Ángel David Martín Rubio
Se podría creer que el escenario político internacional ha cambiado sustancialmente desde los años ochenta del pasado siglo con la caída del Muro de Berlín y la apertura del Este.
En medio de dificultades semejantes a las nuestras, numerosos países cuentan con estructuras formalmente homologables con las del occidente europeo (pensemos en la ampliación comunitaria impensable hace apenas unos años). El sistema económico del comunismo ha sido sustituido por modelos orientados a la economía de mercado, no por ello sin desequilibros e injusticias. Parecía que el sistema totalitario implantado en la Unión Soviética durante la mayor parte del pasado siglo no era más que un negro recuerdo, una auténtica pesadilla. Pero ante la falta total de discurso alternativo, la izquierda echa mano de la nostalgia y saca a la calle las banderas rojas y el trapo tricolor.
Viendo lo ocurrido el domingo 14 de abril en Madrid y en numerosas ciudades españolas nos viene a la memoria la traducción de un artículo que fue reproducido en numerosas webs y blogs el año pasado. Bajo el significativo título de “En la URSS todos teníamos suficiente sol y pan” se hacía una fantástica evocación de la Rusia de los soviets para acabar concluyendo: “Tarde o temprano, la Unión Soviética volverá de nuevo. La historia a veces regresa nuevamente. En Francia, después de la victoria de la revolución burguesa fue la restauración de los Borbones. Pero fue sólo temporal. El actual régimen depredador en Rusia no durará mucho tiempo, caerá de todas las maneras. Un sistema justo debe regresar”. Se habla pues de regresar a un sistema del pasado que es calificado de “justo” y está claro que no se refieren a la Rusia de los zares.
Algunos de los difusores en España de tan infumable doctrina están, como no, vinculados al neorrepublicanismo y a la llamada recuperación de la memoria histórica. Al parecer, no tienen cosa mejor que hacer que insultar a la humanidad o pretender que ésta olvide lo que ha sido su propia historia. Nunca se ha hablado tanto de memoria y nunca se ha vivido instalado más cerca de la amnesia. Como si no hubiera ocurrido nada (aquí solo cuentan los muertos de un lado), olvidando el elevadísimo deterioro moral de las personas que han vivido y viven aún sometidos a los dictados del socialismo real, del comunismo y de los pseudo-populismos en ellos inspirados. Pisoteando, en una palabra, a los millones de víctimas de los asesinatos masivos, del sistema de campos de concentración y exterminio, de las hambrunas deliberadamente mantenidas, de las deportaciones, del terrorismo…
Los manifestantes del domingo saben que también España entre 1936 y 1939 sirvió de escenario a miles de crímenes llevados a cabo con técnica y participación soviética: checas, sacas, torturas… Hasta el presidente del gobierno, el socialista Juan Negrín, llegó a autorizar al Comisariado político establecido en el Ejército para suprimir físicamente “a aquellos que no estuviesen de nuestra parte y fueran enemigos declarados del régimen” en una orden que lleva fecha de 18 de marzo de 1938, siendo Prieto ministro de Defensa y que originó un número muy elevado de ejecuciones. Según el también socialista Julián Zugazagoitia, Negrín había dicho que “El terror también es un medio legítimo cuando se trata de salvar al país”.
Por algo el puño cerrado fue convertido por la República española en el saludo oficial del Ejército Popular, renunciando al tradicionalmente empleado en medios castrenses. “Hoy se publicará el Diario Oficial de Guerra una disposición cambiando el saludo militar, que será en lo sucesivo de esta forma: con armas, levantando el brazo en ángulo con el puño cerrado, o sea el saludo antifascista; y sin armas, levantando el brazo con el puño cerrado a la altura de la visera” (Fragua Social, Valencia, 7-octubre-1936). De esta guisa, políticos social-comunistas, soldados y oficiales componían una grotesca estampa cada vez que venían a poner su mano izquierda en una posición que algunos definían con agudo humor hispano apenas compatible con los dictados de Moscú a cuyo servicio estaba dicho Ejército.
Rojo, Modesto, Negrín y Líster
Hoy los neorrepublicanos españoles añoran a la Unión Soviética: al final el círculo se cierra. Una vez más, el pendón tricolor flamea a la sombra de la bandera roja.
Como recuerda el historiador Pierre Chanu hablando del comunismo: “Desde el principio del mundo ningún régimen, ninguna dinastía, ningún monarca había conseguido nada parecido. Ni siquiera el nazismo”. La comparación, por más que resulte muy socorrida, apenas resulta válida: porque el comunismo ha actuado durante más tiempo que él y antes que él. Y no es que la cuestión de las cifras sea primordial en este asunto es que, a pesar de ello, pretende conservar toda su legitimidad política e intelectual; sigue en el poder en varios países y recluta adeptos en el mundo entero dentro de sus más variadas formas.
El comunismo bolchevique se derrumbó, sobre todo porque el régimen edificado no respondía a la infantil evocación del redactor del periódico Sovietskaia Rossia, un periódico que puede extender sus mentiras por todo el mundo al amparo de las libertades que tanto le repugnan. Que los neorrepublicanos españoles lo añoren, me produce una sensación a medio camino entre el asco y la indignación. Más de lo primero que de lo segundo.
Porque verdaderamente indignado me siento al recordar a los millones de españoles que sin compartir el proyecto radical de cambio de régimen y de sociedad inspirado, sostenido y llevado adelante de manera sistemática en España por el Partido Socialista desde 1982, viven paralizados por la ideología liberal y admiten con naturalidad vivir en el ambiente jurídico y moral que la izquierda va imponiendo. Y peor aún “vampirizados” (la expresión no es mía) por otras organizaciones políticas y religiosas se prestan a colaborar en la deriva del proceso revolucionario contentándose mansurronamente con el papel de representar al sector moderado y teórico defensor retórico de unas libertades que hace mucho dejaron de existir.