VÍA CRUCIS EUCARÍSTICO
de San Pedro Julián Eymard
Van tan unidas
la Eucaristía y el calvario, es tan íntima la compenetración entre ambos
misterios, que un alma eucarística no puede menos de tener en alta estima el
piadosísimo ejercicio del vía crucis. Para Eymard era éste uno de los actos más
importantes de los ejercicios.
El mismo nunca
dejaba de hacerlo, no ya tan sólo cuando estaba de ejercicios, sino todos los
días, por ocupado y cansado que estuviese, y por eso lo recomendaba como una
cosa cuyo valor tenía bien conocido por experiencia.
El lector ha
podido ver en este mismo tomo varios modos de hacer el vía crucis. Añadimos
aquí otro, escrito también por el mismo autor, en que se podrá ver cómo es
posible dar carácter eucarístico a tan santo ejercicio.
PRIMERA ESTACIÓN
JESÚS, CONDENADO
A MUERTE
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
Jesús es
condenado por los suyos, por aquellos mismos a quienes ha colmado de favores.
Se lo condena cual si fuera un sedicioso, a Él, que es la bondad misma; como
blasfemo, siendo así que es la misma santidad; como ambicioso, cuando se hizo
el último de todos.
Como si fuera el
último de los esclavos, es condenado a la muerte de cruz. Como vino a este
mundo para sufrir y morir y para enseñarnos a hacer ambas cosas, Jesús acepta
con amor la inicua sentencia de muerte.
También en la
Eucaristía es Jesús condenado a muerte. Condenado en sus gracias, que no se
quieren; en su amor, que se desconoce; en su estado sacramental, en que es
negado por el incrédulo y profanado por horribles sacrilegios. Por una comunión
indigna vende a Jesucristo un mal cristiano al demonio, entrégalo a las
pasiones, lo pone a los pies de Satanás, rey de su corazón; le crucifica en su
cuerpo de pecado.
Los malos
cristianos maltratan a Jesús más que los mismos judíos, por cuanto en
Jerusalén fue condenado una sola vez, en tanto que en el Santísimo Sacramento
es condenado todos los días y en infinidad de lugares y por un número espantoso
de inicuos jueces.
Y a pesar de
todo, Jesús se deja insultar, despreciar, condenar; y sigue viviendo en el
Sacramento, para demostrarnos que su amor hacia nosotros es sin
condiciones ni reservas y excede a
nuestra ingratitud.¡Perdón, oh Jesús, y mil veces perdón, por todos los sacrilegios!
Si me acontece cometer uno sólo, he de pasar toda la vida reparándolo. Quiero
amaros y honraros por todos los que os desprecian. Dadme la gracia de morir
con vos.
Pater
Ave, Gloria.
Miserere
nostri, Domine, miserere nostri.
Fidelium animae per misericordiam Dei requiescant in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
SEGUNDA ESTACIÓN
JESÚS, CARGADO CON LA CRUZ
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti
mundum.
En Jerusalén los judíos imponen a Jesús una pesada e
ignominiosa cruz, que era considerada entonces como el instrumento de suplicio
propio del último de los hombres. Jesús recibe con gozo esta cruz abrumadora;
se apresura a recibirla, la abraza con amor y la lleva con dulzura.
Así nos la
quiere suavizar, aliviar y deificar en su sangre.
En el santísimo
Sacramento del altar los malos cristianos imponen a Jesús una cruz mucho más
pesada e ignominiosa para su corazón. La constituyen las irreverencias de
tantos en el santo lugar; su espíritu, tan poco recogido; su corazón, tan frío
en la presencia del Señor, y su tan tibia devoción. ¡Qué cruz más humillante
para Jesús tener hijos tan poco respetuosos y discípulos tan miserables!
Aun ahora Jesús
lleva mis cruces en su sacramento, las pone en su corazón para santificarlas y
las cubre con su amor y besos, para que me sean amables; mas quiere que las
lleve también yo por Él y se las ofrezca; se allana a recibir los desahogos de
mi dolor y sufre que yo llore mis cruces y le pida consuelo y auxilio.
¡Cuán ligera se
vuelve la cruz que pasa por la Eucaristía!¡Cuán bella y radiante sale del
corazón de Jesús! ¡Da gusto recibirla de sus manos y besarla tras Él! A la
Eucaristía iré, por tanto, para refugiarme en las penas, para consolarme y
fortalecerme. En la Eucaristía aprenderé a sufrir y a morir.
¡Perdón, Señor,
perdón por todos los que os tratan con irreverencia en vuestro sacramento de
amor! ¡Perdón por mis indiferencias y olvidos en vuestra presencia! ¡Quiero
amaros; os amo con todo mi corazón!
Pater Ave,
Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
TERCERA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR
PRIMERA VEZ
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
Tan agotado de
sangre se vio Jesús después de tres horas de agonía y de los golpes de la
flagelación, tan debilitado por la terrible noche que pasó bajo la guardia de
sus enemigos, que, tras algunos momentos de marcha, cae abrumado bajo el peso
de la cruz.
¡Cuántas veces
cae Jesús sacramentado por tierra en las santas partículas sin que nadie se dé
cuenta!
Más lo que le
hace caer de dolor es la vista del primer pecado mortal que mancilló mi alma.
¡Cuánto más
dolorosa no es la caída de Jesús en el corazón de un joven que le recibe
indignamente en el día de su primera comunión!
Cae en un corazón
helado, que el fuego de su amor no puede derretir; en un espíritu orgulloso y
fingido, sin poder conmoverlo; en un cuerpo que no es más que sepulcro lleno de
podredumbre. ¿Así por ventura hemos de tratar a Jesús la primera vez que viene
a nosotros tan lleno de amor? ¡Oh Dios! ¡Tan joven y ya tan culpable!
¡Comenzar tan
pronto a ser un Judas! ¡Cuán sensible es al corazón de Jesús; una primera
comunión sacrílega!
¡Gracias, oh
Jesús mío, por el amor que me mostrasteis en mi primera comunión! Nunca lo he
de olvidar. Vuestro soy, del mismo modo que Vos sois mío; haced de mí lo que os
plazca.
Pater Ave,
Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
CUARTA ESTACIÓN
JESÚS ENCUENTRA
A SU SANTÍSIMA MADRE
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
María acompaña a
Jesús en el camino del calvario sufriendo un verdadero martirio en su alma;
porque cuando se ama se quiere compadecer.
Hoy en el
corazón eucarístico de Jesús encuentra en el camino de sus dolores, entre sus
enemigos, hijos de su amor, esposas de su corazón, ministros de sus gracias,
que, lejos de consolarle como María, se juntan a sus verdugos para humillarle,
y blasfemar y renegar de Él. ¡Cuántos renegados y apóstatas abandonan el
servicio y el amor de la Eucaristía tan pronto como este servicio requiere un sacrificio
o un acto de fe práctica!
¡Oh Jesús mío,
quiero seguiros con María, mi madre, por más que os vea humillado, insultado y
maltratado, y deseo desagraviaros con mi amor!
Pater Ave,
Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
QUINTA ESTACIÓN
EL CIRINEO AYUDA
A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
Jesús aparecía
cada vez más rendido bajo su peso. Los judíos, que querían que muriese en la
cruz, para poner el colmo a sus humillaciones, pidieron a Simón el Cireneo que
tomase el madero. Él se negó, y menester fue obligarle para que tomara este
instrumento que tan ignominioso le parecía. Mas aceptó al fin y mereció que Jesús
le tocara el corazón y lo convirtiera.
En su Sacramento
Jesús llama a los hombres y casi nadie acude a sus invitaciones. Convídales al
banquete eucarístico y se echa mano de pretextos mil para desoír su
llamamiento. El alma ingrata e infiel se niega a la gracia de Jesucristo, el
don más excelente de su amor; y Jesús se queda solo, abandonado, con las manos
llenas de gracias que no se quieren: ¡Se tiene miedo a su amor!
En lugar del
respeto que le es debido, Jesús no recibe, las más de las veces, más que
irreverencias... Se ruboriza uno de encontrarlo en las calles y se huye de Él
así que se le divisa. No se atreve uno a darle señales exteriores de la propia
fe.
¿Será posible,
divino Salvador mío? Demasiado cierto es, no puedo menos de sentir los
reproches que me dirige mi conciencia. Sí, he desoído muchas veces vuestro
amoroso llamamiento, aferrado como estaba a lo que me agradaba; me he negado
cuando tanto me honrabais invitándome a vuestra mesa, movido por vuestro amor. Pésame
de lo más hondo de mi corazón. Comprendo que vale mucho más dejarlo todo que
omitir por mi culpa una comunión, que es la mayor y más amable de vuestras
gracias. Olvidad, buen salvador mío, mi pasado y acoged y guardad vos mismo mis
resoluciones para el porvenir.
Pater Ave, Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
SEXTA ESTACIÓN
UNA PIADOSA
MUJER ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
El Salvador ya
no tiene rostro humano; los verdugos se lo han cubierto de sangre, de lodo y de
esputos. El esplendor de Dios se encuentra en tal estado, por lo cubierto de
manchas, que no se le puede reconocer. La piadosa Verónica afronta los
soldados; bajo las salivas ha reconocido a su salvador y Dios, y movida de
compasión enjuga su augusta faz. Jesús la recompensa imprimiendo sus facciones
en el lienzo con que ella enjuga su cara adorable.
Divino Jesús mío, bien
ultrajado, insultado y profanado sois en vuestro adorable Sacramento. Y ¿dónde
están las verónicas compasivas que reparen esas abominaciones? ¡Ah! ¡Es para entristecerse
y aterrarse que con tanta facilidad se cometan tantos sacrilegios contra el
augusto Sacramento! Se diría que Jesucristo no es entre nosotros sino un
extranjero que a nadie interesa y hasta merece desprecio!
Verdad es que
oculta su rostro bajo la nube de especies bien débiles y humildes; pero es para
que nuestro amor descubra en ellas por la fe sus divinas facciones. Señor, creo
que sois el Cristo, Hijo de Dios vivo, y adoro bajo el velo eucarístico vuestra
faz adorable, llena de gloria y de majestad; dignaos, Señor, imprimir vuestras
facciones en mi corazón, para que a todas partes lleve conmigo a Jesús y a Jesús
sacramentado.
Pater Ave,
Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
SÉPTIMA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR
SEGUNDA VEZ
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
A pesar de la
ayuda de Simón, Jesús sucumbe por segunda vez a causa de su debilidad, y esto le
depara una ocasión para nuevos sufrimientos. Sus rodillas y manos son
desgarradas por estas caídas en camino tan difícil, y los verdugos redoblan de
rabia sus malos tratos.
¡Oh, cuán nulo
es el socorro del hombre sin el de Jesucristo! ¡Cuántas caídas se prepara el que
se apoya en los hombres!
¡Cuántas veces
cae por la Comunión hoy el Dios de la Eucaristía en corazones cobardes y
tibios, que le reciben sin preparación, le guardan sin piedad y le dejan
marcharse sin un acto de amor y de agradecimiento! Por nuestra tibieza es Jesús
estéril en nosotros.
¿Quién se
atrevería a recibir a un grande de la tierra con tan poco cuidado como se
recibe todos los días al rey del cielo?
Divino Salvador
mío, os ofrezco un acto de desagravio por todas las comuniones hechas con
tibieza y sin devoción. ¡Cuántas veces habéis venido a mi pecho! ¡Gracias por
ello! ¡Quiero seros fiel en adelante! ¡Dadme vuestro amor, que él me basta!
Pater Ave, Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
OCTAVA ESTACIÓN
JESÚS CONSUELA A
LAS PIADOSAS Y AFLIGIDAS MUJERES
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
Consolar a los
afligidos y perseguidos era la misión del Salvador en los días de su vida
mortal, misión a la que quiere ser fiel en el momento mismo de sus mayores
sufrimientos.
Olvidándose de sí, enjuga las lágrimas de las piadosas mujeres
que lloraban por sus dolores y por su Pasión, ¡qué bondad!
En su santísimo
Sacramento, Jesús no cuenta con casi nadie que le consuele del abandono de los
suyos, de los crímenes de que es objeto. Día y noche se encuentra solo. ¡Ah, si
pudieran llorar sus ojos, cuántas lágrimas no derramarían por la ingratitud y
el abandono de los suyos! Si su corazón pudiera sufrir, ¡qué tormentos
padecería al verse desdeñado hasta por sus mismos amigos!
Y aun siendo
esto así, tan pronto como venimos hacia Él, nos acoge con bondad, escucha
nuestras quejas y el relato con frecuencia bien largo y harto egoísta de
nuestras miserias, y, olvidándose de sí nos consuela y reanima. ¿Por qué habré
yo, divino Salvador mío, recurrido a los hombres para hallar consuelo, en lugar
de dirigirme a Vos? Ya veo que esto hiere a vuestro corazón, celoso del mío.
Sed en la Eucaristía mi único consuelo, mi único confidente: con una palabra,
con una mirada de vuestra bondad me basta. ¡Que os ame yo de todo corazón y haced lo
que os plazca!
Pater Ave,
Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
NOVENA ESTACIÓN
JESÚS CAE
POR TERCERA VEZ
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
¡Cuántos sufrimientos
en esta tercera caída! Jesús cae abrumado bajo el peso de la cruz y apenas si a
fuerza de malos tratos logran los verdugos levantarle.
Jesús cae por
tercera vez antes de ser levantado en cruz como para atestiguar que le pesa el
no poder dar la vuelta al mundo cargado con su cruz.
Jesús vendrá a
mí por última vez en viático antes de que salga también yo de este valle de
destierro. ¡Ah, Señor, concededme esta gracia, la más preciosa de todas y
complemento de cuantas he recibido en mi vida!
¡Pero que reciba
bien esta última comunión, tan llena de amor!
¡Qué caída más
espantosa la de Jesús, que entra por última vez en el corazón de un moribundo,
que a todos sus pecados pasados añade el crimen del sacrilegio y recibe
indignamente al mismo que ha de juzgarle, profanando así el viático de su
salvación!
¡En qué estado
más doloroso no se ha de ver Jesús en un corazón que le detesta, en un espíritu
que le desprecia, en un cuerpo de pecado entregado al demonio! ¡Es ¡ay! el
infierno de Jesús entierra!
¿Y cuál será el juicio
de esos desdichados? Sólo pensarlo causa temblor: ¡Perdón, Señor, perdón por
ellos! Os ruego por todos los moribundos. Concededles la gracia de morir en
vuestros brazos después de haberos recibido bien en viático.
Pater Ave,
Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo valide.
DÉCIMA ESTACIÓN
JESÚS ES
DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
¡Cuánto no debió
sufrir en este cruel e inhumano despojamiento! ¡Le arrancan los vestidos
pegados a las llagas, las cuales vuelven a abrirse y a desgarrarse!
¡Cuánto no debió
sufrir en su modestia viéndose tratado como se tendría vergüenza de tratar a un
miserable y a un esclavo, que al menos muere en el sudario en el que ha de ser sepultado!
Jesús es
despojado aún hoy de sus vestiduras en el estado sacramental. No contentándose
con verle despojado, por amor hacia nosotros, de la gloria de su divinidad y de
la hermosura de su humanidad, sus enemigos le despojan del honor del culto,
saquean sus iglesias, profanan los vasos sagrados y los sagrarios, le echan por
tierra. Es puesto a merced del sacrilegio, Él, rey y salvador de los hombres,
como en el día de la crucifixión.
Lo que Jesús se
propone al dejarse despojar en la Eucaristía es reducirnos a nosotros al estado
de pobres voluntarios, que no tienen apego a nada, y así revestirnos de su vida
y virtudes. ¡Oh Jesús sacramentado, sed mi único bien!
Pater Ave, Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae per
misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
UNDÉCIMA
ESTACIÓN
JESÚS ES CLAVADO
EN LA CRUZ
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
¡Qué tormentos
los que sufrió Jesús cuando le crucificaron! Sin un milagro de su poder no le
hubiera sido posible soportarlos sin morir.
Con todo, en el
calvario Jesús es clavado a un madero inocente y puro, mientras que en una
comunión indigna el pecador crucifica a Jesús en su cuerpo de pecado, cual si
se atara un cuerpo vivo a un cadáver en descomposición.
En el calvario
fue crucificado por enemigos declarados, mientras que aquí son sus propios
hijos los que le crucifican con la hipocresía de su falsa devoción.
En el calvario
sólo una vez fue crucificado, mientras aquí lo es todos los días y por millares
de cristianos.
¡Oh divino
Salvador mío, os pido perdón por la no mortificación de mis sentidos, que ha
costado expiación tan cruel.
!Por vuestra
Eucaristía, queréis crucificar mi naturaleza e inmolar al hombre viejo,
uniéndome a vuestra vida crucificada y resucitada. Haced, Señor, que me
entregue a vos del todo, sin condición ni reserva.
Pater Ave,
Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
DUODÉCIMA
ESTACIÓN
JESÚS EXPIRA EN
LA CRUZ
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
Jesús muere para
rescatamos; la última gracia es el perdón concedido a los verdugos; el último
don de su amor, su divina madre; la sed de sufrir, su último deseo; y el
abandono de su alma y de su vida en manos de su Padre, el último acto.
En la Sagrada
Eucaristía continúa el amor que nos mostró Jesús al morir; todas las mañanas se
inmola en el santo sacrificio y va a perder su existencia
sacramental en los que le reciben. Muere en el corazón del pecador para su condenación.
Desde la sagrada
Hostia me ofrece las gracias de mi redención y el precio de mi salvación. Pero
para poderlas recibir, muera yo junto a Él y para Él, según es su voluntad.
Dadme, Dios mío,
la gracia de morir al pecado y a mí mismo, gracia de no vivir más que para
amaros en vuestra Eucaristía.
Pater Ave,
Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
DECIMOTERCERA
ESTACIÓN
JESÚS ES
ENTREGADO A SU MADRE
V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
Jesús es bajado
de la cruz y entregado a su divina madre, quien le recibe entre sus brazos y
contra su corazón, ofreciéndolo a Dios como víctima de nuestra salvación.
A nosotros nos
toca ahora ofrecer a Jesús como víctima en el altar y en nuestros corazones
para nosotros y para los nuestros. Nuestro es, pues Dios Padre nos lo ha dado y
Él mismo se nos da también para que hagamos uso de Él.
¡Qué desdicha el
que este precio infinito quede infructuoso entre nuestras manos, a causa de
nuestra indiferencia!
Ofrezcámoslo en
unión con María y pidamos a esta buena madre que lo ofrezca por nosotros.
Pater Ave, Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
DECIMOCUARTA
ESTACIÓN
JESÚS ES
DEPOSITADO EN EL SEPULCRO
V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibi.
R. Quia per crucem tuam redemisti mundum.
Jesús quiere
sufrir la humillación del sepulcro; es abandonado a la guarda de sus enemigos,
haciéndose prisionero suyo.
Mas en la Eucaristía aparece Jesús sepultado con
toda verdad, y, en lugar de tres días, queda siempre, invitándonos a nosotros a
que le hagamos guardia; es nuestro prisionero de amor.
Los corporales le
envuelven como un sudario; arde la lámpara delante de su altar lo mismo que
delante de la tumba; en torno suyo, reina silencio de muerte.
Al venir a
nuestro corazón por la comunión, Jesús quiere sepultarse en nosotros;
preparémosle un sepulcro honroso nuevo, blanco, que no esté ocupado por afectos
terrenales embalsamémosle con el perfume de nuestras virtudes.
Vengamos, por
todos los que no vienen, a honrarle, adorarle en su sagrario, consolarle en su
prisión, y pidámosle la gracia del recogimiento y de la muerte al mundo, para llevar una vida oculta en la Eucaristía.
Pater Ave,
Gloria.
Miserere nostri,
Domine, miserere nostri.
Fidelium animae
per misericordiam Dei requiescant
in pace.
Sancta Mater,
istud agas,
Crucifixi fige plagas
Cordi meo
valide.
O crux, ave,
spes unica,
Mundi salus et gloria;
Mundi salus et gloria;
Piis adauge
gratiam
Reisque dele
crimina.
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