jueves, 16 de septiembre de 2010

MÁXIMAS DE SAN PABLO DE LA CRUZ (IX)

La Pasión de Jesucristo y la Santa Oración

I
Yo creería faltar a mi deber, como dice S. Buenaventura, si pasara un solo día sin pensar en la Pasión de mi dulce Jesús. No olvidéis que vuestro más importante negocio es el de salvar vuestra alma; pues todos los días pensad ante todo en ella, aplicándoos a lo menos por espacio de un cuarto de hora, al piadoso ejercicio de la santa oración sobre la vida, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Haced esto por la mañana antes de salir de vuestro aposento. ¡Oh, qué alegría para el cielo y qué satisfacción para vuestro ángel de guarda, veros hacer oración! No omitáis nunca este santo ejercicio.

II
¡Oh! Yo quisiera que todo el mundo comprendiera la importancia y la necesidad de la Santa oración, y se aplicara a ella!... ¡Qué desgracia que haya tan pocos cristianos que conocen el tesoro oculto en la oración y unión con Dios, y los peligros á que están diariamente expuestos los que no se dedican a tan piadoso ejercicio! ¡Ay! Fácilmente se entra en el camino de la perdición, cuando se deja la oración.

III
El alma que se aplica a la oración vive más íntimamente unida a Dios, y por medio de esta unión con el Sumo Bien se enriquece de todos los bienes, hace grandes cosas con humildad y anonadamiento de sí misma, y se dispone a quedar toda absorta en Dios en la contemplación, porque el amante divino la atrae y la diviniza, por decirlo así, mediante esta íntima unión. Ejercitaos mucho en el conocimiento de vuestra nada, y luego arrojad esta nada en la inmensidad de Dios que es todo.

IV
Si Dios os ha dado el don de oración, sed fiel, velad y no descuidéis la práctica de las virtudes y la imitación de Jesucristo. Comenzad siempre vuestra oración por uno de los misterios de la Pasión, y entreteneos en piadosos soliloquios, sin hacer esfuerzos para meditar. Si Dios os atrae al silencio de amor y de fe en su seno divino, no turbéis la paz de vuestra alma con reflexiones y palabras.

V
La piedra de toque de la oración son los frutos que ella produce. –Se va al jardín, no para coger las hojas, sino las frutas; de la misma manera, en el jardín sagrado de la oración, no se han de buscar las hojas de la devoción sensible y de los consuelos, si no: coger frutos sazonados de la imitación de las virtudes de Jesucristo.

VI
Sed fiel en corresponder a los beneficios sin número que habéis recibido del Señor; esta fidelidad es una preparación a las más grandes gracias y a las más altas luces que hará que vuestra alma tenga más amor hacia Dios, adquiera una virtud más sólida, y la practique de una manera más heroica.

VII
No abandonemos el ejercicio de las virtudes ni la santa presencia de Dios; no dejemos el recuerdo de la Pasión de nuestro buen Jesús; pero es necesario meditarlas al gusto de Dios, y no al nuestro. Abandonémonos a El, confiemos en El, despojémonos de todo y Dios nos revestirá a su modo.

VIII
Dejad a vuestra alma la libertad de tomar el vuelo hacia el Soberano Bien, a ejemplo de la Virgen, sin mancha concebida, de quien celebramos hoy la venturosa Natividad. ¡Ah! Yo me siento arrebatado de amor cuando contemplo el gran corazón de María niña que, después del corazón de Jesús, Rey de los corazones, amaba ya a Dios más que todos los ángeles y santos. Amemos á Dios con el corazón y en el corazón de María, y amemos á María con el corazón y en el corazón de Jesús.

IX
Deseo y os aconsejo que el objeto o punto de vuestra oración sea la Pasión de Jesucristo, y que vuestro corazón se abisme en Dios, en esos entretenimientos llenos de amor…, pero también quiero que dejéis vuestra alma en libertad; que la dejéis secundar los atractivos del Espíritu Santo.

X
Si vuestra alma halla gusto de estar a solas con Dios, en una atención pura, santa, amorosa, con una fe sencilla y viva, reposando en el seno de licioso del bien amado, y en un silencio sagrado de amor, silencio con que ella habla a Dios más que con palabras, es necesario dejarla tranquila y no turbarle con otros ejercicios Entonces Dios la lleva en los brazos de su amor y la hace entrar en su bodega a beber el vino delicioso que engendra vírgenes. ¡Oh, qué magnífica ocupación!

XI
¡OH, dichosa el alma que se dedica a la santa meditación, y que en ella se pierde! Perdiéndose así en Dios se halla a sí misma. ¡Ah! Considerad cuán amigo es nuestro Dios de la verdad. El que se aplica a la oración, conoce necesariamente su nada, y el que conoce su nada y se humilla, conoce la verdad, a saber, que el es nada y que Dios es todo; penetrado de este sublime conocimiento, se desprecia a sí propio y se sumerge en el Todo infinito, en el amor sin límites del Sumo Bien.

XII
El amor habla poco; la lengua del santo amor es el corazón que arde, que se inflama, se consume, se une todo a Dios; ninguna lengua puede expresar estos ardores; ellos hacen del alma amante un perpetuo sacrificio de amor, un holocausto, una víctima consumida y reducida a pavesas, en el fuego divino de la caridad; una sola mirada de amor en espíritu de fe, le revela las más grandes y difíciles verdades.

XIII
Os recomiendo que no perdáis de vista la vida, Pasión y muerte de Jesucristo, nuestro amor. ¡Ah! Mi espíritu se pierde en el Océano inmenso de las grandezas infinitas y amor imponderable del Sumo Bien.
Seamos magnánimos, sirvamos noblemente al Señor, practiquemos grandes virtudes; Dios será nuestra fuerza y nos dará la victoria.

XIV
Hoy es la fiesta de la Santa Cruz. Esta fiesta se puede celebrar todos los días en el santuario de los verdaderos amantes del Crucificado. Se celebra esta fiesta, sufriendo en silencio, sin apoyarse en ninguna criatura y como toda fiesta pide alegría, así la fiesta de la Santa Cruz debe ser celebrada por los amantes del Crucifijo con un semblante alegre y sereno en el sufrimiento… Esta fiesta tiene también un espléndido banquete; en él el alma se alimenta de la voluntad divina, a ejemplo del Amor Crucificado. ¡Oh, qué dulce alimento! Se compone de diversos manjares, y son, ya dolores del cuerpo, ya penas del espíritu, ya contrariedades, calumnias, desprecios… ¡Oh, qué dulce sabor para el paladar espiritual!...
Un día un ángel me presentó una cruz de oro para enseñarme cual es su precio.

XV
Cuando os encontrareis sin devoción y molestados por las sequedades y distracciones, haced estas ú otras exclamaciones: “¡Oh amable bondad! ¡Oh caridad infinita! ¡Oh Dios mío, quiero amaros!..., Si haciendo estas exclamaciones de amor, vuestra alma se tranquiliza y recoge en Dios, callad, seguid en este amoroso silencio y dulce reposo de espíritu que comprende y encierra eminentemente cuantos actos de amor podríamos hacer.

XVI
Si no podéis aplicaros a la santa oración, por impedirlo las ocupaciones de vuestro estado u otros motivos no os intranquilicéis; manteneos en la divina presencia con una atención amorosa de la parte superior. Trabajad en cumplir vuestros deberes con exactitud y pureza de intención, no teniendo otra mira que la gloria de Dios: esta será una muy buena oración.

XVII
Los adoradores verdaderos adoran al Padre en espíritu y en verdad. No olvidéis estas palabras de Jesucristo, ellas contienen cuanto hay de más perfecto en la oración, pues esta perfección no consiste en las alegrías y en los gustos sensibles, sino en una verdadera desnudez de espíritu, con desprendimiento de todo consuelo sensible, de suerte que el alma descanse pura y sencillamente en su Creador, penetrada de su pobreza é indignación sin robar nada a Dios.

XVIII
Ved lo que hace el niño en los brazos de su madre; después de haberla acariciado, descansa y se duerme en su seno, y sigue moviendo sus inocentes labios como si estuviera mamando. Lo propio debe hacer el alma; después de haber agotado los afectos y sentimientos de devoción, debe reposar tranquilamente en el seno del Padre celestial, amándole, glorificándole y recibiendo sus divinas comunicaciones, sin perder de vista su propia nada.

XIX
Santa María Magdalena cayó de amor a los pies de Jesús; allí escuchaba en silencio; ella amaba a Jesús.
Haced lo mismo, y llevad a todas partes esta oración y este recogimiento interior. Salid de vos mismo y abrazaos a Dios; salid del tiempo y perdeos en la eternidad.

XX
Yo estoy en la orilla del mar; tengo una gota de agua en el dedo, y pregunto: ¡Pobre gota! ¿Dónde quisieras estar? Ella me responde: En el mar. Yo sacudo el dedo y la dejo caer en el mar. -¿No es verdad que ella está en el mar? Sí por cierto; pero id á buscarla… ¡Oh! Si ella pudiera hablar, ¿qué diría? Sacad la consecuencia y aplicaos la parábola.
Perded de vista el cielo, la tierra, el mar, todas las cosas creadas, y dejad a vuestra alma perderse, abismarse en Dios, infinitamente grande, é infinitamente bueno, que es su primer principio y su último fin.

XXI
Manteneos constantemente ocultos a las criaturas y visibles solo a Dios, con un vivo deseo de su más grande gloria, con un profundo desprecio de vosotros mismos, con la práctica de todas las virtudes, máxime de la humildad, de la paciencia, de la dulzura, de la tranquilidad de corazón y de una perfecta igualdad de carácter.

XXII
Nunca la oración es más provechosa ni más perfecta, que cuando se hace en lo más íntimo del alma: entonces se ora por el espíritu del mismo Dios; el alma se une a Dios y se trasforma en El. Esto es un lenguaje muy sublime; más, cuando Dios quiere, hace hablar a las mismas piedras.

XXIII
Dejad que el Soberano Bien descanse en vuestro espíritu; este debe ser un reposo recíproco: Dios en vos y vos en Dios. ¡Oh dulce y divino trabajo! Dios se alimenta de vuestro espíritu, y vuestro espíritu se alimenta del Espíritu de Dios. Jesucristo es mi alimento, y yo soy su alimento. No hay ilusión posible en este trabajo; porque es un trabajo de fe y de amor.

XXIV
Vuestra oración ha de ser continua. El lugar en donde debe hacerse es el espíritu de Jesucristo; es menester salmodiar en Dios y hacer todas las cosas por El y en El. Oración, veinticuatro horas al día; es decir, hacer todas las acciones de corazón, y el espíritu elevado en Dios, permaneciendo en la soledad interior, y reposando dulcemente en Dios con fe pura y sencilla.

XXV
Cuando la mística mariposa, vuestra alma, vuela alrededor de la divina luz, llena de deseos de quemarse y consumirse, dejadla hablar a Dios con mucho respeto, reconocimiento y amor, de las grandes maravillas que el ha obrado por nosotros, haciéndose Hombre, sufriendo y muriendo en un palo ignominioso.

XXVI
Si no podéis consagrar mucho tiempo a la oración, no importa; hace siempre oración el que siempre obra bien, y se mantiene en la presencia de Dios con una pura y sencilla atención de amor a su inmensa Bondad. A veces, Dios comunica al alma en un instante tesoros de gracias y de luces celestiales.

XXVII
Estad atentos a vuestros deberes y al mismo tiempo atentos a Dios, lanzando a menudo vuestro corazón al Océano sin límites y sin fondo del divino Amor. Una o dos palabras pueden tener el alma suspendida, extasiada, pasmada de amor y de dolor.

XXVIII
Haced que vuestra oración sea cada vez más interior y fervorosa en la pura fe, anonadándoos más y más y no buscando el consuelo sino en Dios, repitiendo a menudo estas palabras de Jesucristo: Hágase tu voluntad. Jesús ha orado tres horas en la Cruz, y esta fue una oración verdaderamente crucificada, sin consuelo, ni interior ni exterior. ¡Oh Dios! ¡qué gran lección! Rogad a Jesús que la imprima en vuestro corazón.

XXIX
Una palabra basta, a veces, para hacer muy buena y provechosa oración. ¡Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre! Pronunciad estas palabras con fe viva y tierna devoción; luego, guardad silencio; dejad a vuestro corazón que continúe tan sublime oración, y descansad tranquilamente en los brazos amorosos de tan buen Padre.

XXX
Si somos hombres de oración, Dios se servirá de nosotros, aunque pobres y miserables, para lo más brillantes triunfos de su gloria, perseveraremos en el bien y nos salvaremos infaliblemente. Con la oración todo lo podemos; sin ella, nada podemos y jamás haremos cosa buena.

San Pablo de la Cruz