Venerable María de Jesús de Agreda
1240. Ejecutada la prisión de nuestro Salvador Jesús
como queda dicho, se cumplió el aviso que a los
Apóstoles había dado en la cena, que aquella noche
padecerían todos grande escándalo sobre su persona (Mt
26, 31) y que Satanás los acometería para zarandearlos
como al trigo (Lc 22, 31). Porque cuando vieron prender y
atar a su divino Maestro y que ni su mansedumbre y
palabras tan dulces y poderosas, ni sus milagros y
doctrina sobre tan inculpable conversación de vida no
habían podido aplacar la ira de los ministros, ni templar
la envidia de los pontífices y fariseos, quedaron muy
turbados los afligidos Apóstoles. Y con el natural temor se
acobardaron, perdiendo el ánimo y el consejo de su
Maestro, y comenzando a vacilar en la fe cada uno de
ellos imaginaba cómo se pondría en salvo del peligro que
los amenazaba, viendo lo que con su Maestro y Capitán
iba sucediendo. Y como todo aquel escuadrón de
soldados y ministros acometió a prender y encadenar al
mansísimo Cordero Jesús, con quien todos estaban
irritados y ocupados, entonces los Apóstoles,
aprovechando la ocasión, huyeron sin ser vistos ni
atendidos de los judíos; que cuanto era de su parte, si lo
permitiera el Autor de la vida, sin duda prendieran a todo
el apostolado y más viéndolos huir como cobardes o reos,
pero no convenía que entonces fueran presos y
padecieran. Y esta voluntad manifestó nuestro Salvador
cuando dijo que si buscaban a Su Majestad dejasen ir
libres a los que le acompañaban (Jn 18, 8), y así lo dispuso con la fuerza de su Divina Providencia. Pero el
odio de los pontífices y fariseos también se extendía
contra los apóstoles, para acabar con todos ellos si
pudieran, y por eso le preguntó el pontífice Anás al
Divino Maestro por sus discípulos y doctrina (Jn 18, 19).
1241. Anduvo también Lucifer en esta fuga de los
Apóstoles, ya alucinado y perplejo, ya redoblando la
malicia con varios fines. Por una parte deseaba
extinguir la doctrina del Salvador del mundo y a todos sus
discípulos, para que no quedara memoria de ellos, y para
esto era conforme a su deseo que fuesen presos y
muertos por los judíos. Y este acuerdo no le pareció fácil
de conseguir al demonio y reconociendo la dificultad
procuró incitar a los Apóstoles y turbarlos con
sugestiones, para que huyesen y no viesen la paciencia
de su Maestro en la pasión, ni fuesen testigos de lo que
en ella sucediese. Temió el astuto Dragón que con la
nueva doctrina y ejemplo quedarían los Apóstoles más
confirmados y constantes en la fe y resistirían a las
tentaciones que contra ella les arrojaba, y le pareció que
si entonces comenzasen a titubear los derribaría después
con nuevas persecuciones que les levantaría por medio
de los judíos, que siempre estarían prontos para
ofenderles por la enemistad contra su Maestro. Con este
mal consejo se engañó a sí mismo el demonio, y cuando
conoció que los Apóstoles estaban tímidos, cobardes y
muy caídos de corazón con la tristeza, juzgó este
enemigo que aquella era la peor disposición de la
criatura y para sí la mejor ocasión de tentarlos y les
acometió con rabioso furor proponiéndoles grandes
dudas y recelos contra el Maestro de la vida y que le
desamparasen y huyesen. Y en cuanto a la fuga no
resistieron como en muchas de las sugestiones falsas
contra la fe, aunque también desfallecieron en ella unos
más y otros menos, porque en esto no fueron todos
igualmente turbados ni escandalizados.
1242. Dividiéronse unos de otros huyendo a diferentes
partes, porque todos juntos era dificultoso ocultarse, que
era lo que entonces pretendían. Solos San Pedro y San
Juan Evangelista se juntaron para seguir de lejos a su
Dios y Maestro hasta ver el fin de su pasión. Pero en el
interior de cada uno de los once Apóstoles pasaba una
contienda de sumo dolor y tribulación, que les prensaba
el corazón sin dejarles consuelo ni descanso alguno.
Peleaban de una parte la razón, la gracia, la fe, el amor y
la verdad; de otra las tentaciones, sospechas, temor y
natural cobardía y tristeza. La razón y la luz de la verdad
les reprendían su inconstancia y deslealtad en haber
desamparado a su Maestro, huyendo como cobardes del
peligro, después de estar avisados y haberse ofrecido
ellos tan poco antes a morir con Él si fuera necesario.
Acordábanse de su negligente inobediencia y descuido
en orar y prevenirse contra las tentaciones, como su
mansísimo Maestro se lo había mandado. El amor que
le tenían por su amable conversación y dulce trato, por su
doctrina y maravillas, y el acordarse que era Dios
verdadero, les animaba y movía para que volviesen a
buscarle y se ofreciesen al peligro y a la muerte como
fieles siervos y discípulos. A esto se juntaba acordarse de
su Madre santísima y considerar su dolor incomparable y
la necesidad que tendría de consuelo, y deseaban ir a
buscarle y asistirle en su trabajo. Por otra parte pugnaban
en ellos la cobardía y el temor para entregarse a
la crueldad de los judíos y a la muerte, a la confusión y
persecución. Para ponerse en presencia de la dolorosa
Madre, les afligía y turbaba que los obligaría a volver
donde estaba su Maestro, y si con ella estarían menos
seguros porque los podían buscar en su casa. Sobre todo
esto eran las sugestiones de los demonios impías y
terribles. Porque les arrojaba el Dragón en el
pensamiento terribles imaginaciones de que no fuesen
homicidas de sí mismos entregándose a la muerte, y que su Maestro no se podía librar a sí y menos podría
sacarlos a ellos de las manos de los pontífices, y que en
aquella ocasión le quitarían la vida y con eso se acabaría
toda la dependencia que de él tenían, pues no le verían
más, y que no obstante que su vida parecía inculpable,
con todo eso enseñaba algunas doctrinas muy duras y
algo ásperas hasta entonces nunca vistas y que por ellas
le aborrecían los sabios de la ley y los pontífices y todo el
pueblo estaba indignado contra él, y que era fuerte cosa
seguir a un hombre que había de ser condenado a
muerte infame y afrentosa.
1243. Esta contienda y lucha interior pasaba en el
corazón de los fugitivos Apóstoles, y entre unas y otras
razones pretendía Satanás que dudasen de la doctrina
de Cristo y de las profecías que hablaban de sus
misterios y pasión. Y como en el dolor de este conflicto no
hallaban esperanza de que su Maestro saliese con vida
del poder de los pontífices, llegó el temor a pasar en una
tristeza y melancolía profunda, con que eligieron el huir
del peligro y salvar sus vidas. Y esto era con tal
pusilanimidad y cobardía, que en ningún lugar se
juzgaban aquella noche por seguros y cualquiera sombra
o ruido los sobresaltaba. Y añadióles mayor temor la
deslealtad de Judas Iscariotes, porque temían irritaría
también contra ellos la ira de los pontífices, por no volver
a verse con ninguno de los once, después de perpetrada
su alevosía y traición. San Pedro y San Juan Evangelista,
como más fervientes en el amor de Cristo, resistieron al
temor y al demonio más que los otros y quedándose los
dos juntos determinaron seguir a su Maestro con algún
retiro. Y para tomar esta resolución les ayudó mucho el
conocimiento que tenía San Juan Evangelista con el
pontífice Anás, entre el cual y Caifás andaba el
pontificado, alternando los dos; y aquel año lo era Caifas,
que había dado el consejo profético en el concilio, de que
importaba muriese un hombre para que todo el mundo no pereciese (Jn 11, 49). Este conocimiento de San Juan
Evangelista se fundaba en que el Apóstol era tenido por
nombre principal, y en su linaje noble, en su persona
afable y cortés, y de condiciones muy amables. Con esta
confianza fueron los dos Apóstoles siguiendo a Cristo
nuestro Señor con menos temor. A la gran Reina del cielo
tenían en su corazón los dos Apóstoles, lastimados de su
amargura y deseosos de su presencia para aliviarla y
consolarla cuanto fuera posible, y particularmente se
señaló en este afecto devoto el Evangelista San Juan.
1244. La divina Princesa desde el cenáculo en esta
ocasión estaba mirando por inteligencia clarísima no sólo
a su Hijo santísimo en su prisión y tormentos, sino junto
con esto conocía y sabía todo cuanto pasaba por los
Apóstoles interior y exteriormente. Porque miraba su
tribulación y tentaciones, sus pensamientos y
determinaciones, y dónde estaba cada uno de ellos y lo
que hacía. Pero aunque todo le fue patente a la
candidísima paloma, no sólo no se indignó con los
Apóstoles, ni jamás les dio en rostro con la deslealtad
que habían cometido, antes bien ella fue el principio y el
instrumento de su remedio, como adelante diré (Cf. infra
n. 1457, 1458). Y desde entonces comenzó a pedir por
ellos, y con dulcísima caridad y compasión de madre dijo
en su interior: Ovejas sencillas y escogidas, ¿por qué
dejáis a vuestro amantisimo Pastor que cuidaba de
Vosotros y Os daba pasto y alimento de vida eterna? ¿Por
qué, siendo discípulos de tan verdadera doctrina,
desamparáis a Vuestro Bienhechor y Maestro? ¿Cómo
olvidáis aquel trato tan dulce y amoroso que atraía a sí
Vuestros corazones? ¿Por qué escucháis al maestro de la
mentira, al lobo carnicero que pretende vuestra ruina?
¡Oh amor mío dulcísimo y pacientísimo, qué manso, qué
benigno y misericordioso os hace el amor de los hombres!
Alargad vuestra piedad a esta pequeña grey a quien el
furor de la serpiente ha turbado y derramado. No entreguéis a las bestias las almas que os han confesado
(Sal 73, 19). Grande espera tenéis con los que elegís
para vuestros siervos y grandes obras habéis hecho con
vuestros discípulos. No se malogre tanta gracia, ni
reprobéis a los que escogió Vuestra voluntad para
fundamentos de Vuestra Iglesia. No se gloríe Lucifer de
que triunfó a Vuestra vista de lo mejor de Vuestra casa y
familia. Hijo y Señor mío, mirad a Vuestro amado
discípulo Juan, a Pedro y Jacobo (Jacobo=Santiago: Beati
Iacobi Apostoli) favorecidos de vuestro singular amor y
voluntad. A todos los demás también volved los ojos de
vuestra clemencia y quebrantad la soberbia del Dragón,
que con implacable crueldad los ha turbado.
1245. A toda capacidad humana y angélica excede la
grandeza de María santísima en esta ocasión y las obras
que hizo y plenitud de santidad que manifestó en los ojos
y beneplácito del Altísimo. Porque sobre los dolores
sensibles y espirituales que padeció de los tormentos de
su Hijo santísimo y de las injurias afrentosas que padeció
su divina persona, cuya veneración y ponderación estaba
en lo sumo en la prudentísima Madre, sobre todo esto se
le juntó el dolor de la caída de los Apóstoles, que sola Su
Majestad sabía ponderarla. Y miraba su fragilidad y el
olvido que habían mostrado de los favores, doctrina,
avisos y amonestaciones de su Maestro, y esto en tan
breve tiempo, después de la cena, del sermón que en ella
hizo y de la comunión que les había dado, con la
dignidad de Sacerdotes en que los dejaba tan levantados
y obligados. Conocía también su peligro de caer en
mayores pecados, por la sagacidad con que Lucifer y sus
ministros de tinieblas trabajaban por derribarlos y la
inadvertencia con que el temor tenía poseídos los
corazones de todos los Apóstoles más o menos. Y por
todo esto multiplicó y acrecentó las peticiones hasta
merecerles el remedio y que su Hijo santísimo los
perdonase y acelerase sus auxilios, para que luego volviesen a la fe y amistad de su gracia, que de todo esto
fue María el instrumento eficaz y poderoso. En el ínterin
recopiló esta gran Señora en su pecho toda la fe, la
santidad, el culto y veneración de toda la Iglesia, que
estuvo toda en ella como en arca incorruptible,
conservando y encerrando la Ley Evangélica, el sacrificio,
el templo y el santuario. Y sola María santísima era
entonces toda la Iglesia, y sola ella creía, amaba,
esperaba, veneraba y adoraba al objeto de la fe por sí,
por los apóstoles y por todo el linaje humano. Y esto de
manera que recompensaba, cuanto era posible a una
pura criatura, las menguas y falta de fe de todo lo
restante de los miembros místicos de la Iglesia. Hacía
heroicos actos de fe, esperanza, amor, veneración y culto
de la divinidad y humanidad de su Hijo y Dios verdadero
y con genuflexiones y postraciones le adoraba y con
admirables cánticos le bendecía, sin que el dolor íntimo y
amargura de su alma destemplasen el instrumento de sus
potencias, concertado y templado con la mano poderosa
del Altísimo. No se entendía de esta gran Señora lo que
dijo el Eclesiástico (Eclo 22, 6), que la música en el dolor
es importuna, porque sola María santísima pudo y supo
en medio de sus penas aumentar la dulce consonancia de
las virtudes.
1246. Dejando a los once apóstoles en el estado que se
ha dicho, vuelvo a contar el infelicísimo término del
traidor Judas, anticipando algo este suceso para dejarle
en su lamentable y desdichada suerte y volver al discurso
de la pasión. Llegó, pues, el sacrílego discípulo, con el
escuadrón que llevaba preso a nuestro Salvador Jesús, a
casa de los pontífices, Anás primero y después a Caifás;
donde le esperaban con los escribas, y fariseos. Y como
el divino Maestro a vista de su pérfido discípulo era tan
maltratado y atormentado con blasfemias y con heridas y
todo lo sufría con silencio, mansedumbre y paciencia tan
admirable, comenzó Judas Iscariotes a discurrir sobre su propia alevosía, conociendo que sola ella era la causa de
que un hombre tan inculpable y bienhechor suyo fuese
tratado con tan injusta crueldad sin merecerlo. Acordóse
de los milagros que había visto, de la doctrina que le oyó,
de los beneficios que le hizo y también se le representó
la piedad y mansedumbre de María santísima y la
caridad con que había solicitado su remedio y la maldad
obstinada con que ofendió a Hijo y Madre por un vilísimo
interés, y todos los pecados juntos que había cometido se
le pusieron delante como un caos impenetrable y un
monte inhabitable y grave.
1247. Estaba Judas Iscariotes, como arriba se dijo (Cf.
supra n. 1226), desamparado de la divina gracia después
de la entrega que hizo con el ósculo y contacto de Cristo
nuestro Salvador. Y por ocultos juicios del Altísimo,
aunque estaba entregado en manos de su consejo, hizo
aquellos discursos, permitiéndolo la justicia y equidad
divina en la razón natural y con muchas sugestiones de
Lucifer que le asistía. Y aunque discurría Judas Iscariotes
y hacía juicio verdadero en lo que se ha dicho, pero,
como estas verdades eran administradas por el padre de
la mentira, juntaba a ellas otras proposiciones falsas y
mentirosas, para que viniese a inferir, no su remedio y
confianza de conseguirle, sino que aprehendiese la
imposibilidad y desesperase de él, como sucedió.
Despertóle Lucifer íntimo dolor de sus pecados, pero no
por buen fin ni motivos de haber ofendido a la Verdad
divina, sino por la deshonra que padecería con los
hombres y por el daño que su Maestro, como poderoso en
milagros, le podía hacer y que no era posible escaparse
de él en todo el mundo, donde la sangre del Justo
clamaría contra él. Con estos y otros pensamientos que le
arrojó el demonio, quedó lleno de confusión, tinieblas y
despechos muy rabiosos contra sí mismo. Y retirándose
de todos, estuvo para arrojarse de muy alto en casa de
los pontífices y no lo pudo hacer. Salióse fuera y como una fiera, indignado contra sí mismo, se mordía de los
brazos y manos y se daba desatinados golpes en la
cabeza, tirándose del pelo, y hablando
desentonadamente se echaba muchas maldiciones y
execraciones, como infelicísimo y desdichado entre los
hombres.
1248. Viéndole tan rendido Lucifer, le propuso que fuese
a los sacerdotes y confesando su pecado les volviese su
dinero. Hízolo Judas Iscariotes con presteza y a voces les
dijo aquellas palabras: Pequé entregando la sangre del
Justo (Mt 27, 4). Pero ellos no menos endurecidos le
respondieron que lo hubiera mirado primero. El intento
del demonio era, si pudiera impedir la muerte de Cristo
nuestro Señor, por las razones que dejo dichas (Cf. supra
n. 1130ss) y diré más adelante. Con esta repulsa que le
dieron los príncipes de los sacerdotes, tan llena de
impiísima crueldad, acabó Judas Iscariotes de desconfiar,
persuadiéndose que no sería posible excusar la muerte
de su Maestro. Lo mismo juzgó el demonio, aunque hizo
más diligencias por medio de Poncio Pilatos. Pero como
Judas Iscariotes no le podía servir ya para su intento, le
aumentó la tristeza y despechos y le persuadió que para
no esperar más duras penas se quitase la vida. Admitió
Judas Iscariotes este formidable engaño y saliéndose de
la ciudad se colgó de un árbol seco, haciéndose homicida
de sí mismo el qué se había hecho deicida de su Criador.
Sucedió esta infeliz muerte de Judas Iscariotes el mismo
día del viernes a las doce, que es al mediodía, antes que
muriera nuestro Salvador, porque no convino que su
muerte y nuestra consumada Redención cayese luego
sobre la execrable muerte del traidor discípulo que con
suma malicia le había despreciado.
1249. Recibieron luego los demonios el alma de Judas
Iscariotes y la llevaron al infierno, pero su cuerpo quedó
colgado y reventadas sus entrañas con admiración y asombro de todos, viendo el castigo tan estupendo de la
traición de aquel pésimo y pérfido discípulo. Perseveró el
cuerpo ahorcado tres días en lo público, y en este tiempo
intentaron los judíos quitarle del árbol y ocultamente
enterrarle, porque de aquel espectáculo redundaba
grande confusión contra los sacerdotes y fariseos que no
podían contradecir aquel testimonio de su maldad. Pero
no pudieron con industria alguna derribar ni quitar el
cuerpo de Judas Iscariotes de donde se había colgado,
hasta que pasados tres días, por dispensación de la
justicia divina, los mismos demonios le quitaron de la
horca y le llevaron con su alma, para que en lo profundo
del infierno pagase en cuerpo y alma eternamente su
pecado. Y porque es digno de admiración temerosa lo
que he conocido del castigo y penas que se le dieron a
Judas Iscariotes, lo diré como se me ha mostrado y
mandado. Entre las oscuras cavernas de los calabozos
infernales estaba desocupada una muy grande y de
mayores tormentos que las otras, porque los demonios no
habían podido arrojar en aquel lago a ningún alma,
aunque la crueldad de estos enemigos lo había
procurado desde Caín hasta aquel día. Esta imposibilidad
admiraba al infierno, ignorante del secreto, hasta que
llegó el alma de Judas Iscariotes, a quien fácilmente
arrojaron y sumergieron en aquel calabozo nunca antes
ocupado de otro alguno de los condenados. Y la razón
era, porque desde la creación del mundo quedó señalada
aquella caverna de mayores tormentos y fuego que lo
restante del infierno para los cristianos que recibido el
bautismo se condenasen por no haberse aprovechado de
los sacramentos, doctrina, pasión y muerte del Redentor
y la intercesión de su Madre santísima. Y como Judas
Iscariotes fue el primero que había participado de estos
beneficios con tanta abundancia para su remedio y
formidablemente los despreció, por esto fue también el
que primero estrenó aquel lugar y tormentos aparejados
para él y los que le imitaren y siguieren.
1250. Este misterio se me ha mandado escribir con
particularidad para aviso y escarmiento de todos los
cristianos, y en especial de los sacerdotes, prelados y
religiosos, que tratan con más frecuencia el Sagrado
Cuerpo y Sangre de Jesucristo Señor nuestro y por oficio
y estado son más familiares suyos, que por no ser
reprendida quisiera hallar términos y razones con que
darle la ponderación y sentido que pide nuestra
insensible dureza, para que en este ejemplo todos
tomáramos escarmiento y temiéramos el castigo que nos
aguarda a los malos cristianos según el estado de cada
uno. Los demonios atormentaron a Judas Iscariotes con
inexplicable crueldad, porque no había desistido de
vender a su Maestro, con cuya pasión y muerte ellos
quedarían vencidos y desposeídos del mundo; y la
indignación que por esto cobraron de nuevo contra
nuestro Salvador y contra su Madre santísima, la
ejecutan en el modo que se les permite contra todos los
que imitan al traidor discípulo y cooperan con él en
despreciar la Doctrina Evangélica, los Sacramentos de la
Ley de Gracia y fruto de la Redención. Y es justa razón
que estos malignos espíritus tomen venganza en los
miembros del cuerpo místico de la Iglesia, porque no se
unieron con su cabeza Cristo y porque voluntariamente se
apartaron de ella y se entregaron a ellos, que con
implacable soberbia la aborrecen y maldicen y como
instrumentos de la justicia divina castigan las
ingratitudes que tienen los redimidos contra su Redentor.
Y los hijos de la Santa Iglesia consideren esta verdad
atentamente, que si la tuvieran presente no es posible
dejase de moverles el corazón y les diese juicio para
desviarse de tan lamentable peligro.
1251. Entre los sucesos de todo el discurso de la pasión
andaba Lucifer con sus ministros de maldad muy
desvelado y atento para acabarse de asegurar si Cristo nuestro Señor era el Mesías y Redentor del mundo.
Porque unas veces le persuadían los milagros, y otras le
disuadían las acciones y padecer de la flaqueza
humana que tomó por nosotros nuestro Salvador; pero
donde más crecieron las sospechas del Dragón fue en el
huerto, donde sintió la fuerza de aquella palabra que dijo
el Señor: Yo soy (Jn 18, 5), y fue arruinado el mismo
demonio, cayendo con todos en la presencia de
Cristo nuestro Señor. Había poco rato entonces que salió
del infierno acompañado de sus legiones, después que
habían sido arrojados desde el cenáculo a lo profundo. Y
aunque fue María santísima la que de allí los derribó,
como arriba se dijo (Cf. supra n. 1198), con todo eso
confirió Lucifer consigo y con sus ministros que aquella
virtud y fuerza de Hijo y Madre eran nuevas y nunca
vistas contra ellos. Y en dándole permiso que se
levantase en el huerto, habló con los demás y les dijo: No
es posible que sea este poder de hombre solo, sin duda
éste es Dios juntamente con ser hombre. Y si muere, como
lo disponemos, por este camino hará la Redención y
satisfará a Dios, y queda perdido nuestro imperio y
frustrado nuestro deseo. Mal hemos procedido
procurándole la muerte. Y si no podemos impedir que
muera, probemos hasta dónde llega su paciencia y procuremos
con sus mortales enemigos que le atormenten
con crueldad impía. Irritémosles contra él,
arrojémosles sugestiones de desprecios, afrentas,
ignominias y tormentos que ejecuten en su persona,
compelámoslos a que empleen su ira en irritarle y
atendamos a los efectos que hacen todas estas cosas en
él. Todo lo intentaron los demonios como lo propusieron,
aunque no todo lo consiguieron, como en el discurso de la
pasión se manifiesta, por los ocultos misterios que diré
(Cf. infra n. 1290, 1338, 1342) y he referido arriba.
Provocaron a los sayones para que intentasen atormentar
a Cristo nuestro bien con algunos tormentos menos
decentes a su real y divina persona de los que le dieron, porque no consintió Su Majestad otros más de los que
quiso y convino padecer, dejándoles ejecutar en estos
toda su inhumana sevicia y furor.
1252. Intervino también en impedir la malicia insolente
de Lucifer la gran Señora del cielo María santísima,
porque le fueron patentes todos los conatos de este
infernal Dragón. Y unas veces con imperio de Reina le
impedía muchos intentos, para que no se los
propusiese a los ministros de la pasión; otras veces en los
que les proponía pedía la divina Princesa a Dios no se los
dejase ejecutar y por medio de sus Santos Ángeles
concurría a desvanecerlos y estorbarlos. Y en los que su
gran sabiduría conocía era voluntad de su Hijo santísimo
padecerlos, cesaba en estas diligencias, y en todo se
ejecutaba la permisión de la divina voluntad. Conoció
asimismo todo lo que sucedió en la infeliz muerte y
tormentos de Judas Iscariotes y el lugar que le daban en
el infierno, el asiento de fuego que ha de tener por toda
la eternidad, como maestro de la hipocresía y precursor
de todos los que habían de negar a Cristo nuestro
Redentor con la mente y con las obras, desamparando,
como dice San Jeremías (Jer 17, 13), las venas de las
aguas vivas, que son el mismo Señor, para ser escritos y
sellados en la tierra y alejados del cielo, donde están
escritos los predestinados. Todo esto conoció la Madre de
Misericordia y lloró sobre ellos amargamente y oró al
Señor por la salvación de los hombres y suplicándole los
apartase de tan gran ceguera, precipicio y ruina, pero
conformándose con los ocultos y justos juicios de su
Providencia Divina.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
1253. Hija mía, admirada estás, y no sin causa, de lo
que has entendido y escrito de la infeliz suerte de Judas
Iscariotes y de la caída de los Apóstoles, estando todos en la escuela de Cristo mi Hijo santísimo, criados a los
pechos de su doctrina, vida, ejemplo y milagros, y
favorecidos de su dulcísima mansedumbre y trato, de mi
intercesión y consejos y otros beneficios que recibían por
mi medio. Pero de verdad te digo que, si todos los hijos
de la Iglesia tuvieran la atención y admiración que este
raro ejemplo les puede causar, en él hallaran saludable
aviso y escarmiento para temer el estado peligroso de la
vida mortal, por más favores y beneficios que reciban las
almas de la mano del Señor, pues todo parecerá menos
que verle, oírle, tratarle y tenerle por dechado vivo de
santidad. Y lo mismo te digo de mí, pues a los Apóstoles
di amonestaciones, y fueron testigos de mi santa e
inculpable conversación, y de mi piedad recibieron
grandes beneficios, les comuniqué la caridad que de
estar en Dios se dimanaba de Su Majestad a mí. Y si en la
tentación, a vista de su mismo Señor y Maestro, olvidaron
tantos favores y la obligación de corresponder a ellos,
¿quién será tan presuntuoso en la vida mortal, que no
tema el peligro de la ruina por más beneficios que haya
recibido? Aquellos eran Apóstoles escogidos por su divino
Maestro, que era Dios verdadero, y con todo eso el uno
llegó a caer más infelizmente que todos los hombres y los
otros a desfallecer en la fe, que es el fundamento de toda
la virtud, y fue conforme a la justicia y juicios
inescrutables del Altísimo. Pues ¿por qué no temerán los
que ni son Apóstoles, ni han obrado tanto como ellos en
la escuela de Cristo mi Hijo santísimo y su Maestro y no
merecen tanto mi intercesión?
1254. De la ruina y perdición de Judas Iscariotes y de su
justísimo castigo, dejas escrito lo que basta para que se
entienda a cuál estado pueden llegar y llevar los vicios y
la mala voluntad a un hombre que se entrega a ellos y al
demonio y desprecia los llamamientos y auxilios de la
gracia. Y lo que te advierto sobre lo que has escrito es
que, no sólo los tormentos que padece el traidor discípulo Judas Iscariotes, sino también el de muchos cristianos
que con él se condenan y bajan al mismo lugar de las
penas, que para ellos fue señalado desde el principio del
mundo, excede a los tormentos de muchos demonios.
Porque mi Hijo santísimo no murió por los ángeles malos
sino por los hombres, ni a los demonios les tocó el fruto y
efectos de la redención, los cuales reciben los hijos de la
Iglesia con efecto en los Sacramentos, y despreciar este
incomparable beneficio no es culpa del demonio tanto
como de los fieles y así les corresponde nueva y diferente
pena por este desprecio. Y el engaño que Lucifer y sus
ministros padecieron, no conociendo a Cristo por
verdadero Dios y Redentor hasta la muerte, siempre
atormenta y penetra las potencias de aquellos malignos
espíritus, y de este dolor les resulta nueva indignación
contra los redimidos, y mayor contra los cristianos, a
quienes más se les aplica la redención y sangre del
Cordero. Y por esto se desvelan tanto los demonios en
hacer que los fieles olviden la obra de la redención y la
malogren, y después en el infierno se muestran más
airados y rabiosos contra los malos cristianos, y sin
piedad alguna les darían mayores tormentos si la justicia
divina no dispusiese con equidad que las penas fuesen
ajustadas a las culpas, no dejando esto a la voluntad de
los demonios, sino tasándolo con su poder y sabiduría
infinita, que aun hasta aquel lugar alcanza la bondad del
Señor.
1255. En la caída de los demás Apóstoles quiero,
carísima, que adviertas el peligro de la fragilidad
humana, que aun en los mismos beneficios y favores que
recibe del Señor fácilmente se acostumbra a ser grosera,
tarda y desagradecida, como les sucedió a los once
Apóstoles, cuando huyeron de su Maestro celestial y le
dejaron con la incredulidad. Este peligro se origina en los
hombres de ser tan sensibles e inclinados a todo lo
sensitivo y terreno y haber quedado estas inclinaciones depravadas por el pecado y acostumbrarse a vivir y obrar
según lo terreno, carnal y sensible más que según el
espíritu. Y de aquí nace que aun a los mismos beneficios
y dones del Señor los tratan y aman sensiblemente y
cuando les faltan por este modo luego se divierten a
otros objetos sensibles y se mueven por ellos y pierden el
tino de la vida espiritual, porque la trataban y recibían
como sensible, con baja estimación del espíritu. Por esta
inadvertencia o grosería cayeron los Apóstoles, aunque
estaban tan favorecidos de mi Hijo santísimo y de mí,
porque los milagros, la doctrina y ejemplos que tenían
presentes eran sensibles; y como ellos, aunque perfectos
o justos, eran terrenos y aficionados a solo aquello
sensitivo que recibían, en faltándoles esto se turbaron
con la tentación y cayeron en ella, como quien había
penetrado poco los misterios y espíritu de lo que habían
visto y oído en la escuela de su Maestro. Con este
ejemplo y doctrina quedarás, hija mía, enseñada a ser mi
discípula espiritual y no terrena y a no acostumbrarte a lo
sensible, aunque sean los favores del Señor y míos. Y
cuando los recibieres, no detenerte en lo material y
sensible, sino levantar tu mente a lo alto y espiritual, que
se percibe con la luz y ciencia interior y no con el sentido
animal (1 Cor 2, 14). Y si lo sensible puede embarazar a
la vida espiritual, ¿qué será lo que pertenece a la vida
terrena, animal y carnal? Claro está que de ti quiero
olvides y borres de tus potencias toda imagen y especies
de criaturas, para que estés idónea y capaz de mi
imitación y doctrina saludable.
MISTICA CIUDAD DE DIOS
VIDA DE LA VIRGEN MARÍA
Venerable María de Jesús de Agreda
Libro VI, Cap. 14