“EL
DEMONIO SE HA PROPUESTO ARRUINARME”
La acción del demonio en la santificación de las almas.
En estos menguados tiempos en que tan
suelto anda el demonio por el mundo y tan patente se deja sentir su acción en
muchos de sus míseros esclavos abundan los ingenuos que se maravillan y
escandalizan de que ese espíritu de perdición intervenga en las vidas de los
santos, siquiera sea para perfeccionarlas y embellecerlas.
Como quiera que el Señor no subordina sus
disposiciones a los gustos de los tiempos y a las necias exigencias de sus
enemigos, permite al demonio en nuestros días, como en la Edad Media y en todos
los tiempos, tentar nuestra virtud, sirviéndose de ese enemigo del género
humano para probar a los hombres como el oro en el crisol y hacer la selección
entre réprobos y escogidos.
La divina Providencia no permite, sin
embargo, seamos tentados sobre nuestras fuerzas; antes bien, ordena
sapientísimamente que los niños en la virtud sean tentados como niños y los
gigantes como gigantes.
Gigante en la virtud es sin duda la virgen
de Luca; natural es que sus combates con el infierno sean reñidísimos y
formidables. De Gema puede afirmarse lo que la Sabiduría dice de Jacob: que le
preparó el Señor una gran batalla para que saliera vencedora. Según la magnitud
de los combates que hubo de sostener contra el infierno nuestra heroína, fue la
grandiosidad y brillantez de sus victorias.
Escribiendo
al director le dice: “Hace dos días que Jesús, después de la comunión, me
repite: Hija, el demonio te está preparando una gran batalla; y estas palabras
me las hace sentir a cada paso en el corazón”.
Bien sabía el esclarecido director que el
demonio recibió de Dios extraordinarios poderes para tentar y seducir a su
santa dirigida. Desde el principio de su dirección le hizo escribir una solemne
protesta de que nada quería con el demonio, al tiempo que le indicaba el
saludo con que debía recibir todas las apariciones, llegando a exigirle
escupiera en el rostro a cuantos personajes se le aparecieran.
Es que, verdaderamente, el mismo Padre
Germán aparece en esta materia como asustado, siendo muy cierto que en pocas
vidas de santos encontramos que el Señor concediese al demonio la libertad para
engañar y atormentar que descubrimos en la de nuestra santa joven. No hay para
qué decir que el maligno espíritu se aprovechó largamente de ella.
Acción seductora.
Empezó tratando de seducir y engañar a
Gema incitándola, ora a la presunción, ora a la desconfianza y desesperación.
Para lo primero le ponía ante los ojos que
el confesor guardaba cuidadosamente sus cartas con intención de publicarlas un
día para gloria y alabanza suya. No dejaba de ser peligrosa esa tentación, ya
que Gema sabía que guardaban las cartas donde tantos y tan señalados favores
del Cielo refería, así el confesor como el director.
Nunca se retrajo por semejantes sugestiones
de comunicarse con sus directores ni hizo caso de si ellos podían o querían
utilizar sus escritos para unos u otros fines.
En una ocasión, encontrándose Gema en el
lecho, vio venir hacia sí a un venerable obispo rodeado de cincuenta niños y
niñas, todos vestidos de ángeles y con velas encendidas en las manos. Llegados
junto al lecho se colocaron alrededor de él, hasta que, a cierta señal, todos
se arrodillaron, adorándola reverentes. Lejos de envanecerse la humildísima
joven experimentó extraña turbación, señal inequívoca de que allí andaba de por
medio el demonio. Trazó la señal de la cruz, y por más que tardó algún tiempo
en manifestarse la peregrina turba, al fin mostraron ser una caterva de
demonios venidos para tentar la humildad de Gema.
El profundo conocimiento que tenía la
sierva de Dios del todo de Dios y de la nada de la criatura, a una con su candidez infantil, parecía tenerla
al abrigo de todo sentimiento y hasta pensamiento de vanidad. Así que no es de
extrañar fueran más rudos los combates con que el infierno trató de arrastrarla
a la desesperación o la desconfianza.
Las terribles pruebas a que el Señor la
sujetaba y los indecibles dolores que sufría eran aprovechados por el astuto
tentador para inducirla a desconfianza. Se le aparecía en diversas formas y le
brindaba a trueque de los padecimientos que recibía de Jesús regalos y placeres
edénicos.
En el éxtasis 38 aparece el astuto
tentador mostrándole en Jesús un tirano que se complace en atormentar a quien
le sirve. Se le ve reaccionar valerosamente contra la sugestión diabólica y
exclama: “¿Tirano mi Jesús?... ¿De manera, Dios mío, que todo el tiempo que he
empleado en orar ha sido tiempo perdido? También me dice que el confesor me
engaña. ¿Me perderé entonces por las palabras del confesor?... ¡Ayúdame Tú, oh buen Jesús!; ¡Dímelo!”
Así era cómo se resistía a las malignas
sugestiones y cómo terminaba por entregarse con mayor ardimiento al divino
servicio.
Empujándola a la desesperación.
Más molestas que estas tentaciones
resultaban aquellas otras en las que aprovechándose el enemigo de las
desolaciones y temores de perderse de la santa joven procuraba empujarla a la
desesperación. Clamaba la pobre Gema por Jesús, lo buscaba con febril afán y al
no aducir el divino Salvador a sus clamores se presentaba en su lugar el
demonio y le decía: “¿No ves que ese Jesús no te escucha ni se ocupa de ti?
¿Por qué te cansas corriendo tras Él? Abandónalo ya, resignándote a tu triste
suerte”. Esta tentación ha causado en todo tiempo indecibles angustias a los
santos. Superfluo es decir que también Gema padeció con ella indecible
martirio.
A veces pasaba el tentador más adelante,
recordándole apariencias de pecados y tratando de persuadirla que por ellos
estaba ya sentenciada al infierno.
Procurando aislarla de sus directores.
Nada desesperaba tanto al infierno como la
docilidad de la sierva de Dios en dejarse totalmente gobernar por sus
directores. ¿Qué no podría prometerse el maligno espíritu de joven tan simple y
candorosa abandonada a su propio juicio? En consecuencia, dirigió todos sus
tiros contra el baluarte de la obediencia, seguro de que si lograba derribarlo
tenía la plaza rendida y conquistada.
Para ello le pintaba al Padre Germán como
a un iluso, charlatán, ignorante, fanático y olvidadizo. “Basta – le escribía-
que me ponga en oración o que tenga un buen pensamiento para que aquel cosaco
(así llamaba al demonio) me diga interiormente: “¿Pero haces caso e ese hombre?
¡Si es un desgraciado, un chismoso!”.
En otra carta le decía: “¡Si supiese
cuántas tentaciones me trae el demonio con respecto a usted! Tan pronto me hace
creer que es un usted un loco, un brujo…, como me dice al oído:
-¿Y te fías de ese charlatán? ¡Hay que ver
las boberías que te hace creer!
Me lo representa a continuación como un
hipócrita, etcétera…”.
Como nada lograba el astuto tentador con
semejantes insinuaciones y sugestiones, acudía a la violencia, siendo muy
frecuente que cuando se ponía a escribir le arrancase la pluma de la mano, le
hiciese trizas el papel, la arrojase del escritorio y hasta la agarrase por los
cabellos, arrastrándola por el suelo, no sin que llegase a quedarse con
mechones de cabellos entre los brutales dedos. Al desaparecer después de ejecutadas
tales violencias, gritaba desesperado:
-¡Guerra, guerra a tu Padre!
Al referir estos hechos añade el Padre
Germán: “Debo decir confidencialmente que el Maligno supo bien guardar su
palabra.” Estas palabras ocultan muchas y grandes cosas que la humildad del
bendito Padre ha querido dejar en el misterio.
Contra la obra de Monseñor Volpi.
También la obra de Monseñor Volpi
desconcertaba al infierno, llegando el demonio en su empeño por neutralizarla y
contrarrestarla hasta tomar la forma del Prelado. “Cierto día – refiere el
Padre Germán-, habiendo ido a la iglesia para confesarse, mientras se preparaba
al lado del confesonario vio que ya el confesor, sin saber por dónde ni cómo,
estaba en su puesto esperándola.
Se extrañó de ello, sintiendo al punto turbación, como le acontecía siempre que se encontraba en presencia del demonio. Ello no obstante, se llegó al confesonario y empezó la confesión como de costumbre. La voz y los modales eran evidentemente del confesor, pero las palabras eran de lo más indecente y escandaloso que cabe imaginarse, yendo acompañadas de gestos y acciones deshonestas.
Se extrañó de ello, sintiendo al punto turbación, como le acontecía siempre que se encontraba en presencia del demonio. Ello no obstante, se llegó al confesonario y empezó la confesión como de costumbre. La voz y los modales eran evidentemente del confesor, pero las palabras eran de lo más indecente y escandaloso que cabe imaginarse, yendo acompañadas de gestos y acciones deshonestas.
-¡Dios mío – exclamó la pobre joven -.
¿Qué es esto? ¿Y dónde me encuentro?
A tal vista y tales discursos se puso a
temblar de pies a cabeza la inocente joven, quedando como desvanecida; pero
cobrando luego el ánimo se alejó de allí, viendo que el presunto confesor había
desaparecido sin que nadie le hubiese visto salir.
Era el demonio, que con tan malignas artes
se proponía engañar a la piadosa joven, haciéndole perder la confianza que
tenía puesta en el confesor.
Una vez, sin embargo, logró representar su
papel con tanta propiedad que, permitiéndolo Dios, logró persuadir a la
pobrecita de que era su propio confesor
en persona. Por fortuna me ocurrió a mí por aquellos días tener que pasar por
Luca, y enterado del caso conseguí, no sin gran trabajo y en virtud de santa
obediencia, recobrase la paz perdida y la confianza en aquel santo sacerdote”.
Procurando meter la discordia entre los directores.
Llevando más adelante el demonio sus
malignas artes, trató de meter discordia entre el confesor y el director. El
empeño parece difícil, tratándose de personas tan ilustradas y que con tanta
pureza de intención buscaban la santificación de Gema; pero también el ardid
fue de los mejor tramados, costando no poco trabajo descubrirlo.
Recibió en cierta ocasión Monseñor Volpi
una carta que llegaba como del Padre Germán, por más que no llevaba su firma.
La carta estaba escrita con tales reservas y reticencias y mostraba tanta
desconfianza, que desagradó no poco al venerable prelado le escribiera de tal
manera un religioso a quien con tanta familiaridad había siempre tratado.
No consistiéndole su conciencia quedasen
así las cosas, contestó al Padre Germán con una carta muy sentida, pero que,
sin embargo, terminaba con estas palabras: “Por lo demás, no crea que yo guarde
resentimiento alguno contra V. R.: antes bien, he pedido frecuentemente noticias
suyas y le estimo muy de veras.” ¿Descubrió de pronto el director la treta
infernal que en ese negocio se encerraba?
Parece que de momento sólo pensó en
deshacer el engaño. Tomó rápidamente la pluma y redactó esta lacónica
respuesta: “Excelentísimo señor: He quedado no poco sorprendido al hablarme S.
E. de cartas escritas por mí y sin firma. Y ¿qué fin me podía yo proponer al
escribir de mi propio puño y sin la firma? Ni siguiera por distracción suelo
caer en semejantes omisión. Me bendiga y tenga siempre por su humildísimo y
obedientísimo servidor, Germán, Pasionista.”
Al fin, y teniendo experiencia de otros
enredos con que el demonio procuraba impedir su santo ministerio con Gema,
acabaron por persuadirse de que sólo él pudo ser el autor de tan extraña carta.
No fue ésta la única ocasión en que el
demonio se sirvió de cartas fingidas para privar a la sierva de Dios del apoyo
y guía de sus Padres espirituales. Poseemos otras no menos perversas y mal
intencionadas.
Para privarle de la ayuda del Padre Pedro Pablo.
Recordará el lector el inmenso bien que
procuró a Gema el Padre Provincial Pedro Pablo, más tarde Monseñor Moreschini.
Él fue de los primeros Pasionistas que descubrieron la acción de Dios en las
cosas de la santa joven; quien la consoló en las graves vacilaciones que se
siguieron a la aparición de las llagas; quien a ruegos de Monseñor Volpi obligó
al Padre Germán a venir a Luca para examinar el espíritu de Gema. Pues bien; el
espíritu maligno trató no sólo de privar a la sierva de Dios de la ayuda que
recibía de tan ilustre religioso, sino también servirse de él como de
instrumento para arrebatarle el confesor y el director y ocasionarle otros
gravísimos males.
Para ello hizo que dicho religioso
recibiera dos cartas extrañas: la primera como de Monseñor Volpi, aconsejándole
se desentendiera de ella, por tratarse de una ilusa, y la otra como del Padre
Germán, calificándola de hipócrita y recomendándole interviniera para que la
familia Giannini la arrojara de su casa.
Afortunadamente, el Padre Pedro Pablo
estaba preparado para todo. Hizo serenamente algunas averiguaciones, logrando
comprobar se trataba de una estratagema diabólica.
La pobre sierva de Dios sufría
horriblemente viendo a todo el infierno conjurado para perderla. “El demonio
–escribía al director- se ha propuesto arruinarme. Está desencadenado y pone en
juego todas sus fuerzas”.
Tomando diversas figuras.
Si a tales extremos llegaba el demonio
para seducir y perder a nuestra Gema, ni que decir tiene que no repararía en
tomar toda clase de formas y figuras para mejor conseguir sus diabólicos
intentos.
Así fue. Le hemos visto tomar la figura
del confesor. Pasando más adelante, era muy frecuente se le apareciese en forma
de ángel resplandeciente, y habremos de ver que llega hasta tomar la figura del
mismo Jesucristo.
Algunas veces descubría Gema muy pronto el
engaño, por cierta especie de turbación que sentía; otras le costaba no leve
trabajo y largo tiempo el caer en la cuenta del personaje con quien tenía que
habérselas.
En cierta ocasión vio ante sí un ángel de
peregrina hermosura que dirigiéndole la palabra le decía: “Mírame; con sólo que
jures obedecerme puedo hacerte feliz”. No experimentando Gema la acostumbrada
turbación, se puso a escuchar con la mayor sencillez las proposiciones del
supuesto ángel. Si las primeras aparecían inofensivas, muy luego se siguieron a
ellas otras nefandas. Horrorizada la inocente virgen, lanzó un grito: “¡Dios
mío, Virgen Inmaculada, primero la muerte!”; al mismo tiempo se lanzó contra el
fingido ángel y le escupió en el rostro. Desapareció el malvado en forma de
llama, no sin dejar en pos de sí un montón de ceniza.
No menos peligrosas eran las apariciones
en que tomaba el demonio la figura del mismo Jesucristo. Bajo la capa de santos
consejos, no buscaba otra cosa que sorprender la ingenuidad de la santa
doncella para extraviarla en el camino de la virtud.
Fuera de estas formas, lo ordinario era se
le apareciese en figura de un negro gigantesco, de repugnante y asqueroso
enano, de perro rabioso, de dragón con dilatadas fauces y afilados dientes, de
gato negro descomunal y de otras distintas fieras salvajes. Los últimos años
fueron frecuentísimas todas estas apariciones, hasta el extremo de que la santa
joven llegó ya a perder el temor y espanto que en un principio lo ocasionaban,
confiando, por otra parte, que la gracia de Dios sabría convertir en su
provecho las maquinaciones infernales.
Véase por vía de ejemplo una de tales
apariciones presenciada por el Padre Germán. “En cierta ocasión –escribe éste-
asistía yo a Gema, enferma de gravedad. Me encontraba en un ángulo de la
habitación rezando en mi breviario, cuando vi cruzar corriendo por entre mis
piernas un enorme gato negro, de figura horrible, que después de dar una vuelta
por toda la habitación fue a colocarse sobre el respaldar inferior de la cama
de hierro, frente por frente de la enferma, sobre quien lanzaba miradas
feroces. A mí se me helaba la sangre en las venas, en tanto que Gema seguía tan
tranquila. Ocultando mi turbación, le pregunté:
-¿Qué hay de nuevo?
-No se asuste, padre –me respondió-; es
ese cosaco de demonio que quiere molestarme, pero estese tranquilo, que no le
hará daño alguno.
Me acerqué temblando con el agua bendita,
rocié el lecho y desapareció la aparición, quedando la enferma tranquilísima,
como si nada hubiera pasado”.
Interrogada doña Cecilia sobre este hecho,
que también se lo refirió el Padre Germán cuando acababa de suceder, añade: “Fue
en octubre de 1902, cuando encontrándose el Padre Germán en la habitación de
Gema, vio el enorme gato de que habla. Debo notar que no existía en casa
semejante gato y que estando yo en aquella ocasión trabajando en la habitación
inmediata, por la cual había de pasar para llegar a la de Gema, recuerdo
perfectísimamente no haber visto pasar gato alguno”.
Violencias satánicas.
Visto por el demonio que nada conseguía
con todos sus engaños y ficciones, aprovechándose largamente del permiso que
Dios le concedía, maltrataba a nuestra santa joven de mil maneras a cual más
brutales.
Unas veces la golpeaba con fiereza, otras
la arrastraba por el suelo, cuándo la mordía como un perro, cuándo la tiraba
por los cabellos hasta arrancárselos, ya se arrojaba sobre sus espaldas
arañándola, ya, finalmente, la sacaba del lecho, dejándola en el suelo sin
sentido.
Excusando es decir lo mucho que sufría la
inocente virgen bajo los despiadados golpes del infernal enemigo. A veces
aparecía su carne toda amoratada, otras sentía como descoyuntados todos los
huesos; en ocasiones hubo de guardar cama a consecuencia de los malos tratos
recibidos y hasta en algún caso llegó a persuadirse de que realmente la mataba.
No menos que tales atentados contra la
vida temía la pudibunda doncella las tentativas diabólicas contra la pureza.
Ofrecía el inmundo espíritu a las castas miradas de Gema vergonzosas
desnudeces; la incitaba a cometer deshonestidades; ponía sobre ella las manos
para excitar torpes complacencias y cometía otras mis diabluras que la pluma se
resiste a transcribir.
Escuchemos la llaneza e ingenuidad con que
la sierva de Dios refiere estas violencias satánicas. “Hoy creía –escribe en el
Diario- verme libre de aquella fiera bestia, pero no ha sucedido así. Me
dirigía al aposento para descansar, cuando comenzó a descargar sobre mí tales
golpes que creí me mataba. Tenía la figura de un perrazo negro; me puso las
patas sobre la espalda, atormentándome tanto que parecía me trituraba los
huesos. Hace tiempo también que al tomar agua bendita me dio tan fuerte golpe
en el brazo que me lo descoyuntó, cayendo en tierra presa de intensísimo dolor;
pero todo se remedió muy pronto, porque Jesús me tocó con su mano y al punto
quedé curada”.
Obsesión y posesión diabólicas.
No siempre eran de este género las
violencias del demonio sobre Gema. Frecuentemente se revelaban en lo que llaman
los místicos “obsesión” y hasta “posesión diabólica”.
Bajo la acción del espíritu infernal se
sentía la sierva de Dios como encadenada en sus miembros, en sus facultades y
hasta en su lengua, o bien obligada a ejecutar movimientos y acciones que
repugnaban su voluntad.
El primer empeño del enemigo de la
salvación era privar a la sierva de Dios
de su acostumbrada oración. Apenas se recogía para tan santo ejercicio, cuando
le hacía sufrir horribles dolores de cabeza, le descomponía los humores, le
infundía náuseas y repugnancias, con que se esforzaba por retraerla de su trato
con el Señor.
No paraba aquí la acción diabólica sobre
Gema. “Aunque muy raras veces – dice el Padre Germán -, ocurría que el demonio
la poseía por completo, ligándole las potencias del alma (entiéndase que
excluida su voluntad) y perturbando su imaginación hasta el extremo de aparecer
como posesa, daba pena contemplarla en semejantes circunstancias. Sentía tanto
horror a este lamentable estado que temblaba y palidecía a su solo recuerdo. ¡Dios mío –escribía al
director-; he estado en el infierno, sin Jesús, sin la Mamá, sin el Ángel! Si
he logrado salir sin pecado, sólo a Jesús se lo debo. A pesar de todo estoy
contenta, porque sé que padeciendo de este modo, y padeciendo siempre, hago la
santísima voluntad de Jesús”.
“Tengo miedo de encontrarme en manos del demonio”.
Al verse en tales aprietos, solía acudir con toda diligencia al Cielo pidiendo
fortaleza, acudía también despavorida solicitando el auxilio del confesor. “Monseñor
–le escribía-, venga inmediatamente; el demonio me las hace de todas las
especies… Ayúdeme a salvar mi alma, pues
tengo miedo de encontrarme en manos del demonio”.
Este miedo de Gema aparece muy legítimo si
se tiene en cuenta que poseída del espíritu maligno llegaba hasta volverse
contra las personas que la rodeaban, destrozar objetos sagrados, escupir a la
imagen de la Santísima virgen y el crucifijo, retorcerse como desesperada por
el suelo y otros actos semejantes. Sabemos por la teología mística que pueden
darse estos casos, y las vidas de los santos más de una vez los registran. Dios
permite la posesión diabólica en los santos para proporcionar a éstos más
glorioso triunfo y más humillante derrota al demonio. Posesionado este espíritu
maligno de todo el cuerpo y facultades sensitivas de los santos, arrastrándoles
a cometer verdaderas impiedades, a la postre tiene que confesarse vencido,
comprobando no puede doblegar su voluntad ni apartar su corazón el amor divino.
“Este demonio –escribe al director- es el
que hace que cuantos sentidos, sentimientos y miembros tengo en mi cuerpo estén
todos en pecado y todos corrompidos; sólo hay una excepción… el corazón, sede
de Jesús”.
Tras los combates con el infierno las consolaciones celestiales.
Dice el sagrado Evangelio que después de
triunfar Jesucristo de las tentaciones del demonio en el desierto, se le
acercaban los ángeles para servirle. Después de triunfar gloriosísimamente
nuestra santa joven de las maquinaciones infernales a que era sometida su
virtud llegaban las divinas consolaciones, tan grandes y misteriosas como las
tentaciones vencidas.
Superada en cierta ocasión una de esas
terribles pruebas, “apenas me puse de rodillas –escribe al confesor- se me
presentó Jesús y me entretuve con Él largo rato. Le pregunté dónde había
estado.
-A tu lado- me contestó.
-¡Oh Jesús mío! –le dije-. Mucho que ha
dado qué sufrir aquella bestia infernal, y debo estar llena de pecados con lo
mucho que te habré ofendido.
No, hija mía –me respondió Jesús-; no me
has disgustado en lo más mínimo, puesto que en nada has consentido.
Me he solazado con Jesús todo el resto de
la noche. ¡Oh Monseñor, qué hermosa es la presencia de Jesús y qué horrenda la
vista del diablo!
A veces no se contenta el Salvador con
asegurarla de su buen comportamiento en la pelea; la instruye sobre las
precauciones que debe tomar y el modo de conducirse en los combates.
Eficacísimos protectores.
Pasando todavía más adelante el celestial
Esposo, ofrece a esta aguerrida luchadora su celestial protección y compañía. “Yo
estaré siempre contigo –le dice- y mi Madre Santísima te protegerá; pero
invócala a menudo”.
Hemos hablado en otro lugar de la
valiosísima defensa que encontraba en la Santísima virgen. La augusta
debeladora del poder de las tinieblas estaba siempre pronta para auxiliar a
esta su queridísima hija y siempre acudía trayéndole la palma de la victoria.
También su celestial protector San Gabriel
de la Dolorosa acudía tan pronto como era invocado. “Ayer –escribe al confesor-
me asaltó una tentación violentísima. Llamé al Hermano Gabriel y al punto
compareció diciéndome: Cuando la tentación ponga tu corazón en sobresalto y tu
alma en trance de ceder al enemigo recurre a mi protección, bien segura de no
caer”. Así lo hacía y siempre le fue
eficacísima la protección del angélico joven Pasionista.
Su amado Padre San Pablo de la Cruz acudía
igualmente a defenderla en los trances de mayor apuro. “El miércoles por la
tarde –escribe- me sobrevino una gran tristeza, por la cual conocí que el
malvado se acercaba. Únicamente con agua bendita y más aun invocando a San Pablo
de la Cruz pude verme libre”.
A veces acude San Gabriel “acompañado de
otro Pasionista anciano”, en quien muy pronto reconoce a San Pablo de la Cruz;
y no faltan ocasiones en que Jesús, San Pablo de la Cruz y san Gabriel,
“siempre los tres” -añade- acuden con los laureles del triunfo.
Como escudo de defensa contra los ataques
de Satanás usaba también escapularios, medallas y en los últimos años una
reliquia de la Santa Cruz que para dicho objeto le había regalado el Padre
Pedro Pablo. Encontraba tan eficaz defensa en estos objetos que viendo
frecuentemente al demonio impotente para atormentarla poníase a hostigarle y
mofarse de él.
El demonio corrido y vencido.
Esto de mofarse del demonio y hacer como
que tomaba a chacota sus amenazas y crueldades era también bastante frecuente,
hasta que el Padre Germán le prohibió detenerse en pláticas y denuestos
semejantes. Cuando vencido y corrido el demonio huía precipitado le despedía
con sonoras risotadas. “Si lo hubiera visto, Padre - escribía al director-,
cómo tropezaba al huir furioso, se hubiera reído como yo me reía”. “Después de
estas palabras – escribe en otra ocasión – quedé tranquila en el lecho y me
reía mirando los feos visajes que hacía y la rabia que le devoraba. Me
amenazaba con atormentarme si me ponía en oración.
-No importa – le respondía -; sufriré por
amor de Jesús.
En resumidas cuentas, que hoy me he
divertido bastante”.
En cierta ocasión se puso el demonio a
azotarla despiadadamente. Sin inmutarse lo más mínimo, le dijo:
-Está bien; tenía hoy que tomar la
disciplina por mis propias manos y vienes tú a evitarme ese trabajo.
Enseñan los Doctores Místicos que cuando
las almas llegan a la unión transformante con el Sumo Bien ya no temen ni se
inquietan por las tentaciones y acometidas del demonio, seguras de que no ha de
reportar ganancia ni victoria sobre ellas. Gema llegó al feliz estado de poder
despreciar todas las artimañas y baterías del infierno, tranquila en su
ardiente amor a Jesús. “Aun cuando el demonio llegue a privarme de todo humano
auxilio, no llegará a faltar Jesús en mi corazón. De todos puedo dudar, pero de
mi Jesús no. Sí, papá mío, comprendo muy bien la rabia del demonio. Pero no me
da la gana hablar más de él; quiero hablar de mi Jesús”. “Vete de aquí, mala
bestia – decía también al tentador - ; ¿no te das cuenta de que en lugar de hacerme
daño me causas provecho?”.
Y si nuestra Gema ya no teme, antes se
felicita en su lucha contra el infierno, ¿en qué han venido a parar tantos
engaños, sugestiones, enredos, violencias, apariciones y hasta posesión del
infernal enemigo?
Llanamente, en secundar los designios de
Jesús sobre su fidelísima sierva. “El demonio – le había dicho- será quien dé
la última mano a la obra que en ti deseo ejecutar”, y al final de la carrera
esas acometidas del infierno nos muestran a Gema en el último peldaño de la
escala espiritual, la unión transformante.
PP. German y Basilio,
C.P.
VIDA DE SANTA GEMA
GALGANI
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