miércoles, 30 de enero de 2019

SOBRE MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE


Eduardo Sebastian Gutiérrez 

Que se vive en un estado de crisis permanente en el catolicismo, en donde cada vez es más notorio el completo distanciamiento de la iglesia oficial con la Tradición, es de una evidencia tal, que ni siquiera ya es discutido por la propia jerarquía, la cual sostiene que después del Concilio Vaticano II, la iglesia, es otra. Efectivamente, lo es y en todos los aspectos que se deseen considerar, porque representa en su conjunto, un algo nuevo y contrapuesto a la Tradición de la Iglesia.

Casi dos mil años de ferviente labor de apostolado, estudio, costumbres y cultura, que se fueron enriqueciendo con el aporte y el sacrificio de miles de Santos, guardados celosamente de generación en generación, en una trampa ideada y ejecutada desde la sombra por los conspiradores, con partícipes dentro del clero y de la jerarquía, a los que se sumaron pontífices modernistas, confluyeron en el llamado a un Concilio, en el cual no se habría de definir ningún dogma, ni realizar condena alguna sobre los errores gravísimos de la época, sino abrir las puertas y dar visos de legalidad, a la suma de doctrinas previamente condenadas por diferentes Papas, surgiendo como colectora de todas, el modernismo.

Al proceso sedicioso se le opusieron más de 250 padres conciliares, Obispos y Cardenales, que vieron en la maniobra, la confluencia de intereses disímiles en sus actividades, pero idénticos en sus fines.
Como una de las tantas consecuencias, surgieron en los años siguientes entre los asistentes que habían resistido los embates de los modernistas durante el CVII, tres posiciones claras.

En primer lugar, quienes renunciando a lo que hasta el día anterior sostuvieron, tiraron todo por la borda, y aceptando las nuevas reglas, se sumaron al cambio y a la iglesia nueva; en segundo lugar, los que viendo con desagrado al CVII y a los innovadores, mantuvieron una aceptación parcial de las novedades, y, construyendo una mezcla entre Modernismo con partes de la Tradición, loca mezcla, indiscutible amasijo, permanecieron bajo la autoridad de la nueva jerarquía modernista, quedándose en una posición intermedia e intentando tranquilizar sus conciencias ante la evidente anomalía; y en tercer lugar, quienes rechazaron de plano las novedades, el modernismo. Se hizo presente por un breve tiempo, una cuarta posición, y tuvo una importancia cierta, pues sumó a varias figuras destacadas y de edad promedio sexagenarias.

Es claro que la formación de éstos estaba constituida substancialmente por la Tradición Católica, coincidiendo por ello en los fundamentos con quienes rechazaron de plano al CVII, pero que, a diferencia con éstos, la decisiva influencia de la obediencia a Roma, al Papado, de quienes nunca recibieron por respuesta que Roma les diera la espalda, demoró el desenlace obvio que habría de darse con posterioridad.

Si bien no fueron muchos, la mayoría eran Obispos que tenían funciones dentro de la alta jerarquía y que las ejercían con cierta antigüedad, junto a Laicos de reconocida seriedad intelectual. Esto significaba un trato más cercano con el Santo Padre, al cual pocos accedían, lo que reforzaba el sentido de la pertenencia, y producir la ruptura con el Papado, no era una cuestión de simple arrojo u atrevimiento, no se trataba de un trámite de resolución inmediata, máxime cuando eran la representación de la autoridad romana para todo un vasto territorio o continente ….. ¡eran la voz del Papa en ese lugar!

Pero como la herejía modernista es de suyo evolucionista, vale decir, profundiza y amplía sus errores hasta llegar al fin buscado por el propio satanismo, que no es otro que “destruir totalmente, si les fuera posible, el reino de Jesucristo”, (Encíclica Pascendi), al ir mostrando su verdadero rostro, puso término a esta posición, y quienes la sostuvieron a regañadientes, al ver con mayor claridad la imposibilidad de conseguir un cambio o vuelta de rumbo de esa Roma, ya no más la Roma que levantaba la Bandera de Cristo Rey y causa efectiva de sus ardientes vocaciones de juventud, señalaron la apostasía y hasta incluso la posibilidad cierta que la Silla de Pedro haya sido usurpada.

De este modo, las dos posiciones últimas, se hicieron una.
Ciertamente es una situación sin igual en toda la Historia de la Iglesia, que se asemeja a los tiempos del arrianismo, pero que, sin embargo, el Modernismo lo supera con creces, pues abarca a todos los aspectos relativos al catolicismo, siendo muy superior en alcances y perfidia. Es que el Modernismo es la herejía de las herejías. Misterio de Iniquidad, que únicamente en la economía de Dios, en los Planes de Dios, tiene su significación.

Consideraremos en pocas palabras, la obra de un Obispo, que sin duda perteneció a una de las dos posiciones últimas, o a las dos. Nos referimos Mons. Lefebvre, de quien aún hoy en día se sigue discutiendo, y algunos sostienen un sin número de inexactitudes.
Breve reseña de su vida.

Marcel Lefebvre, nació el 29 de noviembre de 1905 en la ciudad de Tourcoing, al norte de Francia, y fue el tercero de ocho hijos y creció bajo la mirada de sus devotos padres católicos, René y Gabrielle, que tenían una fábrica local de textiles.

Seminario y Ordenación:
Atraído por el sacerdocio desde su juventud, siguió los consejos de su padre y entró en el Seminario Francés de Roma a la edad de dieciocho años. Seis años más tarde, 1929, fue ordenado sacerdote y poco después terminó su doctorado en teología y comenzó el trabajo pastoral en la diócesis de Lille (norte de Francia).

El hermano mayor del P. Lefebvre, un misionero de la congregación de los Padres del Espíritu Santo, instó al nuevo sacerdote a unírsele en Gabón (África). El P. Lefebvre accedió finalmente y se unió temporalmente a los Padres del Espíritu Santo en 1932. Fue enviado enseguida a Gabón, primero como profesor del seminario, y pronto fue ascendido a rector. Después de tres años de difícil trabajo de misionero, decidió, no obstante, comprometerse permanentemente con la obra de las misiones: hizo los votos perpetuos con los Padres del Espíritu Santo.

Delegado Apostólico para el África Francesa:
Después de aquellos primeros años, se le confiaron responsabilidades cada vez más importantes. Fue llamado de regreso a Francia y nombrado rector de un seminario en Mortain. Más tarde el Papa Pío XII lo designó como Vicario Apostólico de Dakar y, por consiguiente, fue consagrado obispo. Al año siguiente, en 1948, el papa honró aún más a Monseñor Lefebvre, nombrándolo Delegado Apostólico para el África Francesa y otorgándole el título de Arzobispo.

Superior de los Padres del Espíritu Santo:
El papa Juan XXIII, lo mismo que su predecesor, consideró que los conocimientos teológicos de Monseñor Lefebvre y su experiencia en las misiones y en la docencia eran de una calidad única y excepcional. Por consiguiente, lo designó como miembro de la Comisión Preparatoria del Concilio Vaticano II, un cuerpo encargado de establecer la agenda para el Concilio. Los Padres del Espíritu Santo también estaban muy impresionados con el trabajo del arzobispo y en su Capítulo General de 1962 lo eligieron como Superior General.

Concilio Vaticano II:
Monseñor Lefebvre estaba en la cúspide de su carrera. Sin embargo, el Vaticano II le resultaría una amarga decepción. La mayor parte de los textos que él había ayudado a preparar para el concilio fueron rechazados por completo y fueron sustituidos por versiones nuevas, más liberales y modernas.
Como respuesta, el arzobispo, junto con otros prelados confundidos, formó un grupo conservador y reaccionario, llamado Coetus Internationalis Patrum, que presidió él mismo. Este grupo se opuso principalmente a la introducción de tendencias modernistas en los textos del Concilio.

En última instancia, el Coetus no tuvo ningún éxito en contrarrestar las reformas modernistas y Monseñor Lefebvre salió del Concilio con el corazón roto. Además, los Padres del Espíritu Santo, disconformes con el liderazgo conservador de Monseñor, lo obligaron, en pocas palabras, a renunciar como su Superior General en el Capítulo General de 1968. Marcel Lefebvre ya tenía sesenta y tres años de edad y, después de una vida al servicio a la Iglesia, había pensado retirarse.

Fundación de la FSSPX:
Aquí la vida del arzobispo se enlaza con la de la FSSPX. Para atender las reiteradas peticiones de varios jóvenes que estaban buscando una formación sacerdotal tradicional, Monseñor Lefebvre abrió un nuevo seminario en Ecône, Suiza. El obispo ordinario local, Monseñor François Charrière, dio su bendición para este trabajo, y el 1º de noviembre de 1970 nació la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.

Durante el Concilio Vaticano II, Marcel Lefebvre trabó una gran amistad con Antonio de Castro Mayer, obispo de Campos (Brasil). Ambos compartían ideas en las diversas funciones del Coetus y se mantuvieron en contacto mucho tiempo después de concluido el concilio. Ambos se negaron a aplicar las enseñanzas modernistas del Concilio Vaticano II y en 1983 escribieron conjuntamente una carta abierta al papa Juan Pablo II, lamentando la cantidad de errores de los que Roma parecía estar contaminada. Cuando Monseñor Lefebvre consagró cuatro nuevos obispos en 1988, Monseñor de Castro Mayer asistió como coconsagrante.

Cuando se entregan y se reciben;
Monseñor Lefebvre, después de guiar a la FSSPX por más de veinte años, falleció el 25 de marzo de 1991. Fue enterrado en una cripta situada bajo su querido seminario de Ecône, donde actualmente se pueden visitar sus restos mortales.

En su lápida están grabadas las palabras del Apóstol San Pablo: “Tradidi quod et accepi” (“He transmitido lo que he recibido.” - I Cor. XV,3

Se podría decir, que ahora, es factible tener una mejor visión general de su vida y de su obra.

Todos sus actos como Sacerdote, Obispo y Arzobispo, son de una indudable fidelidad para con la Iglesia de Cristo, y de una gran relevancia. Misionero incansable, profesor dotado y estudioso, sus méritos, y más que nada sus logros, lo distinguían con claridad.
Reconocido por Pío XII, por el fruto de sus labores diversas, fue premiado con mayores responsabilidades a las cuales muy pocos accedían, Su Delegado en el África francesa, y por la solidez de su desempeño, fue distinguido una vez más, siendo llamado a participar en la preparación del CVII.

A estas instancias no se llega sin esfuerzo y lealtad. Necesariamente, tiene que haber por detrás, toda una vida de dedicación constante. Por esa razón, cuando intenta poner freno a la debacle que se avecinaba en el CVII, prontamente dedicó todos sus esfuerzos en el armado de una organización que nucleara a casi todos los asistentes que se oponían al modernismo que asomaba triunfante. Y por los participantes fue elegido presidente. Tal era su prestigio. Por ese entonces se lo consideraba uno de los más capacitados rectores de seminarios, organizador, teólogo, y misionero ejemplar, pero, sobre todo, un Sacerdote de Caridad y Humildad a prueba de todo, y de constante oración.

Es verdad que el CVII le trajo profundas amarguras a su corazón.
Se habían preparado documentos fundamentados en la Tradición … ¡en la Iglesia de Siempre! … donde desde pequeño viviera el catolicismo, porque sabía de la asistencia importante de modernistas, pero tanto él como quienes le acompañaron, nunca imaginaron semejante organización dentro y por fuera del concilio, y menos aún, que dos papas les dieran la espalda, y apoyaran a los innovadores: Juan XXIII y Pablo VI.

Una persona acostumbrada a vivir una realidad coherente, vale decir, en Orden, Tradicional, formada toda su vida y personalidad en la obediencia permanente a Cristo, y por consiguiente a Su Vicario, el Papa, en menos de 6 años, ve desmoronarse todo lo que representaba hasta ese momento la Iglesia Católica. Y de reconocido, pasó a la escala de los más odiados, incluso por muchos de los que hasta hacía poco, habían sido sus amistades y compañeros de apostolado.

Las personas que no tienen la capacidad de dimensionar este impacto tremendo, no pueden siquiera comprender las dificultades, y dolores, que representan el tener que reconocer, que en el lugar donde se desempeñó siempre, su verdadero hogar, ya no lo era más. Sólo quienes han vivido circunstancias similares, pueden dar el justo crédito a estas palabras, pues, si el dolor y el rechazo, no se viven en carne propia, no se aprecia hasta dónde se constriñe el corazón.

Este inmenso pesar es el que le llevó a esperar, un poco más allá que otros, el que Roma reaccione ante la trampa del modernismo, acorde lo verificaban sus tradiciones. Y se reforzó esta espera, pues en varios casos, se trataba de personas con las cuales él había compartido distintas vivencias, y durante varios años antes del CVII.

Él sabía de milagros, porque el Hacedor de todos, a él lo había cautivado y enamorado en el Calvario y en su posterior Resurrección. Y si Dios completó su obra extraordinaria al Redimir al Hombre, entonces, es justificado haya llegado a pensar en la posibilidad que obre ese Gran Milagro, que Roma volviese a la Tradición, al cual mencionaba de forma reiterada.

Pasaron los años, y ante las sobradas muestras de porfía por parte de los romanos, y las necesidades evidentes de salvar lo que reste de la Tradición, lo llevaron a fundar la FSSPX, y a consagrar 4 Obispos. De igual modo, fue por esos años que, dando de sí hasta lo que a él mismo lo violentó, por lo cual accede en una actitud menos prudencial firmando un acuerdo, reacciona saludablemente a las pocas horas, rompe el preacuerdo, se retracta públicamente, y da un paso decisivo al señalar a Roma, como la Roma Apóstata, y en reiteradas oportunidades, sostiene que hay que pensar que la silla de Pedro, está usurpada. “Es la apostasía, es la apostasía, es la apostasía”, repite por tres veces consecutivas, quizás convenciéndose de la inutilidad de todos los esfuerzos.

Es que la Caridad, tiene como límite, el que le impone la pertinacia en el error.

Que se podrían haber resuelto de otra mejor manera los pasos posteriores al CVII, es una de las críticas más frecuentes que se le hacen. Otra, que el Misal por él recomendado, el de 1962, contiene una serie de reformas, que lo colocan alejado del Tradicional que hasta el año 1958, y antes que asumiera Roncalli, estaba vigente.
Esto último se soluciona consiguiendo un Misal anterior a Octubre de 1958, con el cuidado que sea esta la fecha de reimpresión última, porque con posterioridad, se fueron modificando sucesivamente, dejando de perder valor tradicional.

La consideración prudencial de los actos personales, están sujetos a diferentes aspectos, entre los cuales se destacan la formación de la persona, la consideración de los sucesos históricos, y el destino de quienes se verán afectados. Hay otros, pero al caso tomamos estos.
Pensar o suponer, que Mons. Lefebvre, no los tuvo en cuenta, es quizás fruto del ignorar su trayectoria, y la incapacidad de poder situarse en su lugar. Esto no es un acto simple, requiere de un conocimiento mayor que la escueta lectura de una biografía, o de apuntes de clases. Representa un esfuerzo en recabar información de modo minucioso, confiable, y abundante, resaltando la necesidad de entrevistas con allegados, personas que pudieron conocerlo. De esta forma honesta y lógica, puede una persona comenzar a esbozar una semblanza realista de su vida.

Mons. podía haber tomado mejores decisiones, es probable que sea cierto, pero la vida misma del hombre es una sumatoria de aciertos y errores, el pecado existe, y la naturaleza quebrada es una realidad. Pero las buenas obras cuando superan con creces las decisiones fallidas, deben ser la medida de la calificación. El perdón no es una cuestión menor, implica, aunque mas no sea un acto circunstancial, la adhesión plena a la Confesión, el Perdón de los pecados, más el inestimable concurso de la virtud por excelencia: La Caridad.

Si se acepta cometió errores en sus acercamientos a la roma modernista y con el fin de buscar su vuelta a la Tradición, no se puede dejar de lado su obra apostólica, antes y después del CVII. Inclusive sin su aparición en la defensa de la Tradición, muchísimos que hoy son Fieles, estarían bailando con los pentecostales, delirando con los carismáticos, o, más conservadores, de derecha, con el opus dei, o agradeciendo a Ratzinger por el Summorum Pontificum.

Su obra en defensa y fomento de la Tradición, no tiene comparación, por los alcances que llegó a tener la misma, hoy lamentablemente fuera del camino marcado por su fundador.

¿Cuántos pudieron viajar por casi todos los Continentes, fundaron capillas, seminarios, celebrando la Santa Misa, y administrando los Sacramentos, pensando únicamente en Mejor Servir a Dios, y en la Salvación de las Almas de los Fieles? Y todo esto conseguido en un principio, desde una casa, con escasos postulantes a seminaristas, y unas cuantas monedas, y no tantas promesas de ayudar a la empresa naciente.

Pero claro, se entiende que una tarea de recopilación y armado del perfil biográfico sobre cualquier persona publica, supone de antemano, un espíritu y corazón, nobles, la buena cuna.

Desgraciadamente en los tiempos presentes, es muy fácil acceder a medios de comunicación masivos, y, con herramientas como notebooks y celulares, grabar entrevistas o exposiciones a ignotos, anónimos y desconocidos, quienes, en su inferior miramiento, suponen son ya estrellas. Es una tarea muy simple que se puede propagar exponencialmente por la red, y más todavía, si lo encabeza un título atrayente, particularmente llamativo para el morbo reinante.

La distorsión de la realidad, existencia real y efectiva de algo, suma de acontecimientos que ocurren verdaderamente, no es una simple picardía de pendejos afiebrados ansiosos de notoriedad, o bobos lame botas pretendiendo ser importantes a costilla de otros, o maliciosos escondidos. En esencia, se trata de algo de mucha mayor gravedad.

Tomar parcialmente las conductas públicas de las personas, con el fin expreso de causar daño, es una falta al 8vo. Mandamiento: No levantar falso testimonio, ni mentir.

Nos dice San Mateo, que así actuó el sanedrín al acusar a Jesús, con mentiras evidentes, pues no encontraron prueba alguna en su contra. Y a quienes en su defensa argumenten que no se puede comparar al Señor con Mons. Lefebvre, hay que pedirles que sigan leyendo, para ver si de esta forma se sacan el velo de los ojos.

El buen nombre de una persona, el respeto de la gente, su fama, son cosas de mucho valor. Si se roba dinero a una persona, se le quita algo transitorio, de reposición pronta; pero si se trabaja en pretender quitarle su buen nombre, se le roba quizás uno de sus más preciados tesoros, y el que lo hace, no lo aprovecha, todo lo contrario, aunque no lo crea.

Cuántas veces se ha visto o conocido, que una persona cuya buena fama perdió por una calumnia, pierde mucho, y, a pesar que con posterioridad se descubra el engaño, le queda el sabor amargo de tanto desprecio y daño sufrido injustamente.

Un día, una mujer pecadora le fue llevada a Jesús, y querían lapidarla. El Señor, conocedor de sus actos, se inclinó sobre la calle, y trazando una línea con su mano, los invitó para que, entre los acusadores, aquél que no tuviera pecado alguno, se anime y tire la primera piedra. Todos callados las dejaron caer y se retiraron. Jesús le dijo entonces a la mujer: Mujer, ¿nadie te ha condenado?, y ella respondió: nadie Señor, y concluyó el Señor: Tampoco Yo te condeno. Vete en paz y no peques más.

Si la Caridad anida en el Alma, no se está pensando en las faltas de Mons., sino en lo bueno que realizó, porque sus frutos están por todas partes. No se trata de esconder la basura debajo de la alfombra, se trata de destacar, que si un Santo peca, la suma de sus actos buenos lo lleva a los Altares. Tampoco se está diciendo que Mons. es santo o que ha salvado su Alma, a esto sólo Dios lo conoce, pero se reconoce y por lejos, que su obra ha servido de mucho a la Iglesia de Siempre.

La Caridad pide de suyo ver en mayor medida las cosas buenas que los errores, y es por eso, que la Humildad de la mujer pecadora conmovió el Corazón del Señor, en lugar del orgullo de sus acusadores, que únicamente veían los pecados de ella, dejando de lado un detalle no menor: ellos mismos eran pecadores; les era más fácil saciar el propio orgullo que admitir la posibilidad de sus propias condenas.

La actitud, puesta de manifiesto por sus detractores, por la omisión consciente, bien puede representar una Difamación y hasta una Calumnia. Incluso la Presunción, que es una falta a este Mandamiento, se aplica en este caso, pues hay algunos que suponen la acción premeditada por parte de Mons. de intentar llevar a toda la Tradición hacia el modernismo, al no condenar de inmediato al CVII, y tampoco declarar la sede vacante.

Quedarse en este rincón, agazapados, arrinconados en esta parte de la historia, falaz porque como ya se demostró anteriormente, que sí acusó al CVII, y hasta escribiendo al respecto un libro titulado: Yo Acuso Al Concilio, arribando incluso a la conclusión que la Roma modernista era apóstata, y que era dable pensar, la silla de Pedro había sido usurpada, estaba vacante, es una actitud sectaria y por tanto mezquina, de muy mala leche. Juzgar a una persona sin contemplar la verdad, y escondiéndola a esta, es una omisión muy próxima, o lo es, al Juicio Temerario.

Finalmente, la Difamación, la Calumnia, la Presunción y el Juicio Temerario, no son solo pecados contra la Caridad, sino igualmente contra la Justicia. Esta, nos pide dar a cada uno lo suyo. Si se intenta robar el buen nombre de una persona, se está obligado a devolvérselo, de manera pública ya que de tal modo fueron los actos difamatorios, y con prontitud.

Pero esta responsabilidad no queda sin más en la instancia de los bobos, y lobos, habladores, idiotas útiles y serviles, buscadores de fama a cualquier precio. Son de igual modo gravemente responsables sus instigadores, y guías espirituales, que sí los tienen, por eso, Usted Padre, no hace falta se lo mencione, lo sabe muy bien, tiene que intervenir decididamente y con prontitud.

Descansa en paz Mons. Lefebvre, porque trasmitió lo que le fue dado.