viernes, 13 de noviembre de 2009

LA JUGADA MAESTRA DE SATANAS


Sabemos por el Génesis y; mejor aún, por Nuestro Señor Jesucristo mismo, que Satanás es el padre de la mentira. En el versículo 44 cap. 8, del Evangelio de San Juan, Nuestro Señor apostrofa a los judíos diciéndoles: "Vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él es homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él. Cuando dice mentira habla de lo suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira...".

Satanás es homicida en las persecuciones sangrientas, padre de la mentira en las herejías, en todas las falsas filosofías y en las palabras equívocas que son la base de las revoluciones, de las guerras mundiales y de las guerras civiles.No deja de atacar a Nuestro Señor en su cuerpo místico que es la Iglesia. En el transcurso de la historia ha empleado todos los medios, y uno de los últimos y más terribles ha sido la apostasía oficial de las sociedades civiles.

El laicismo de los Estados ha sido, y sigue siendo, un inmenso escándalo para las almas de la gente. Por este camino, Satanás ha conseguido poco a poco secularizar y quitar la fe a muchos miembros de la Iglesia y del Estado, hasta el punto de que esos falsos principios de separación de la Iglesia y del Estado, de libertad religiosa, de ateísmo político y de la autoridad como algo que emana de los individuos han acabado por invadir los presbiterios, los curias episcopales y hasta el Concilio Vaticano II.
Para lograrlo, Satanás ha inventado palabras clave que han logrado que los errores modernos y modernistas entren en el Concilio: la libertad se ha introducido a través de la libertad religiosa o libertad de religión; la igualdad a través de la colegialidad, que ha introducido los principios del igualitarismo democrático en la Iglesia; y, por fin, la fraternidad a través del ecumenismo que abraza todas las herejías y errores y da la mano a todos los enemigos de la Iglesia.
La jugada maestra de Satanás consiste, pues, en difundir los principios revolucionarios introducidos en la Iglesia por la autoridad de la misma Iglesia, poniendo a esta misma autoridad en una situación de incoherencia y de contradicción permanente. Mientras este equívoco no se disipe, los desastres se multiplicarán en la Iglesia. Al hacerse equívoca la liturgia, el sacerdocio se hace igualmente equívoco; y al haberse hecho también equívoco el catecismo, la fe, que sólo puede mantenerse en la verdad, se disipa. La misma jerarquía de la Iglesia vive en un equívoco permanente, entre la autoridad personal recibida por el sacramento del orden, y la misión del Papa o del obispo y los principios democráticos.

Hay que reconocer que la baza se ha jugado bien y que se ha usado maravillosamente la mentira de Satanás. La Iglesia va a destruirse a sí misma por vía de obediencia. La Iglesia se va a convertir al mundo herético, judío y pagano por obediencia, por medio de una liturgia equívoca, de un catecismo ambiguo y lleno de omisiones, y de instituciones nuevas basadas en principios democráticos.

Las órdenes, contraórdenes, circulares, constituciones y mandatos, están tan bien manipulados, tan bien orquestados y apoyados por los omnipotentes medios de comunicación social y por lo que queda de los movimientos de Acción Católica (todos marxistoides), que los fieles sencillos y los buenos sacerdotes repetirán, con el corazón roto pero dócil: "¡Hay que obedecer!" ¿A qué o a quién? No se sabe muy bien: ¿A la Santa Sede, al Concilio, a las comisiones, a las conferencias episcopales? Uno se pierde, lo mismo entre los libros litúrgicos que entre los ordos diocesanos o la maraña inextricable de catecismos, de "oraciones del tiempo presente", etc. Hay que obedecer a pesar de los sacerdotes que apostatan, del absentismo de los obispos (salvo para condenar a los que quieren conservar la fe), del matrimonio de las personas consagrados a Dios, de la comunión de los divorciados, de la intercomunión con los herejes, etc. "¡Hay que obedecer!". Los seminarios se vacían y se venden, y lo mismo los noviciados, las casas de religiosas y las escuelas. Se saquean los tesoros de la Iglesia, los sacerdotes se secularizan y se profanan en su modo de vestir, en su lenguaje y en su alma... "¡Hay que obedecer! Roma, las conferencias episcopales, el sínodo presbiterial lo quieren así!". Es lo que repiten todos los ecos de las Iglesias, periódicos y revistas: "aggiornamento" y apertura al mundo. Pobre del que no esté de acuerdo. Se le puede patear, calumniar y privarle de todo lo que le permite vivir. Es un hereje, un cismático y sólo merece la muerte.Realmente, Satanás ha logrado una jugada maestra: logra que los que conservan la fe católica sean condenados por los mismos que deberían defenderla y propagarla.Ya es hora de recobrar el sentido común de la fe y de recobrar la verdadera Iglesia, oculta bajo la falsa careta del equívoco y de la mentira. La verdadera Iglesia, la verdadera Santa Sede, el sucesor de san Pedro y los obispos, en cuanto se someten a la tradición de la Iglesia, no nos piden ni pueden pedirnos que nos hagamos protestantes, marxistas o comunistas. Lo cierto es que podría creerse, al leer algunos documentos, constituciones, circulares y catecismos, que se nos pide que abandonemos la verdadera fe en nombre del Concilio, de Roma, etc.

Debemos negarnos a hacernos protestantes, a perder la fe y a apostatar como lo ha hecho la sociedad política tras los errores difundidos por Satanás en la Revolución Francesa de 1789. Nos negamos a apostatar, ya sea en nombre del Concilio, de Roma o de las Conferencias episcopales.Por encima de todo, seguimos estando unidos a todos los concilios dogmáticos que han definido nuestra fe para siempre. Todo católico digno de ese nombre debe rechazar todo relativismo y evolución de su fe en el sentido dé que lo que fue definido solemnemente en otro tiempo por los concilios ya no sea válido hoy y pueda ser modificado por otro concilio, y con más razón si sólo es pastoral.La confusión, la imprecisión, las modificaciones de los documentos sobre la liturgia y la precipitación en la aplicación, manifiestan de modo evidente que no se trata de una reforma inspirada por el Espíritu Santo. Esta forma de obrar es totalmente contraria a las costumbres romanas, que actúan siempre "cum concilio et sapientia". Es imposible que el Espíritu Santo haya inspirado la definición de la misa según el artículo 7 de la Constitución (1), y más increíble es que se haya sentido la necesidad de corregirla después. Eso es confesar que se había deformado la más importante realidad de la Iglesia: el santo sacrificio de la Misa.Hay que reconocer que la presencia de protestantes en la reforma litúrgica de la Misa plantea un dilema del que es difícil sustraerse.
Su presencia significaba o que se les invitaba a reajustar su culto a los dogmas de la Santa Misa, o que se les preguntaba qué les resultaba desagradable en la Misa católica, con el fin de eliminar las expresiones dogmáticas inadmisibles para ellos. Es evidente que esta segunda solución es la que fue adoptada, cosa inconcebible y no inspirada, desde luego, por el Espíritu Santo.Cuando se sabe que esta concepción de la "misa normativa" es la del Padre Bugnini y que se impuso tanto al Sínodo como a la Comisión de Liturgia, cabe pensar que hay Roma y Roma: la Roma eterna en su fe, sus dogmas, su concepción del sacrificio de la Misa; y la Roma temporal influida por las ideas del mundo moderno, influencia de la que no se escapó el mismo Concilio, que, de propósito y gracias al Espíritu Santo, sólo quiso ser pastoral.Santo Tomás se pregunta en la cuestión de la corrección fraterna si conviene ejercerla a veces con los superiores. Con todas las distinciones oportunas, el Ángel de las Escuelas responde que tiene que hacerse cuando se trata de la fe.¿Y quién puede, en conciencia, decir que hoy la fe de los fieles y de toda la Iglesia no está gravemente amenazada en la liturgia, en la enseñanza del catecismo y en las instituciones de la Iglesia?Léase y vuélvase a leer a San Francisco de Sales, a San Belarmino, a San Pedro Canisio y a Bossuet, y se verá con asombro que tuvieron que luchar con los mismos extravíos. Pero esta vez el drama extraordinario consiste en que estas desfiguraciones de la tradición nos vienen de Roma y de las Conferencias Episcopales.
Así, pues, si se quiere conservar la fe, por fuerza hay que admitir que algo anormal ocurre en la administración romana. Por supuesto, hay que mantener la infalibilidad de la Iglesia y del Sucesor de Pedro, también hay que admitir la trágica situación en la que se encuentra nuestra fe católica a causa de las orientaciones y documentos que nos vienen de la Iglesia. Luego, la conclusión vuelve a lo que decíamos al principio: el demonio reina por el equívoco y la incoherencia, que son sus medíos de combate y que engañan a los hombres de poca fe.Tiene que denunciarse valientemente este equívoco con el fin de preparar el día que la Providencia elija para señalarlo oficialmente a través del Sucesor de Pedro. No se nos llame rebeldes u orgullosos, porque no somos nosotros los que juzgamos.

Es el mismo Papa el que, como sucesor de Pedro, condena lo que por otro lado aconseja. Es la Roma eterna la que condena a la Roma temporal. Nosotros preferimos obedecer a la eterna.Pensamos con plena conciencia que toda la legislación que se ha puesto en práctica desde el Concilio es por lo menos dudosa y, en consecuencia, nos remitimos al canon 23 que trata este caso y nos pide que nos atengamos a la ley antigua.Estas palabras les parecerán a algunos ofensivas para la autoridad, pero muy al contrario, son las únicas que protegen la autoridad y verdaderamente la reconocen, porque la autoridad no puede existir más que para la Verdad y para el Bien y no para el error y el vicio.

A 13 de octubre, en el aniversario de las apariciones de Fátima. Año 1974.Que María se digne bendecir estas líneas y dar frutos de Verdad y Santidad.(2)

+ Monseñor Marcel Lefebvre

NOTAS:
(1) Se trata de la Institutio generalas Missalis romani que sirve de prefacio al misal de 1969. El artículo en cuestión dice así: "La Cena del Señor, o Misa, es la asamblea sagrada o congregación del pueblo de Dios, reunido bajo la presidencia del sacerdote para cele brar el memorial del Señor. De ahí que sea eminentemente válida, cuando se habla de la asamblea local de la Santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: "Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt. 18, 20)".

(2) Le Coup Maitre de Satan, págs. 5-9
Tomado de Semper Fidelis.