sábado, 18 de diciembre de 2010

MÁXIMAS DE SAN PABLO DE LA CRUZ (XII)

La Pasión de Jesucristo y el desprendimiento
de sí mismo, y la infancia espiritual

I
¡Dichosa al alma que se desprende de su propia satisfacción, de su propia voluntad, de su propio sentido! ¡Sublime enseñanza es ésta! Dios la enseña a los que, como San Pablo, ponen todo su contentamiento y toda su gloria en la Cruz de Jesucristo.

II
El amor propio es un dragón de siete cabezas; pretende introducirlas en todas partes; es, pues, necesario temer muchísimo y siempre a esta audaz e infernal bestia, y estar constantemente en guardia contra ella.

III
Debéis practicar la virtud de la pobreza de espíritu; viviendo en un desprendimiento perfecto de todo consuelo sensible, ya interior, ya exterior, para no caer en el vicio de la gula espiritual. ¡Dichosos los pobres de espíritu! Dice Jesucristo.

IV
Es indispensable desprenderse de la satisfacción propia, del propio juicio y del propio sentimiento, para no caer en la curiosidad espiritual, y así practicar la verdadera pobreza espiritual tan necesaria para la salvación.

V
No debéis poner mucha atención ni deteneros en los favores divinos, sino en la fuente de donde dimanan estos favores. Los arroyos son buenos porque salen de la fuente, pero la fuente vale mucho más.

VI
Abismaos y perdeos más y más en Dios, amándole con amor puro y desprendido de toda propiedad; no busquéis los consuelos sensibles, más bien haced de ellos un sacrificio al Señor. Poned los divinos favores en el incensario de vuestro corazón y en el fuego del puro amor, y ofreced el perfume a Dios con reconocimiento, viviendo en una verdadera desnudez de espíritu.

VII
Los dones de Dios, dejan en el alma que es humilde un gran conocimiento de su nada, el amor de los desprecios, el fervor para todos los ejercicios de virtud, y hacen guardar el secreto de ellos para todas las criaturas, excepto para el Padre espiritual o Director; el alma no debe reposar sobre el don, pero sí sobre el Dador.

VIII
Hoy es la fiesta de la Inmaculada Concepción de nuestra muy amada Madre, María Santísima, es decir, es el día memorable en que el Omnipotente manifestó toda la fuerza de su brazo, preservando de la mancha original a María. Gocémonos de ver a María más pura que los Ángeles, más resplandeciente que la luna, más brillante que el sol. Alabemos al Señor por los inmensos dones, virtudes y gracias que a manos llenas ha derramado sobre esta purísima y santísima criatura. ¡Ah! Yo me reputaría por dichoso, si pudiese verter mi sangre para honrar a María en este singular privilegio, y estoy seguro que por ello daría mucha gloria a nuestra augusta Reina.

IX
Cuando se va al huerto, no es para coger hojas, sino para coger frutas; lo propio hay que hacer en el jardín místico de la oración: es necesario no buscar las hojas de los sentimientos y consuelos sensibles, sino recoger los frutos de las virtudes de Jesucristo.

X
Conservad vuestro espíritu libre de toda vana reflexión y fantasía, despojado de todos los objetos criados; en este estado podrá unirse sin que nada le estorbe, al soberano Bien por una voluntad firme y fervorosa.

XI
Si queréis que Dios obre sus grandes maravillas en vuestra alma, debéis conservaros, lo más que os sea posible, en una abstracción perfecta de todo lo criado, en una sincera y total pobreza de espíritu, y en una verdadera soledad interior.

XII
Dejad que todas las potencias de vuestro cuerpo, como las ovejas de Moisés, se internen en lo más empinado del desierto, y se pierdan en la inmensidad del Ser Supremo, que es su origen, su centro y su último fin. ¡Pérdida dichosa! ¡Desierto sagrado, en donde el alma aprende la ciencia de los Santos, como Moisés la aprendió en la soledad del monte Horeb!

XIII
¡Dichosa el alma que se desprende de su propio sentimiento y de su espíritu propio! ¡Qué profunda lección es ésta! Dios la hace comprender a los que ponen todo su contentamiento en la Cruz de Jesucristo, en la muerte sobre la cruz del Salvador, a todo lo que no es Dios. ¡Oh silencio! ¡Oh sueño sagrado! ¡oh soledad preciosa!

XIV
Sed más y más humilde; teneos siempre en una verdadera pobreza de espíritu; despojaos de todos los dones porque nosotros los manchamos con nuestras imperfecciones; haced un sacrificio de alabanzas, de honor y de bendición al Altísimo, viviendo en vuestra nada. Este sacrificio debe hacerse en el fuego del amor, sin salir jamás del misterioso y sagrado desierto interior.

XV
Dios pone sus divinas complacencias en aquellos que se hacen pequeños y se vuelven como niños; los tiene unidos a sí, los alimenta con la leche de sus especiales bondades y los prepara a sí a la mística embriaguez que comunica al alma la sabiduría de los Santos

XVI
Hagámonos niños con Jesús, ocultándonos en nuestra nada; seamos humildes y sencillos como niños, con una santa obediencia, con pureza de corazón, con amor a la santa pobreza, con grande aprecio de los sufrimientos, y sobre todo, con una fiel observancia de las reglas, sin pretender interpretarlas, de cualquier manera que sea.

XVII
El alma que purificada de toda mancha de pecado y de vicio, desprendida de todo lo criado y sepultada en el sepulcro de su nada, permanece en esta divina soledad, en esta mística muerte, renace a cada instante en el divino Verbo, a una vida nueva, vida de amor, vida de merecimientos, vida celestial y divina.

XVIII
Desead ardientemente, a ejemplo de María Santísima, que el Niño Jesús venga a nacer en vuestro corazón, y pedid a esta divina Madre que interponga su valimiento, para que entre Jesús y vuestra alma, se establezca la más estrecha alianza de amor.

XIX
Preparad cuidadosamente vuestra alma, mediante la práctica de todas las virtudes, máxime de la santa humildad, a fin de que el Verbo de Dios establezca en ella su morada; rogadle se digne hermosearla más y más con sus celestiales gracias y enriquecerla con sus divinos dones.

XX
Con la práctica de las virtudes os dispondréis a penetrar en la cueva de Belén. Allí calentaréis con el fuego de vuestros afectos al Divino Infante que tiembla de frío; y en retorno, El encenderá en vuestro corazón la llama de su divino y santo amor.

XXI
Despojaos del hombre viejo, a saber, de todos los afectos mundanos, de todas las inclinaciones perversas y de todo deseo desordenado, y revestíos del hombre nuevo, es decir, de Nuestro Señor Jesucristo; ¡Oh, qué bella disposición es ésta para acompañar a María y a José en el portal de Belén!

XXII
Si deseáis ser verdadero siervo de Dios y recibir los abundantes dones que su Hijo humanado vino a traer a los hombres, debéis ser mudo, ciego y muerto a todo lo que no es Dios, y vivir sola y exclusivamente en Dios y por Dios.

XXIII
La mejor preparación para recibir a Jesús Niño en la venturosa noche que nos recuerda su venida al mundo, y gustar espiritualmente su divina presencia. Consiste en humillarse profundamente y abismarse en la hoguera de la soberana caridad, trasformándose en El por amor, y divinizándose en cierto modo. El dulce Jesús hará este trabajo en nosotros, si nosotros cooperamos a su gracia mediante la mortificación de nuestros sentidos y la práctica de las virtudes.

XXIV
Puesto que el Divino Infante nace en esta dichosísima noche, y es reclinado en un pesebre, hagámonos niños como el, abismándonos en nuestra nada. Contemplemos llenos de asombro este sublime misterio de caridad infinita, y dejemos a nuestra alma que se sumerja y se pierda en el océano del Sumo e infinito Bien.

XXV
Alegrémonos en este hermoso día, regocijémonos con los santos Ángeles, cantemos con santo júbilo el Gloria in excelsis Dio, et pax hominibus bonae voluntatis. Olvidemos al mundo entero para absorvernos en el tierno misterio de esta grande solemnidad. ¡Ah! ¡Un Dios niño! ¡Un Dios envuelto en pobres pañales! ¡Un Dios sobre un poco de heno y entre dos animales!... ¿Quién rehusará la humillación? ¿Quién rehusará someterse a la criatura por amor de Dios? ¡Quien se atrevera a quejarse? ¿Quién no guardará silencio interior y exterior en los trabajos?

XXVI
Meditad con atención el misterio de estos días. Pesad las incomodidades, el frío, la pobreza, la privación de todas las cosas en que se encontraban Jesús, María y José; y es indudable que concebiréis la generosa resolución de haceros grandes santos por la fiel y exacta imitación de estos santos modelos.

XXVII
Poned vuestro corazón en los pañales sagrados del dulce y divino Niño, para que os vivifique, os anime, os inflame, os santifique, y os haga capaces de grandes cosas por la gloria de Dios, y que la Santísima Virgen María os bañe con el precioso licor de su leche virginal.

XXVIII
Estrecho es el camino del cielo. Dejémonos guiar y conducir por aquellos que Dios ha elegido para dirigirnos y gobernarnos. Así seremos verdaderos imitadores del Divino Infante, que se abandonó en todo a los cuidados de María, su Madre, la Virgen purísima santísima e inmaculada.

XXIX
Poned vuestro corazón en el seno tierno y amoroso de Jesús Niño; rogadle que lo abrase en las llamas de aquel fuego celestial que ha traído a la tierra, y lo convierta en un horno de amor puro, ardiente, impetuoso, divino.

XXX
Vivid ocultos en vuestra nada; sed humildes y sencillos como los niños, y el amabilísimo Jesús os hará partícipes de aquella paz divina que los Ángeles prometieron a los hombres de buena voluntad, y os llenará de sus infantiles caricias.

XXXI
Acompañad en espíritu al Niño Dios en su huída a Egipto, compadeciéndoos de sus incomodidades y privaciones; y decidle con todo el ardor de que sois capaces: ¡Oh Jesús, mi amor, consumid mi corazón en las llamas de vuestro amor; hacedme humilde; dadme la sencillez de la infancia; trasformadme en vuestro santo amor! ¡Oh Jesús, vida de mi vida, alegría de mi alma! ¡Dios mío! Recibid mi corazón como un altar sobre el cual yo sacrifique el oro de una caridad ardiente, el incienso de una oración continua, humilde, fervorosa; y la mirra de una mortificación constante de todos mis sentidos y apetitos.

San Pablo de la Cruz

(Fin de las máximas)