lunes, 27 de mayo de 2013

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (VI)



CAPÍTULO 6 

Del propio conocimiento, que es la raíz, el medio único 
y necesario para alcanzar la humildad. 

Comencemos a cavar y ahondar en lo que somos y en el conocimiento de nuestras miserias y flaquezas, para que así descubramos este riquísimo tesoro. Dice San Jerónimo: Entre ese estiércol de vuestra bajeza y de vuestros pecados y miserias, hallaréis esta margarita preciosa de la humildad. 

Comencemos del ser corporal, sea ésa la primera azadonada. Dice San Bernardo: Estas tres cosas ten siempre delante de los ojos: qué fuiste, qué eres, qué serás. Ten siempre delante de los ojos lo que fuiste antes de tu generación, que es una materia hedionda y sucia que no se puede decir; qué eres ahora, que es un vaso de estiércol; qué serás de aquí a poco, que serás manjar de gusanos. Bien tenemos aquí qué meditar y en qué ahondar. Dice muy bien Inocencio Papa: ¡Oh condición baja y vil de la naturaleza humana! Mira los árboles y las yerbas del campo, y hallarás que ellos producen y echan de sí hojas y frutos muy buenos; y el hombre produce y cría de sí mil sabandijas. Las plantas y los árboles producen de sí aceite, vino y bálsamo, y echan de sí un olor muy suave; y el hombre echa de sí mil inmundicias y un hedor abominable, que pone asco pensar en ello, cuanto más decirlo. Al final, cuales el árbol, tal es el fruto, porque el árbol malo no puede llevar fruto bueno. 

Con mucha razón por cierto y con mucha propiedad comparan los Santos al cuerpo humano a un muladar cubierto de nieve, que por de fuera parece blanco y hermoso, y dentro está lleno de inmundicias y suciedades. Dice el bienaventurado San Bernardo: Si os ponéis a considerar lo que echáis por los ojos, oídos, boca y narices y por los demás albañares del cuerpo, no hay muladar tan sucio, ni que tales cosas eche de sí. ¡Oh, qué bien dijo el santo Job! (17, 14). ¿Qué es el hombre, sino un poco de podre y un manantial de gusanos? A la podre dije: Tú eres mi padre. La semejanza que hay de podre a padre, ésa y más hoy de nosotros a la podre. Y a los gusanos dije: Vosotros sois mi madre y mis hermanos; eso es el hombre un manantial de podre y costal de gusanos. ¿Pues de qué nos ensoberbecemos? (Ecl.,10, 9): [De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza] De aquí a lo menos no tenemos de qué nos ensoberbecer, sino harto de qué nos humillar y tener en poco. Y así dice San Gregorio: La guarda de la humildad es acordarnos de nuestra propia fealdad. Debajo de esta ceniza se conserva ella muy bien. 

Pasemos adelante, cavemos y ahondemos un poco más, demos otra azadonada: mirad quién eráis antes que Dios os criase, y hallaréis que erais nada, y que no podíais vos salir de aquellas tinieblas del no ser; sino que Dios, por su bondad y misericordia, os sacó de aquel abismo profundo y os puso en el número de sus criaturas, dándoos el verdadero y real ser que tenéis. De manera, que cuanto es de nuestra parte somos nada: y así nos hemos de tener por iguales de nuestra parte a las cosas que no son, y atribuir a Dios la ventaja que les llevamos. Eso es lo que dice San Pablo (Galat., 6, 3): Si alguno piensa que es algo, se engaña, que nada es. Gran mina se nos descubre aquí para enriquecernos de humildad. 

Y aún hay más en esto, que aun después que fuimos criados y recibimos el ser, no nos tenemos en nosotros mismos. No es como cuando el oficial hizo la casa, que después de edificada, la dejó y ella se sustenta sin tener necesidad del oficial que la hizo; no es así en nosotros, sino que después de criados, tenemos tanta necesidad de Dios cada momento de nuestra vida para no perder el ser que tenemos, como la tuvimos para, siendo nada, alcanzar el ser. Él nos estás siempre sustentando y teniendo con su mano poderosa para que no caigamos en el pozo profundo de la nada, de la cual primero nos sacó. Y así dice David (Sal., 18, 5): Vos, Señor, me hicisteis y pusisteis vuestra mano sobre mí. Esa vuestra mano, Señor, que tenéis puesta sobre mí, me tiene en pie, y me conserva para que no me torne a volver en la nada que antes era. Estamos siempre tan colgados y pendientes de esta manutenencia de Dios, que si esta nos faltase, y nos soltase de su mano un solo momento, de el mismo punto faltaríamos nosotros y dejaríamos de ser, y nos volveríamos en nuestra nada, como en escondiéndose el sol falta la luz en la tierra. 

Por eso dice la Escritura divina (Is., 40, 17): Todas las gentes son delante de Dios como si no fuesen, y como nada y vanidad son reputados delante de Él. Esto es lo que todos andamos diciendo a cada paso, que somos nada; pero creo que lo decimos solamente con la boca, no sé si entendemos lo que decimos. ¡Oh si lo entendiésemos y sintiésemos como lo entendía y sentía el Profeta cuando decía (Sal., 38, 6): Yo soy, Señor, delante de vos, como nada. Verdaderamente, nada soy cuanto es de mi parte, porque nada era, y el ser que tengo no lo hube de mí, sino que Vos, Señor, me disteis y a Vos le tengo de atribuir, y yo no tengo de qué gloriarme ni envanecerme en eso, porque no fui parte ninguna en ello: y Vos estáis siempre conservando ese ser y teniéndole en pie, y me estáis dando las fuerzas para obrar; todo el ser, todo el poder toda la fuerza para obrar nos ha de venir de vuestra mano; que nosotros de nuestra parte no podemos ni valemos nada, porque somos nada. 

Pues ¿que tenemos de que nos podamos ensoberbecer? ¿Por ventura de la nada? Poco ha decíamos: De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? Ahora por decir: ¿De qué te ensoberbeces, siendo nada, que es menos que polvo y ceniza? ¿Qué razón, o qué ocasión tiene la nada para engreírse y ensoberbecerse y tenerse por algo? Ninguna, por cierto. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J