CAPÍTULO 6
En que se ponen otras consideraciones y modos de prepararse
para la
sagrada Comunión muy provechosas.
Entre otras consideraciones con que nos podemos preparar para la
sagrada Comunión, es muy propia la memoria de la Pasión, considerando
aquella inmensidad de amor con que el Hijo de Dios se ofreció por
nosotros en la cruz; porque una de las razones principales por que Cristo
nuestro Redentor instituyó este divino Sacramento, fue para que
tuviésemos siempre presente y viva en la memoria su Pasión, y así nos
mandó que cada vez que la celebrásemos, nos acordásemos de ella.
[Haced esto en memoria mía] (Lc., 22, 19). Y nos lo repite el glorioso
Apóstol San Pablo (1 Cor., 2, 26): [Todas las veces que comiereis este pan
y bebiereis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor]. Y así, San
Buenaventura aconseja mucho esta devoción, que cada vez que vayamos a
comulgar, consideremos un paso de la Pasión. Y él dice que usaba hacerlo
así, y con esto su ánima se derretía en amor de Dios (Cant., 5, 6).
El bienaventurado San Crisóstomo dice que el que se llega a
comulgar ha de hacer cuenta que todas las veces que comulga pone la boca
en aquella preciosa llaga del costado de Cristo y chupa su sangre
participando de todo lo que Él nos ganó con ella. Santa Catalina de Sena
cada vez que comulgaba hacia cuenta que iba, como cuando era niña, al
pecho de su madre. Otros, como este soberano Sacramento es memoria de
la Pasión de Cristo, imaginan a Cristo crucificado, hacen Calvario de su
corazón, y fijan allí la cruz del Señor, y abrazándose con ella, recogen en
sí las gotas de sangre que por ella caen. Otros hacen cuenta que se hallan
en aquella cena que cenó Cristo nuestro Redentor con sus discípulos la
noche de su Pasión, como si estuvieran allí sentados entre los Apóstoles y que reciben de su mano su sagrado cuerpo y sangre. Y ésta no es
solamente consideración y representación de aquella cena, sino en realidad
de verdad es aquella misma cena y el mismo convite; y el mismo Señor,
que dio entonces su cuerpo y sangre a sus Apóstoles, el mismo nos lo da
ahora a nosotros por ministerio de los sacerdotes, y con el mismo amor que
entonces lo dio.
También es muy buena preparación ejercitarse en la consideración de
los puntos siguientes: Lo primero, quién es el Señor que viene, que es el
Criador de todas las cosas, Rey y Señor de los Cielos y tierra. Dios de
infinita majestad y perfección. Lo segundo, a quién viene, que es a mí, que
soy polvo y ceniza, y que muchas veces le he ofendido. Lo tercero, a qué
viene, que es a comunicarme el fruto de su Pasión y los dones
preciosísimos de su gracia. Lo cuarto, qué le mueve a venir, que es, no su
interés, porque es Señor de todas las cosas y no tiene necesidad de nadie
sino puro amor y deseo de que mi ánima se salve y esté siempre
acompañada de su gracia. Lo quinto, ejercitarse en los actos de las tres
virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
Y porque nosotros no podemos dignamente prepararnos para recibir
este Señor si Él no nos lo da, le hemos de pedir que Él disponga y atavíe
nuestra alma con la humildad, limpieza, amor y reverencia que conviene,
alegándole para ello aquella razón común: Señor, si un rey poderoso y rico
se hubiese de hospedar en casa de una viuda pobre, no esperaría que ella le
aderezase el palacio donde había de reposar, sino enviaría delante su
recámara y criados que lo aderezasen. Pues hacedlo Vos así con mi alma
pobre, pues venís a hospedaros en ella: enviad, Señor, vuestra recámara
delante, y vuestros ángeles la adornen y aderecen como conviene para
recibir a tal Señor y a tal Esposo, conforme a aquello del Apocalipsis (21,
2): [Y yo, Juan, vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén que bajaba del
Cielo adornada por Dios, como esposa ataviada para su esposo]. Y
volviéndonos a la soberana Virgen y a los Santos, nuestros devotos,
pidámosles con humildad nos alcancen el cumplimiento de esta petición.
Fuera de estas preparaciones, añadiremos aquí una muy fácil y muy
provechosa y de mucho consuelo para todos. Cuando no llegareis a tener
aquel fervor y aquellos deseos encendidos que querríais y era razón tener para
recibir tan gran Señor, ejercitaos en tener gran voluntad y deseo de tener
esos deseos, y con eso supliréis lo que os falta; porque Dios mira el
corazón, y recibirá y aceptará lo que deseáis tener, como si lo tuvieseis,
conforme aquello del Profeta (Sal. 9, 38): [El deseo de los pobres oísteis, Señor; al aparejo de su corazón atendió tu oído]. Esta devoción
preparación dice Blosio que enseñó Dios a Santa Matilde. Le dijo una vez
el Señor: Cuando has de recibir la sagrada Comunión, desea a gloria de mi
nombre tener todo el deseo y amor con que ardió algún tiempo para
conmigo el más encendido corazón,: y de esta manera te puedes llegar a
Mí, porque pondré Yo los ojos en aquel amor, y lo recibiré conforme como
deseas tenerlo. Lo mismo se lee de Santa Gertrudis. Estando esta Santa un
día para recibir el santísimo Sacramento, como recibiese mucha pena por
no estar tan preparada, rogó a la gloriosa Virgen María y a todos los
Santos, que ofreciesen a Dios por ella toda la preparación y merecimientos
con que cada uno de ellos se había preparado algún día para recibirle; por
lo cual la dijo el Señor: Verdaderamente que delante de los cortesanos del
Cielo pareces con aquel aderezo que pediste. De manera que será muy
buena disposición y preparación desear llegar a recibir este santísimo
Sacramento con aquel fervor y amor con que los grandes Santos se
llegaban a Él, y desear y pedir al Señor que lo que a nosotros nos falta, lo
supla de los merecimientos y virtudes de Jesucristo y de sus Santos. Y de
esto mismo nos podemos ayudar para el hacimiento de gracias, como
luego diremos; y tratando de la oración dimos también este medio para
suplir nuestras faltas.
Con éstas u otras semejantes consideraciones hemos de despertar en
nosotros la actual devoción con que los Santos dicen que nos hemos de
llegar a la sagrada Comunión, unas veces con unas y otras con otras, como
cada uno mejor se hallare; pero se ha de advertir que para prepararnos de
esta manera y hacer en esta parte lo que debemos, es menester que
tomemos algún tiempo para gastar en ello.
Nuestro Padre Francisco de Borja, en el tratado que hace de la
preparación para la sagrada Comunión, pone tres días antes para
prepararse y tres días después para hacimiento de gracias, y da muchas
consideraciones y ejercicios en que se ocupen estos días; v sería éste un
medio muy bueno para andar toda la semana y toda la vida devotos y
recogidos, parte con la esperanza de recibir tan gran Señor, parte con la
memoria del beneficio recibido. Porque sólo pensar: mañana tengo de
comulgar, o acordarme que hoy o ayer comulgué, basta para traer recogido
el corazón; pero si no fuere tanto como eso el tiempo que tomáremos para
esta preparación, a lo menos es razón que aquella mañana que uno ha de
comulgar, gaste la oración o parte de ella en alguna o algunas de las
consideraciones dichas.
Y ayudará mucho que la noche antes de la Comunión, cuando nos
vamos a acostar, sea con aquel cuidado y pensamiento que tengo de
comulgar mañana, y cuantas veces despertáremos sea con el pensamiento.
Y a la mañana, apenas haber abierto los ojos, cuando ya estemos abrazados
con el mismo pensamiento. Porque si para la oración de cada día pide esto
vuestro Padre en las advertencias que para ella da [73] [74], ¿cuánto mayor
será que se haga el día que hemos de recibir tan alto Sacramento?
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS
Padre Alonso Rodríguez, S.J.