Excusa cuanto pudieres el ruido de los hombres; pues mucho estorba el tratar de las
cosas del siglo, aunque se digan con buena intención.
Porque presto somos amancillados y cautivos de la vanidad.
Muchas veces quisiera haber callado y no haber estado entre los hombres. Pero, ¿cuál es la causa que tan de gana hablamos y platicamos unos con otros, viendo
cuán pocas veces volvemos al silencio sin daño de la conciencia?
La razón es que por el hablar buscamos ser consolados unos de otros y deseamos aliviar
el corazón fatigado de pensamientos diversos.
Y de muy buena gana nos detenemos en hablar y pensar de las cosas que amamos o
sentimos adversas.
Mas, ¡ay dolor!, que muchas veces sucede vanamente y sin fruto; porque esta exterior
consolación es de gran detrimento a la interior y divina. Por eso, velemos y oremos, no se nos pase el tiempo en balde.
Si puedes y conviene hablar, sea de cosas que edifiquen.
La mala costumbre y la negligencia de aprovechar ayudan mucho a la poca guarda de
nuestra lengua.
Pero no poco servirá para nuestro espiritual aprovechamiento la devota plática de cosas
espirituales, especialmente cuando muchos de un mismo espíritu y corazón se juntan en Dios.
IMITACIÓN DE CRISTO
Tomás de Kempis