron los Reyes, diré en el capítulo
siguiente.
Doctrina que me dio la Reina del cielo.
562. Hija mía, en los sucesos que contiene este capítulo,
había gran fundamento para enseñar a los reyes y
príncipes, y a los demás hijos de la Iglesia Santa, en la
pronta devoción y humildad de los Magos, para imitarla,
y en la dureza inicua de Herodes, para temerla; porque
cada uno cogió el fruto de sus obras. Los Reyes, de las
muchas virtudes y justicia que guardaban, y Herodes, de
su ciega ambición y soberbia, con que injustamente
reinaba, y de otros pecados en que le despeñó su
inclinación sin rienda ni moderación. Pero basta esto
para los que viven en el mundo, y las demás doctrinas
que tienen en la Santa Iglesia; para ti debes aplicar la
enseñanza de lo que has escrito, advirtiendo que toda la
perfección de la vida cristiana se ha de fundar en las
verdades católicas y en el conocimiento de ellas
constante y firme, como lo enseña la santa fe de la
Iglesia. Y para más imprimirlas en tu corazón, te has de
aprovechar de todo lo que leyeres y oyeres de las divinas
Escrituras y de otros libros devotos y doctrinales de las
virtudes. Y a esta fe santa ha de seguir la ejecución de
ellas, con abundancia de todas las buenas obras,
esperando siempre la visitación y venida (Tit 2,13) del
Altísimo.
563. Con esta disposición estará tu voluntad pronta,
como yo la quiero, para que en ti halle la del Todopoderoso la suavidad y rendimiento necesario para
no tener resistencia a lo que te manifestare, sino que en
conociéndolo lo ejecutes, sin otros respetos de criaturas.
Y te ofrezco que, si lo hicieres como debes, yo seré tu
estrella y te guiaré por las sendas del Señor (Prov 4,11),
para que con velocidad camines hasta ver y gozar en
Sión (Sal 83, 8) de la cara de tu Dios y sumo bien. En esta
doctrina, y en lo que sucedió a los devotos Reyes del
oriente, se encierra una verdad esencialísima para la
salvación de las almas; pero conocida de muy pocas y
advertida de menos: esto es, que las inspiraciones y
llamamientos que envía Dios a las criaturas regularmente
tienen este orden: que las primeras mueven a obrar
algunas virtudes, y si a éstas responde el alma, envía el
Altísimo otras mayores para obrar más excelentemente, y
aprovechándose de unas se dispone para otras y recibe
nuevos y mayores auxilios; y por este orden van creciendo
los favores del Señor, según la criatura va
correspondiendo a ellos. De donde entenderás dos cosas:
la una, cuan grave daño es despreciar las obras de
cualquiera virtud y no ejecutarlas según las divinas
inspiraciones dictan; la segunda, que muchas veces daría
Dios grandes auxilios a las almas, si ellas comenzasen a
responder con los menores; porque está aparejado y
como esperando que le den lugar, para obrar según la
equidad de sus juicios y justicia, y porque desprecian
este orden y proceder de sus vocaciones, suspende el
corriente de su divinidad y no concede lo que él desea y
las almas habían de recibir, si no pusieran óbice e
impedimento, y por esto van de un abismo en otro (Sal 41,
8).
564. Los Magos y Herodes llevaron encontrados
caminos; que los unos correspondieron con buenas obras
a los primeros auxilios e inspiraciones, y así se
dispusieron con muchas virtudes para ser llamados y
traídos por la revelación divina al conocimiento de los misterios de la encarnación, nacimiento del Verbo divino
y redención del linaje humano, y de esta felicidad a la de
ser santos y perfectos en el camino del cielo. Por el
contrario le sucedió a Herodes, que su dureza y
desprecio que hizo de obrar bien con los auxilios del
Señor, le trajo a tan desmedida soberbia y ambición, y
estos vicios le arrastraron hasta el último precipicio de
crueldad, intentando quitar la vida, primero que otro
alguno de los hombres, al Redentor del mundo, y fingirse
para esto piadoso y devoto con simulada piedad, y reventando
su furiosa indignación y por encontrarle, quitó
la vida a los niños inocentes para que no se frustrasen sus
dañados y perversos intentos.
Vuelven los Reyes magos por segunda vez a ver y
adorar al infante Jesús, ofrécenle sus dones y despedidos
toman otro camino para sus tierras.
565. Del portal del nacimiento, a donde los tres Reyes
entraron vía recta desde su camino, se fueron a
descansar a la posada dentro de la ciudad de Belén; y
retirándose aquella noche a un aposento a solas,
estuvieron grande espacio de tiempo, con abundancia de
lágrimas y suspiros, confiriendo lo que habían visto y los
efectos que a cada uno había causado y lo que habían
notado en el Niño Dios y en su Madre santísima. Con esta
conferencia se inflamaron más en el amor divino,
admirándose de la majestad y resplandor del infante
Jesús, de la prudencia, severidad y pudor divino de la
Madre, de la santidad del esposo San José y de la
pobreza de todos tres, de la humildad del lugar donde
había querido nacer el Señor de tierra y cielo. Sentían los
devotos Reyes la llama del divino incendio que abrasaba
sus piadosos corazones, y sin poderse contener rompían
en razones de gran dulzura y acciones de mucha veneración y amor. Decían: ¿Qué fuego es éste que
sentimos? ¿Qué eficacia la de este gran Rey, que nos
mueve a tales deseos y afectos? ¿Qué haremos para
tratar con los hombres? ¿Cómo pondremos modo y tasa a
nuestros gemidos y suspiros? ¿Qué harán los que han
conocido tan oculto, nuevo y soberano misterio? ¡Oh
grandeza del Omnipotente escondida (Is 45,15) por los
hombres y disimulada en tanta pobreza! ¡Oh humildad
nunca imaginada de los mortales! ¡Quién os pudiera
traer a todos para que ninguno se privara de esta
felicidad!
566. Entre estas divinas conferencias se acordaron los
Magos de la estrecha necesidad que tenían Jesús, María
y José en su cueva y determinaron enviarles luego algún
regalo en que les mostrasen su caricia, y ellos diesen
aquel ensanche al afecto que tenían de servirlos,
mientras no podían hacer otra cosa. Remitiéronles con
sus criados muchos de los regalos que para ellos estaban
prevenidos y otros que buscaron. Recibiéronlos María
santísima y San José con humilde reconocimiento; y el
retorno fue, no gracias secas, como hacen los demás, sino
muchas bendiciones eficaces de consuelo espiritual para
los tres Reyes. Tuvo con este regalo nuestra gran Reina y
Señora con qué hacerles a sus ordinarios convidados, los
pobres, opulenta comida; que acostumbrados a sus
limosnas y más aficionados a la suavidad de sus
palabras, la visitaban y buscaban de ordinario. Los Reyes
se recogieron llenos de incomparable júbilo del Señor, y
en sueños los avisó el ángel de su jornada.
567. El día siguiente en amaneciendo volvieron a la
cueva del nacimiento, para ofrecer al Rey celestial los
dones que traían prevenidos. Llegaron y postrados en
tierra le adoraron con nueva y profundísima humildad, y
abriendo sus tesoros, como dice el evangelio (Mt 2, 11), le
ofrecieron oro, incienso y mirra. Hablaron con la divina Madre y le consultaron muchas dudas y negocios de los
que tocaban a los misterios de la fe y cosas
pertenecientes a sus conciencias y gobierno de sus
estados; porque deseaban volver de todo informados y
capaces para gobernarse santa y perfectamente en sus
obras. La gran Señora los oyó con sumo agrado, y cuando
la informaban confería con el infante en su interior todo
lo que había de responder y enseñar a aquellos nuevos
hijos de su ley santa. Y como maestra e instrumento de la
sabiduría divina respondió a todas las dudas que le
propusieron tan altamente, santificándolos y
enseñándoles de suerte que, admirados y atraídos de la
ciencia y suavidad de la Reina, no podían apartarse de
ella, y fue necesario que uno de los Ángeles del Señor les
dijese que era su voluntad y forzoso el volverse a sus
patrias. Y no es maravilla que esto les sucediese, porque
a las palabras de María santísima fueron ilustrados del
Espíritu Santo y llenos de ciencia infusa en todo lo que
preguntaron y en otras muchas materias.
568. Recibió la divina Madre los dones de los Reyes y
en su nombre los ofreció al infante Jesús. Y su Majestad
con agradable semblante mostró que los admitía y les dio
su bendición, de manera que los mismos Reyes lo vieron y
conocieron que la daba en retorno de los dones
ofrecidos, con abundancia de dones del cielo y más de
ciento por uno (Mt 19, 29). A la divina Princesa ofrecieron
algunas joyas, al uso de su patria, de gran valor, pero
esto, que no era de misterio ni pertenecía a él, se lo
volvió Su Alteza a los Reyes y sólo reservó los tres dones
de oro, incienso y mirra. Y para enviarlos más consolados,
les dio algunos paños de los que había envuelto al niño
Dios, porque ni tenía ni podía haber otras prendas
visibles con que enviarlos enriquecidos de su presencia.
Recibieron los tres Reyes estas reliquias con tanta
veneración y aprecio, que guarneciéndolas en oro y
piedras preciosas las guardaron. Y en testimonio de su grandeza derramaban tan fragancia de sí y daban
tan copioso olor, que se percibía casi de una legua de
distancia. Pero con esta calidad y diferencia, que sólo se
comunicaba a los que tenían fe de la venida de Dios al
mundo, y los demás incrédulos no participaron de este
favor, ni sentían la fragancia de las preciosas reliquias,
con las cuales hicieron grandes milagros en sus patrias.
569. Ofrecieron también los Reyes a la Madre del
dulcísimo Jesús servirla con sus haciendas y posesiones, y
que si no gustaba de ellas y quería vivir en aquel lugar
del nacimiento de su Hijo santísimo, le edificarían allí
casa para estar con más comodidad. Estos ofrecimientos
agradeció la prudentísima Madre sin admitirlos. Y para
despedirse de ella los Reyes, la rogaron con íntimo afecto
del corazón que jamás se olvidase de ellos, y así se lo
prometió y cumplió; y lo mismo pidieron a San José. Y con
la bendición de todos tres se despidieron con tal afecto y
ternura, que parecía dejaban allí sus corazones, en
lágrimas y suspiros convertidos. Tomaron otro camino
diferente, por no volver a Herodes por Jerusalén, que el
Ángel aquella noche les amonestó en sueños no lo
hiciesen. Y al partir de Belén fueron guiados por otro
camino, apareciéndoles la misma u otra estrella para
este intento, y los llevó hasta el lugar donde se habían
juntado y de allí cada uno volvió a su patria.
570. Lo restante de la vida de estos felicísimos Reyes fue
correspondiente a su divina vocación, porque en sus
estados vivieron y procedieron como discípulos de la
Maestra de la santidad, por cuya doctrina gobernaron
sus almas y sus reinos. Y con su ejemplo, vida y noticia
que dieron del Salvador del mundo, convirtieron gran
número de almas al conocimiento de Dios y camino de la
salvación. Y después de esto, llenos de días y
merecimientos, acabaron su carrera en santidad y
justicia, siendo favorecidos en vida y muerte de la Madre de misericordia. Despedidos los Reyes, quedaron la
divina Señora y San José en nuevos cánticos de alabanza
por las maravillas del Altísimo. Y conferíanlas con las
divinas Escrituras y profecías de los Patriarcas,
conociendo cómo se iban cumpliendo en el infante Jesús.
Pero la prudentísima Madre, que profundamente
penetraba estos altísimos sacramentos, lo conservaba
todo y lo confería consigo misma en su pecho (Lc 2, 19).
Los Santos Ángeles que asistían a estos misterios dieron
la enhorabuena a su Reina, de que fuese su Hijo santísimo
conocido, adorado por los hombres y Su Majestad
humanado, y le cantaron nuevos cánticos, magnificándole
por las misericordias que obraban con los hombres.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
571. Hija mía, grandes fueron los dones que ofrecieron los
Reyes a mi Hijo santísimo, pero mayor el afecto de amor
con que los daban y el misterio que significaban; por todo
esto le fueron muy aceptos y agradables a Su Majestad.
Esto quiero yo que tú le ofrezcas, dándole gracias porque
te hizo pobre en el estado y profesión; porque te aseguro,
amiga, que no hay para el Altísimo otro más precioso don
ni ofrenda que la pobreza voluntaria, pues son muy pocos
hoy en el mundo los que usan bien de las riquezas
temporales y que las ofrezcan a su Dios y Señor con la
largueza y afecto que estos Santos Reyes. Los pobres del
Señor, tanto número como hay, experimentan bien y
testifican cuan cruel y avarienta se ha hecho la
naturaleza humana, pues con haber tantos necesitados,
son tan pocos remediados de los ricos. Esta impiedad tan
descortés de los nombres ofende a los Ángeles y contrista
al Espíritu Santo, viendo a la nobleza de las almas tan
envilecida y abatida, sirviendo todos a la torpe codicia
del dinero con sus fuerzas y potencias. Y como si se
hubieran criado para sí solos las riquezas, así se las
apropian y las niegan a los pobres, sus hermanos de su misma carne y naturaleza; y al mismo Dios que las crió no
se las dan, siendo el que las conserva y puede darlas y
quitarlas a su voluntad. Y lo más lamentable es que,
cuando pueden los ricos comprar la vida eterna con la
hacienda (Lc 16 9), con ella misma granjean su perdición,
por usar de este beneficio del Señor como hombres
insensatos y estultos.
572. Este daño es general en los hijos de Adán, y por eso
es tan excelente y segura la voluntaria pobreza; pero en
ella, partiendo con alegría lo poco con el pobre, se hace
ofrenda grande al Señor de todos. Y tú puedes hacerla de
lo que te toca para tu sustento, dando una parte al pobre,
deseando remediar a todos, si con tu trabajo y sudor
fuera posible. Pero tu continua ofrenda ha de ser las
obras de amor, que es el oro, y la oración continua, que
es el incienso, y la tolerancia igual en los trabajos y
verdadera mortificación en todo, que es la mirra. Y lo que
obrares por el Señor, ofrécelo con fervoroso afecto y
prontitud, sin tibieza ni temor, porque las obras remisas o
muertas no son sacrificio aceptable a los ojos de Su
Majestad. Para ofrecer incesantemente estos dones de
tus propios actos es menester que la fe y la luz divina
esté siempre encendida en tu corazón, proponiéndote el
objeto a quien has de alabar, magnificar y el estímulo de
amor con que siempre estás obligada de la diestra del
Altísimo, para que no ceses en este dulce ejercicio, tan
propio de las esposas de Su Majestad, pues el título es
significación de amor y deuda de continuo afecto.
MISTICA CIUDAD DE DIOS
VIDA DE LA VIRGEN MARÍA
Venerable María de Jesús de Agreda
Libro IV, Cap. 16 y 17.