sábado, 8 de abril de 2017

EL TESTAMENTO DE FÁTIMA: ÚLTIMO RECURSO



"Cosas espantosas y extrañas sucedieron en esta tierra: los profetas profetizaban la mentira y los sacerdotes aplaudían con sus manos; y mi pueblo amó esas cosas. ¿Qué castigo no vendrá sobre esta gente al fin de todo esto?". (Jeremías)


La reunión de los "representantes de las grandes religiones del mundo", convocados en Asís por Juan Pablo II para rezar por la paz, fue el espectáculo, televisado en toda la Tierra, del congraciamiento de la Iglesia conciliar con las creencias, las logias, las sinagogas y las idolatrías que celebran a los dioses y a los hombres en el Panteón del mundo.

Al acto abominable, que parece haber contado con un consenso general de la Jerarquía y al agrado indiferenciado de un público indefinible, se le puede aplicar el lamento del profeta Jeremías sobre la decadencia y corrupción de la Jerusalén antigua: "Cosas espantosas y extrañas sucedieron en esta tierra: los profetas profetizaban la mentira y los sacerdotes aplaudían con sus manos; y mi pueblo amó esas cosas. ¿Qué castigo no vendrá sobre esta gente al fin de todo esto?"

La gravedad del hecho presente, sin embargo, no puede encontrar un equivalente en el Antiguo Testamento porque aconteció después de la venida de Nuestro Señor, en el recinto de su Iglesia y promovido por Su Vicario. Es un acto extremo en la Historia que, ciertamente, así estaba profetizado. Es la abominación de la desolación puesta en el Lugar Santo de que habló Jesús. Es el culto del hombre y la Apostasía general descrita a los Tesalonicenses.

Nuestra generación entera está envuelta en lo que fue apenas el espectáculo público de un largo y devastante terremoto espiritual que, desde hace mucho, viene destruyendo a nuestra Iglesia. La acumulación de errores y ofensas humanas contra Dios en los últimos siglos fue visible a través de sus resultados en guerras y revoluciones, pero sólo ahora es visible también a través de la destrucción de la Viña espiritual, de la "Religio depopulata".

Jamás fue tan evidente el estado lamentable del hombre decaído como en este siglo, en que pretendió extender su dominio hasta en el espacio cósmico con la soberbia que no entiende ni siquiera el alcance de sus delitos que, ciertamente, no puede reparar. Pero algo podemos hacer. Podemos reconocer la infinita gloria de Dios, cuya Misericordia también en este siglo nos dio una Señal extraordinaria que quedó ignorada.

Debemos entonces reparar y hacer penitencia con todo nuestro corazón, comenzando por un examen de conciencia hecho con toda nuestra mente. Y tratándose de cuestiones que envuelven a la humanidad entera, debemos recurrir al conocimiento histórico, con la certeza moral de que así como en todas las épocas los pueblos recibieron avisos y señales celestes que los ayudaron, nosotros también los recibimos. No sólo esto, sino que como los avisos deben ser proporcionales a los peligros, nuestra generación recibió señales incomparables.

Si somos incapaces de reconocer esas señales dadas para la preservación de la Fe, la carencia no está ciertamente en ellas sino en nuestra fe miope y anémica. De cualquier modo, siendo los designios divinos inmutables, seremos valorados, temprano o tarde, en función de la ayuda recibida. Veamos entonces rápidamente cómo ésta fue dada desde hace tres siglos, esto es, desde un siglo antes que estallase la Revolución Francesa, para llegar al "Signum Magnum" presente, que todavía espera la atención de nuestra fe.

En 1689, el rey de Francia Luis XIV, en el auge de su poder, recibió a través de su confesor, P. La Chaise S. J. (o de la princesa María Beatriz d'Este), un pedido transmitido por el Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque, para que Le consagrase su Reino sobre el cual descendería la protección celeste.

En aquellos mismos años, Dios suscitaba la vocación sacerdotal de un joven que sería uno de los mayores apóstoles franceses del yugo suave a Nuestro Señor, en contraposición a la liberación de cuño filosófico y anticatólica que se esparcía por el país. En la contemplación de la Cruz y en la devoción a Nuestra Señora, S. Luis Grignion de Montfort fue un precursor y profeta de la intervención final de María Santísima para la salvación de la Iglesia.

Pues bien, Luis XIV, aunque heredero de una tradicional devoción católica, a la cual es atribuida la gracia de su nacimiento, no correspondió al pedido divino y, exactamente cien años después, en 1789, la Revolución despojaba de sus poderes a la monarquía de los Borbones. Luis XVI y familia intentaban hacer en la prisión la consagración pedida, pero era tarde, las cabezas reales cayeron como la cruz grande del Calvario de Pont-chateau que S. Luis María había levantado con los campesinos, pero que Luis XIV mandó demoler. La única resistencia real contra la Revolución vino de aquellos campesinos de la Vendée donde el gran Santo de la devoción a la Santísima Virgen había evangelizado.

Al recordar estos hechos en nuestro siglo, fue Nuestro Señor diciendo a la Hermana Lucía, la vidente de Fátima: "Haz saber a Mis ministros que como ellos sigan el ejemplo del Rey de Francia en retardar la ejecución de Mi pedido, ellos lo seguirán en la desgracia. Nunca será tarde por demás para recurrir a Jesús y a María." La referencia era al pedido de consagración de Rusia hecho a través de Nuestra Señora de Fátima, ya no a los reyes sino a los papas. Pero veamos la evolución histórica de esa "escalada".

La victoria de la Revolución sobre la Francia católica produjo el caos del terror y a éste sucedió, naturalmente, un gran dictador. Y fue así que, a través de Napoleón, los "ideales revolucionarios" fueron de frente, triunfalmente por el mundo, hasta que las imposiciones liberales encontraron la resistencia de un orden social abatido, pero todavía capaz de defenderse. La Francia volvió entonces a los Borbones con Luis XVIII, seguido de su hermano Carlos X. Con ellos volvía la obra de colonización centrada sobre las misiones católicas, contraria a cualquier revolución. Pero el mundo estaba minado.

En la noche entre los días 18 y 19 de julio de 1830, la joven religiosa Catalina Labouré, que se volvió santa conociendo poco del mundo y de la política, vio en la Capilla de la "Rué du Bac", a Nuestra Señora que, con los ojos llenos de lágrimas, profetizó grandes desgracias que estaban por descender sobre el mundo.

Días después, el 30 de julio, una nueva revolución llevaba al poder a Luis Felipe, duque de Orleáns, que, aunque religiosamente fuese un escéptico, sería conducido por los poderes que lo condicionaban a hacer una política siempre más hostil a la Iglesia y a su acción evangelizadora y misional. No era más la revolución abierta y frontal, sino una larga y sutil demolición de las bases católicas de Europa. La Jerarquía y el Clero, ayudados por los extraordinarios milagros de la Medalla de Nuestra Señora, resistían, aunque diezmados e infiltrados por las nuevas ideas.

El día 19 de septiembre de 1846, en la deshabitada montaña de La Salette, dos pastorcitos que apenas conocían el dialecto local ven y oyen a la Señora que llora. Reciben un gran Mensaje sobre los peligros que amenazan a Francia y al mundo, con el pedido de que lo hicieran pasar a todo Su Pueblo, y revelar el Secreto en 1858.

Era la víspera de acontecimientos históricos que condicionarían las épocas futuras, como ser la publicación del manifiesto de Karl Marx y las revoluciones europeas de 1848, que transformarían la vida de las naciones de casi todo el mundo. Nuestra Señora avisaba contra el poder masónico que, a través de Napoleón III, iría a desencadenar un ataque directo contra Roma católica, preludio de una abertura apocalíptica.

Quien lee el Mensaje de La Salette, cuya mensajera fue perseguida continuamente y murió exiliada en Italia, encontrará allí el aviso del comienzo de las profecías de San Juan, cuando habla de la abertura del pozo del abismo. El Mensaje conmovió al Papa Pío IX y a su sucesor León XIII, que hospedaron a Melania en Roma para que escribiese los pormenores de la Orden de los Apóstoles de los últimos tiempos, dictados por Nuestra Señora.

La ayuda maternal fue acogida, sin embargo, de modo muy limitado. Se puede imaginar qué victoria habría sido para la Religión católica si durante las Apariciones y milagros de Lourdes el fervor católico hubiese sido dirigido, por la Jerarquía y Clero, a la oración y penitencia para reparar a Dios y evitar los males profetizados en La Salette, que Nuestra Señora pedía fuese conocida en aquel mismo año de 1858. Pero el proyecto de muchos obispos y padres era diverso. Aquel mensaje ofendía la frialdad religiosa de tantos y la vidente Melania fue enclaustrada en Inglaterra para asegurar mejor su silencio.

Y he aquí que Roma católica fue duramente atacada durante el Concilio Vaticano I, por dentro y por fuera. Los masones promovían anticoncilios en el campo de las ideas y la toma de Roma en el campo militar. El Papa volvióse un prisionero en su Palacio. Lo que había sido profetizado para la historia de los pueblos había acontecido, pero lo que había sido profetizado para la Iglesia acontecía sólo en el plano material, como ser un ataque externo. Pío IX exigía barreras doctrinales sólidas contra los errores del mundo, así como el Papa León XIII que lo sucedió y que tuvo la visión del ataque demoníaco a la Iglesia, razón por la que estableció que fuesen acrecentadas oraciones y exorcismos después de las misas.

La Misericordia divina se manifestó después de la muerte de este Papa enviando al mundo, a través de la Iglesia, a un santo Pastor que no se cansó de predicar la verdadera paz que consiste en instaurar todo en Cristo. Pero el odio revolucionario que tramara la destrucción de todo poder católico todavía precisaba desmembrar a Austria. Un mundo sordo a los llamados de S. Pío X marchó entonces para la terrible [1]Gran Guerra.

El Papa santo murió en vísperas de ese horrendo conflicto que marcaría el principio del fin de la Civilización cristiana que llevara al mundo toda la Ley revelada.

El año crucial: 1917

Entre las principales maquinaciones actuales, laicas o eclesiásticas, para socavar el sentido cristiano de la historia humana, está la difusión de la idea de que las eventuales señales celestes (hasta que no encuentren otra explicación) sean todas más o menos iguales y fortuitas. Así serían, por ejemplo, las Apariciones marianas, de las cuales mencionamos las principales, ampliamente reconocidas por la Iglesia.

Como se vio a través de los sucesos históricos, justamente lo contrario es verdadero. A los pedidos del Sagrado Corazón de Jesús que quedaron sin atender, dando libre curso a los proyectos revolucionarios, sucediéronse en la escalada de los sucesos anticristianos las intervenciones proféticas y taumatúrgicas de la Virgen Inmaculada. Que éstas estaban en los designios de Dios desde el Génesis nos lo demuestran las Escrituras y la Tradición, además de la constante recordación venida por boca de los Santos, de entre los cuales S. Luis María.

La visión de María Santísima, más terrible para el Demonio y sus secuaces que un poderoso ejército equipado para la guerra, se fue develando a los cristianos, siempre más abatidos y asediados, en una secuencia perfectamente ordenada hasta el acontecimiento de Fátima. Por el conocimiento de la historia podemos verificar esto. No solamente esto, sino que en la profundidad de los mensajes y de sus avisos podemos entender mejor la Historia.

Después de haber visto cómo, en el curso de los acontecimientos mundiales, por haber los hombres ignorado los llamados en nombre de la Verdad y de la Justicia, se llevó a un conflicto enorme y sin salida, precisamos entender cada detalle de la Aparición de Fátima, que nada tiene de fortuita, siendo suscitada por Quien es la Causa de las causas.

Esto puede ser hecho a la luz de la historia reciente, observando la importancia del año 1917 en que Nuestra Señora apareció y habló para preparar acontecimientos insuperables por la importancia escatológica. Y debe ser hecho en el reconocimiento de la causa próxima de esa intervención celeste, que pasa siempre por la Sede de intervención permanente: la Iglesia,

En la primavera de 1917, la Gran Guerra, que ya había cobrado millones de muertos, parecía no tener fin, tan lejos estaban los hombres de solucionar sus problemas. Sucedió entonces que el Papa Benedicto XV fue llevado a pedir pública y universalmente la intervención celeste a través de María, dando instrucciones a su Secretario de Estado a fin de que todos los Obispos del mundo hiciesen añadir a una de las más frecuentes oraciones de los fieles, la Letanía lauretana, la imprecación —Regina Pacis, ora pro nobis—. Esa carta es del día 5 de mayo de 1917.

El día 13 de mayo, ocho días después, la Reina de la Paz se aparece a tres pastorcitos, en Fátima, para traer un gran Mensaje conteniendo la causa de las guerras y los medios necesarios para evitarlas, tanto como los males crecientes que estaban por desencadenarse en el mundo. Eran los pedidos y las promesas del Inmaculado Corazón de María que, debido al enfriamiento de la fe y de la caridad en la Iglesia, quedarían hasta hoy olvidados.

El Papa había pedido la ayuda celeste y recibió una pronta respuesta, en mayo de 1917, a través de las Apariciones que se repitieron, por seis veces, hasta el 13 de octubre de 1917, cuando el extraordinario milagro del sol, hecho —para que todos diesen fe— delante de millares de personas, mostró el sello divino del Acontecimiento de Fátima. Para quien precisase de un sello histórico, helo aquí: días después la Revolución bolchevique tomaba el poder en Rusia, condicionando desde entonces la vida social del mundo.

Esa estrecha sucesión de fechas ya podría bastar para mostrar al Acontecimiento de Fátima como la mayor señal profética de la Era cristiana, después de los tiempos apostólicos. Pero aquella fecha fue crucial para otros diversos acontecimientos. La Masonería había conseguido tal poder que sus adeptos fueron a desafiar a la Iglesia en la propia Plaza de S. Pedro, con un pequeño paseo que exaltaba a Satán reivindicándole el trono papal, en el aniversario de Giordano Bruno. Se formaba la Sociedad de las Naciones, basada sobre los derechos humanos masónicos. Se daba la señal verde para la formación del Estado de Israel con la Declaración del ministro inglés Balfour, evocando en esto el fin del tiempo de las naciones, conforme a S. Lucas (21, 24).

La cuestión principal para los católicos, que podrían añadir tantos otros acontecimientos de orden político y social en esa fecha, es saber si a la sólida embestida externa a la Iglesia, de los poderes del mundo, en esa fecha crucial, no correspondía también una subterránea demolición interna. Esto había sido previsto por S. Pío X, quien, años antes, había condenado y combatido el modernismo, sumidero interno de veneno y herejías.

Pues bien, hoy sabemos que también dentro de la Iglesia, desde 1917, si no hubo una revolución radical, hubo una mutación caracterizada por el espíritu de concordato que pronto daría lugar al espíritu de compromiso, precursores del espíritu conciliar. Y esto quedó luego evidenciado por el comportamiento eclesial ante el extraordinario Acontecimiento de Fátima que, desde el comienzo, fue una piedra de tropiezo, una señal de contradicción. Era un aviso salvador de la Iglesia Celeste que la Iglesia militante tenía dificultades de recibir, entender y cumplir. ¿No es ésta una señal premonitoria de tiempos apocalípticos? He aquí que hemos llegado al encuentro ecuménico de Asís. Consideremos la actitud de los Papas, desde 1917, en relación a Fátima. Benedicto XV pidió la intervención de María Santísima por la paz, en modo universal, y fue atendido. No dio señal alguna, sin embargo, de reconocer la respuesta. Pío XI, citado en el Mensaje, apoyó el culto de Fátima e instituyó la fiesta de Cristo Rey, pero no atendió a la consagración pedida. Pío XII, llamado el Papa de Fátima, atendió personalmente a ese pedido, pero sin ordenarlo a los Obispos. Promulgó el Dogma de la Asunción y tuvo cuatro visiones del milagro del sol en los Jardines Vaticanos, pero su consagración de Rusia fue incompleta.

Mientras tanto, el Tercer Secreto del Mensaje de Fátima había sido llevado al Vaticano para ser conocido en 1960. Pío XII murió en 1958, parece, sin conocerlo; Juan XXIII leyó el Secreto, pero debe de haberlo considerado por demás inverosímil o nocivo a sus proyectos conciliares porque mandó archivarlo. Más tarde inauguraría el Concilio Vaticano II diciendo querer apartarse de los profetas de desgracias. Paulo VI continuó y concluyó ese concilio, cuya respuesta a Fátima veremos enseguida.

Este Papa fue a Fátima en 1967 (50 años de las Apariciones), después de haber ido a la ONU, pero les habló de justicia y paz sin mencionar los medios ofrecidos por Nuestra Señora de Fátima para obtenerlas. Fue el Papa que adaptó la Santa Misa a los protestantes, que transfirió la libertad de la Iglesia a las conciencias de los ciudadanos del mundo y, la Tiara, símbolo de la soberanía de Cristo Rey, a los pobres. No escondió que ponía toda su esperanza de paz en la ONU y murió angustiado por el aumento de las matanzas y terrorismos.

Veamos ahora cómo el Concilio de los Papas Juan y Pablo se comportó en relación a Nuestra Señora de Fátima. Había en este sentido cuatro grandes cuestiones: —Las Apariciones venían a evidenciar la verdad siempre acreditada por la Iglesia, acerca de la Mediación de María Santísima. Este era el asunto de un esquema especial preparado sobre Nuestra Señora; —Los Novísimos se tornaban una prioridad pastoral para nuestra época incrédula e indiferente y habían sido recoedados con fuerza en Fátima, por la visión del infierno a los pastorcitos; —El mayor mal de nuestra época es el comunismo "intrínsecamente perverso" que multiplica sus opresiones y persecuciones. Es el gran error esparcido por Rusia, como había avisado Nuestra Señora de Fátima; —La gran promesa y única salida para esos errores impuestos por una potencia militar sin precedentes históricos fue ofrecida en Fátima a través del pedido de la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María hecha por el Papa junto con todos los Obispos católicos. El Concilio era la ocasión ideal.

Estas cuestiones fueron recordadas también por centenares de Padres Conciliares, lo que agrava todavía más la sistemática censura que recibieron del principio al fin del Concilio. Veamos. Ya desde el comienzo, se levantó la oposición de las fuerzas neo-ecumenistas a todo lo que recordase a la Madre de Dios que los Protestantes no aceptan. —El esquema especial fue reprobado y fundido con el esquema sobre la Iglesia, evitando tratar acerca de la Mediación de María;[1] —El recuerdo de los Novísimos: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria, debe de haber sido considerado por demás infantil para ser repetido en sede tan alta, porque en los documentos conciliares poco o nada se habla de eso, pero especialmente del Infierno, que Nuestra Señora quiso hacer recordar por la Iglesia con las Apariciones de Fátima; —Sobre el comunismo, se supo después que había un veto implícito de discutirlo y, más todavía, de condenarlo, resultado de un compromiso para obtener la presencia de los representantes del Patriarcado de Moscú que, desde hacía mucho, era una "filial religiosa" del gobierno soviético; —Está claro que en esas circunstancias la Consagración pedida era irrealizable. El Mensaje ya había sido dejado de lado y puesto en un cajón antes, mostrando que el espíritu del Concilio es antagónico al espíritu de Fátima, a pesar de todos los engaños y apariencias.

Cuando después se analizaron mejor los documentos de ese Concilio antimariano, quedó clara la acción de un espíritu herético y cismático que estaba contra Fátima como estaba contra la misma doctrina católica. La gravedad del hecho se mostró enteramente por los frutos conciliares que llevaron a la inexorable autodemolición de la Iglesia.

—"Las cosas más espantosas y extrañas sucederán en este siglo —los profetas profetizaban la mentira y los sacerdotes aplaudían con sus manos; y los católicos simpatizaron con esas cosas...". Se completaba el cuadro monstruoso que vivimos: El mundo poseído por una potencia atea, por los poderes masónicos y panteístas, por la Sinagoga anticristiana y por el Islam antitrinitario y todos en contubernio con la Babilonia conciliar. He aquí la dimensión del aviso de Fátima que no supimos ver.

Al fin, el triunfo de María

En la miopía espiritual que envuelve a multitudes de católicos, parece imposible ver que el Acontecimiento de Fátima, que ya demostró su dimensión en la historia de la Iglesia, está apenas en el principio. Las palabras del profeta Daniel, cuando habla de la piedra que se desprende del monte sin intervención de manos humanas y va a abatir al coloso que domina sobre los pueblos, deben parecer inverosímiles hoy, como la conversión del Imperio Romano al Cristianismo debería parecer a los paganos en el tiempo de Constantino. Y con todo, el designio de triunfo del Reino de Dios no sólo fue como es, una realidad viva en la Historia, sino que es la razón misma de la historia de los hombres.

Es la Fe que ilumina esta verdad repetida en el Mensaje de Nuestra Señora de Fátima. Pero la verdad se sustenta por sí sola, igualmente sin nuestros sentimientos y devociones. Vamos entonces a preparar un razonamiento sobre la situación presente, para que consideremos mejor lo que los católicos deben pensar, esperar y hacer en relación al mundo, en el momento actual.

La gravedad de la degeneración moral y cultural presente se revela por el desorden, la discordia y la destrucción del ambiente, que nunca fue tan global e insoluble porque los hombres nunca estuvieron tan armados y equipados para la autodestrucción y tan indiferentes o desviados de los valores vitales que sólo la Religión puede dar. De hecho, el meollo de todo problema humano es de orden religioso. Y cuando predomina el desamor por la verdad, se instaura la operación del error que hace que los indiferentes a la verdad crean en la mentira y se complazcan en la iniquidad.

Esa decadencia religiosa lleva al estancamiento final de que habló Nuestro Señor: "Y por la multiplicación de la iniquidad se enfrió la caridad en muchos." Ahora, como sólo la caridad en la verdad puede vencer la iniquidad, cuando falta no hay más salida humana posible. En otras palabras, cuando la sociedad está en crisis moral, sólo la caridad de la Iglesia puede ayudarla, pero si ésta se enfrió, no hay más recursos en la tierra. En el diálogo con el mundo, muchos pastores hoy llegan a justificar sus males y errores.

Esto quedó claro ante el Mensaje de Fátima, donde Nuestra Señora había hablado de los errores esparcidos por Rusia, o sea, del ateísmo y del comunismo soviéticos, que ya habían sido acusados y condenados por la Iglesia antes del Concilio como doctrinas intrínsecamente perversas con las que cualquier forma de cooperación era imposible. Si esos males avanzan en el mundo sin la resistencia de la Fe y de la Caridad, ¿no pueden destruirlo?

Con esas consideraciones, podemos decir que la situación presente es de una gravedad sin precedentes históricos, sea por las dimensiones de los males que amenazan a los hombres, sea por la carencia de las defensas reales de que disponemos. Pero, ¿no es justamente esto lo que fue profetizado por Nuestra Señora de Fátima? ¿Y no fue justamente por esto que nos fueron ofrecidos medios sobrenaturales imprescindibles para salir de ese espantoso estancamiento?

Volvamos a la profecía de los males presentes, dada el día 13 de julio de 1917, después que la Madre de Dios mostró el Infierno a los tres niños para acentuar la gravedad de Sus palabras: "Si hicieren lo que Yo voy a deciros, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios... [El] va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Padre Santo." Notemos en par­ticular: el condicional "si" [repetido más de tres veces]; el castigo del mundo por medio... de persecuciones a la Iglesia y al Padre Santo.

El condicional configura ahí la única salida, que no hace más que confirmar el análisis de la situación objetiva presente, sin mencionar el hecho de que esa ayuda celeste ha sido necesaria y ha entrado en los designios de Dios, tornándola única y suprema. Negarlo sería considerar los consejos divinos como superfluos, coyunturales o mutables. Porque no se supo leer y atender el Mensaje, estalló la Segunda Guerra y Rusia esparció sin obstáculos sus errores por el mundo, como fuera profetizado.

En cuanto al castigo del mundo por medio de persecuciones a la Iglesia y al Papado, sólo puede ser comprendido a la luz de la realidad arriba descrita: esto es, en la doctrina católica y en el testimonio valiente de la verdad por parte del Papa y de los Fieles consagrados están las únicas barreras verdaderas a los males que destruyen las sociedades humanas. Faltando éstas debido a una persecución destructora externa o, peor todavía, interna, los errores y los males avanzarán en el mundo hasta destruirlo. Atacando la verdad, el mundo perece por la mentira. Y con esto tenemos también la confirmación de que los últimos recursos no están más en este mundo.
Pasemos entonces a lo que debemos esperar y hacer para que esa tragedia cese.

Los católicos saben que las puertas del Infierno no prevalecerán Jamás sobre la Iglesia, a pesar del estado decadente de sus miembros jefes, pues Ella fue ordenada por Dios para salvación de los hombres y para testimonio perenne de Su gloria. Pero saben también que serán puestos a prueba, a fin de que la fe, la esperanza y la caridad se libren de todo vínculo de voluntades humanas y busquen solamente hacer la voluntad de Dios.

El auge de esa prueba fue para el Pueblo elegido el dominio extranjero de Jerusalén y la destrucción del Templo. En la reedificación de éste y en la victoria final, cuando todo parecía humanamente perdido, se manifestó para todo el mundo la gloria del Dios de los ejércitos. No será diferente hoy para la Iglesia. Sus victorias no dependen de los hombres, sino del cumplimiento, por parte de éstos, de los designios victoriosos del Salvador.

He aquí, entonces, que la aparente destrucción de la Iglesia por parte de su propia Jerarquía y Clero entra ciertamente en los insondables consejos divinos manifestados en este siglo, en Fátima. Nuestra Señora dijo, el 13 de julio de 1917: "Al fin mi Corazón Inmaculado triunfará. El Padre Santo Me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz." Y "al fin" evidencia un largo vacío.

Años más tarde, cuando el Mensaje de Fátima continuaba ignorado, el Divino Maestro manifestaba nuevamente Su voluntad a la vidente Lucía, diciendo: "Quiero que toda Mi Iglesia reconozca esa consagración como un triunfo del Corazón Inmaculado de María, para después extender Su culto e introducir, al lado de la devoción de Mi Divino Corazón, la devoción de este Inmaculado Corazón."

Como se ve, el triunfo no consiste en la conversión de Rusia, sino que ésta es la consecuencia de algo que la determina, la consagración, y el reconocimiento del poder de ésta es la condición puesta por la voluntad divina para conceder todo lo demás. Con esto queda claro que el triunfo del Inmaculado Corazón está en una conversión anterior a la de Rusia y que tornará ésta posible por la consagración. ¿Cuál sino la reconversión de la propia Iglesia a la Fe íntegra y pura que puede mover montañas y convertir una potencia atea?

Sabemos que esa consagración ya fue intentada, desde 1942, con Pío XII. Pero, o faltó la mención explícita de Rusia o la participación de todos los Obispos católicos.

No se cumplió el pedido de la Santísima Virgen, y esta situación hizo que la situación de la Fe a la cual debería ser convertida Rusia empeoró con el nefasto ecumenismo conciliar. Y aún así el recurso ofrecido continúa lo mismo: es el primero y será el último. ¿Cómo hacer para recordarlo y testimoniar el poder único de la consagración delante del mundo?

También para esto nos fue dado un medio por el Mensaje de Fátima. Es el Tercer Secreto que está oculto en el Vaticano[2], de cuya existencia se sabe en toda la Tierra. Ese texto es misterioso sólo en los términos, pues tanto por el orden en que está colocado en el Mensaje, después de las palabras "el Dogma de la fe", como por el hecho de haber sido omitido justamente en vísperas del Concilio Vaticano II, como por la devastación eclesial que se desencadenó justamente a partir de los años 60, cuando debería haber venido a la luz, podemos tener la certeza moral de que habla de la persecución interna de la Iglesia, por obra de autoridades decaídas en la Fe. Este es el mayor castigo del mundo.

El acontecimiento de Fátima mostró desde el comienzo su sello divino por el milagro del sol. Lo mismo el Mensaje, por la realización de la profecía sobre los males del mundo actual. Esto, sin embargo, no bastó para un mundo incrédulo y una Religión enfriada. He aquí que el último recurso está en el Secreto que, como un testamento reservado para el fin, mostrará todavía la profecía sobre la devastación religiosa que se operó ignorando Fátima y hará luz sobre todos los desvíos y errores que traspasaron el Corazón de María y de la Iglesia, "para que fuesen develadas las intrigas que muchos disimulaban en sus ánimos".

Debemos, pues, recurrir a Dios para que revele plenamente el Mensaje salvador. Y no puede haber medio mejor para hacerlo que por la Santa Misa, en el venerable Rito en uso en los días de las Apariciones. El reconocimiento y amor por la Señal de la voluntad divina es el comienzo de toda obra de caridad, que sólo así volverá a ser ardiente.

Conmemoremos entonces los setenta años del Acontecimiento de Fátima en reparación por la ingratitud con que fue recibido y pidiendo con fuerza que sea plenamente conocido y difundido para la salvación de muchos hombres y para mayor gloria de Dios.

Araí Daniele
Revista Roma N° 99 
Mayo de 1987


[1] N. de R.: Puede leerse al resuelto el capítulo X de "El concilio del papa Juan", de Michael Davies, Ed. ICTION, 1981, pp. 175-189.
[2] N. de C. A.: Como sabemos, el Vaticano apóstata, ante las presiones del mundo católico, publicó un falso secreto.