lunes, 2 de noviembre de 2009

EL PURGATORIO



San Francisco de Sales era de la opinión que de la meditación del Purgatorio podemos sacar más motivos de consuelo que de temor; porque la mayor parte de los que temen tanto el Purgatorio, lo temen porque sólo miran a su interés, y por amor de si mismos más que por los intereses de Dios; y esto nace de que en los púlpitos suelen ponderarse sólo las penas de aquel lugar, y no las felicidades y la paz que gozan las almas detenidas en él.

Es cierto que los tormentos son tan grandes que no pueden compararse con ellos los dolores más extremados de esta vida; pero también lo es que los consuelos interiores son allí tales, que no hay prosperidad ni contento en la tierra que pueda igualarse con ellos.

Primero: las almas están allí en una continua unión con Dios.

Segundo: ellas están perfectamente sujetas y resignadas a la voluntad divina; o por mejor decir, su voluntad está de tal modo transformada en la de Dios, que no pueden querer sino aquello mismo que Dios quiere; de manera que si se les franquease el Paraíso, se precipitarían en el infierno, antes que presentarse delante de Dios con las reliquias de las manchas que todavía tuviesen.

Tercero: ellas se purifican allí voluntaria y amorosamente, porque ése es el beneplácito de Dios.

Cuarto: ellas quieren estar allí en aquella manera misma que es del agrado de Dios, y por todo el tiempo que Dios quisiere.

Quinto: ellas son impecables; y así no pueden sentir el menor movimiento de impaciencia, ni cometer la mayor imperfección.

Sexto: aman a Dios más que a sí mismas y más que a todas las cosas, pero con un amor cumplido, puro y desinteresado.

Séptimo: ellas reciben allí los consuelos de los Ángeles.

Octavo: están seguras de su salvación eterna, con una esperanza tan firme, que no es capaz de confundirse en su espera.

Noveno: su amargura, aunque amarguísima, está en medio de una profundísima paz.

Décimo: si padecen una especie de infierno en los dolores, están en un paraíso en cuanto a la dulzura que derrama en su corazón la caridad; caridad más fuerte que la muerte, y más poderosa que el infierno, cuyas lámparas son todo fuego y llamas.

Undécimo: ¡estado dichoso! Más apetecible que temible; pues aquellas llamas son llamas de luz y caridad.

Duodécimo: estado, sin embargo de todo esto, temible; pues se les retarda el fin de toda consumación, que consiste en ver a Dios y amarle, y absortas en esta vista y este amor, alabarle y glorificarle por toda la duración de la eternidad.

Acerca de esto aconsejaba mucho San Francisco la lectura del admirable Tratado del Purgatorio, que escribió santa Catalina de Génova. Por su consejo lo he leído y releído con frecuencia y atención, pero siempre con nuevo gusto y aprovechamiento; y confieso que en la materia no he leído jamás cosa que tanto me haya satisfecho. Aun he persuadido a algunos protestantes a que lo lean, y han quedado muy contentos; entre otros, uno muy sabio, que me confesó que si le hubiese dado a leer este tratado antes de su conversión, le hubiera movido él solo más que todas las disputas que había sostenido en esta materia.

Pero si esto es así, se me replicará, ¿por qué se recomienda tanto el rogar a Dios por todas las almas del Purgatorio?

Es porque, no obstante las ventajas referidas, el estado de aquellas almas es muy doloroso y verdaderamente digno de toda nuestra compasión; y porque además de todo esto, se retarda a Dios la gloria y alabanza que ellas le han de dar estando en el cielo.

Estos dos motivos nos deben obligar a procurarles con empeño una pronta libertad por medio de nuestras oraciones, ayunos, limosnas y toda suerte de buenas obras, y especialmente por la ofrenda del Santo Sacrificio de la Misa.

Monseñor Pedro Camus,
El Espíritu de San Francisco de Sales

Tomado de la revista IESUS CHRISTUS nº 40.