martes, 21 de febrero de 2017

LAS PUERTAS DEL INFIERNO



Laureano Benítez Grande-Caballero

Hay otras Españas, pero están en ésta. Y llegan hasta nosotros a través de portales ―«gates»― que se abren a otras dimensiones, a otros espacio-tiempos.

Un portal de estos se abrió hace poco en Valencia, en una calle céntrica, a las seis de la tarde, cuando un radikal podemita abordó a un sacerdote acribillándole a blasfemias, amenazándole con el candado de una moto, a la vez que le advertía de que nos fuéramos preparando los católicos ante lo que iba a venir.

Es ésta una de las típicas «puertas del infierno» ―«hellgates»― que se abren cada vez más por toda la geografía española, trayéndonos luciferinos coñosinsumisos, brujeriles madresnuestras, castradoras Femens, monjas violadas por titirietarras, pintadas satánicas en los muros de las iglesias, blasfemias con Hostias consagradas, robos en las iglesias, y toda clase de persecuciones a la Iglesia Católica. ¿De qué España viene todo esto?: pues de la España republicana del 31 al 39: Welcome to hell.

A través de esta siniestra puerta, nos llegan cada vez más sus descarnados zombies, sus milicias de colmillo retorcido sedientas de sangre católica, el insoportable hedor de su piromanía quemaconventos, las momias católicas profanadas, el pestilente olor sulfuroso del Señor que las dirige.

A partir del día del Alzamiento, en un período de tan sólo seis meses, cerca de 7000 miembros del clero fueron martirizados por los milicianos. En su obra «La persecución religiosa en España» (1961), Antonio Montero habla de 4.184 sacerdotes diocesanos ―incluidos 12 obispos y muchos seminaristas―, 2.365 religiosos y 283 monjas ―muchas de ellas previamente violadas―. El horror de estas matanzas puede comprenderse con un simple dato: en agosto de 1936 se mataba una media de 70 curas al día.

A estas cifras hay que añadir las víctimas laicas, con lo cual el resultado final se acerca a las 10.000.

Además de este holocausto, la persecución arrasó muchos edificios religiosos: en Valencia, 800 fueron totalmente arrasados, mientras que la destrucción parcial afectó a todos en ciudades como Almería, Tortosa, Ciudad Real, Barbastro, etc.

La tortura física y los tormentos de toda laya estuvieron presentes en buena parte de estos hechos, llevadas a cabo en las terribles «chekas» establecidas por la República.

Fue tal la magnitud del desastre, que el historiador de nuestra guerra Hugh Thomas afirmaba que «En ningún momento de la historia de Europa, y quizás incluso del mundo, se ha manifestado un odio tan apasionado contra la religión y todas sus obras».

Frente al tópico de que el causante de esas atrocidades eran elementos descontrolados, los estudios indican que contaban con una siniestra planificación, hasta el punto de que llegó a haber 200 comités de milicias y patrullas de control en Cataluña, que tenían sus centros de detención, y contaban con listas donde figuraban personas concretas a eliminar.

Jordi Albertí, catalanista y creyente, publicó un estudio sobre los primeros meses de la guerra civil en Cataluña, titulado «El silenci de les campanes». Según sus investigaciones, los asesinatos fueron planificados por los comunistas libertarios ―FAI y CNT―, contando con la complicidad de otros grupos izquierdistas

Joan Peiró ―ministro de Industria de la República en el gobierno de Largo Caballero― confesaba en 1936 ―en su libro «Perill a la retaguardia»― que no fueron solamente los anarquistas los autores de estas matanzas: «Todos los partidos, desde Estat Català al POUM, pasando por Esquerra Republicana y el Partido Socialista Obrero catalán, han dado un contingente de ladrones y asesinos, por lo menos igual al de la CNT y la FAI».

Todas las investigaciones apuntan a que la zona más castigada por el holocausto rojo fue Valencia ―¡qué casualidad!: hoy en día es la ciudad de España donde más se persiguen las manifestaciones católicas debido a su militante espíritu laicista― seguida de Cataluña, donde fueron asesinados cuatro obispos, y donde hubo ciudades donde se asesinó a más de 50% del clero ―por ejemplo, en Lérida ese porcentaje fue el 65%, y en Tortosa el 62%―.

Al igual que ocurrió durante la persecución del año 1931, las autoridades republicanas dejaron hacer a milicianos y anarquistas.

Las precisión casi quirúrgica de esta barbarie fue tal, que Andreu Nin ―jefe del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista)― llegó decir que «el problema de la Iglesia nosotros lo hemos resuelto totalmente, yendo a la raíz: hemos suprimido los sacerdotes, las iglesias y el culto».

Las masacres llegaron a tal grado de paroxismo, que cuando el gobierno republicano afirma ―el 25 mayo 1937― que debe haber libertad de culto, «Solidaridad Obrera» se ríe de esta medida, diciendo: «¿Libertad de culto? ¿Que se puede volver a decir misa? Por lo que respecta a Madrid y Barcelona, no sabemos donde se podrá hacer esa clase de pantomimas: no hay un templo en pie ni un altar donde colocar un cáliz».

En varias ocasiones ―ya desde un temprano 1 de julio de 1937, pasando por los documentos «Constructores de la Paz» de 1986, y «la fidelidad de Dios dura siempre», de 1999― la Iglesia ha concedido el perdón a todos los que colaboraron por activa o por pasiva en esa espantosa persecución. Sin embargo, ninguna de las organizaciones implicadas en la persecución ha pedido perdón hasta el día de hoy.

Ningún gobierno español ―ni de derechas ni de izquierdas―, ha hecho nada por homenajear a los mártires católicos de aquellos días, para recuperar su memoria y exigir las debidas indemnizaciones a los descendientes de aquellos responsables. Si se habla de memoria histórica, que sea para todos, y no sólo para los verdugos.

Sin embargo, frente a esta patética cobardía de la derecha en reivindicar la memoria de las víctimas de las persecuciones anticatólicas en la España republicana, los conservadores no tuvieron inconveniente en aprobar las proposiciones de homenaje a la masonería que tuvieron lugar en el Parlament de Cataluña el 25 abril del año 2001, elogiando «su lucha en favor de las libertades». El texto subraya la consideración del Parlament hacia «aquellas obediencias masónicas que a lo largo de la historia reciente han sido agraviadas injustamente».

Incluso se da el caso de que los conservadores también han aprobado en algunas Comunidades Autónomas mociones para reivindicar la memoria de los maquis, llegando incluso a proponer que se reconozca a los miembros de este colectivo su tiempo de permanencia en la guerrilla a efectos de cómputo de las pensiones.

Es un hecho sabido que el 40% de los miembros de las Cortes constituyentes de la Segunda República pertenecían a alguna logia masónica, a la cual también pertenecían también 14 consejeros de la Generalitat, incluido su presidente, Luís Companys, que se inhibió en la represión de las persecuciones anticatólicas.

Es de suponer que la masonería tuvo mucho que ver en las masacres, pues uno de sus principios ideológicos fundamentales es combatir a la Iglesia Católica, y es un hecho comprobado que se infiltra especialmente en los partidos de izquierda, últimos responsable del holocausto católico durante la Segunda República.

Con lo cual, no sólo no se reivindica la memoria de las víctimas de las persecuciones, sino que se homenajea a colectivos que han tenido arte y parte en ellas.

Y es que en España padecemos una endémica falta de un partido verdaderamente de derechas, que no duerma con sus enemigos, que no abdique de sus principios ideológicos, que defienda los valores conservadores que definen a su electorado, que no sea tan cobarde como para pedir perdón por existir, por no compartir la ideología de pensamiento único que nos quiere imponer el globalismo.

De no ser así, en España siempre tendremos abierta la puerta hacia otro infierno, que explicó magistralmente Clint Eastwood en una película, titulada «Infierno de cobardes».