Una pequeña ciudad sale de la sombra
Si la muy modesta aldea de Ars debe toda su fama a su santo
cura, en el sentido de que era completamente desconocida en el
mundo antes de él, no es exactamente lo mismo en el caso de Lourdes.
En su Francia pintoresca, que data de 1835, Abel Hugo, el
hermano mayor de Víctor, habla de ella en estos términos: "Esta
capital del antes llamado Lavedan-en-Bigorre tenía el nombre, antiguamente,
de «Mirabel», palabra que en el dialecto del lugar significa
bella vista."
En Lourdes existe un viejo castillo que había servido sobre todo
de prisión de Estado desde el siglo XIV. Este castillo acababa, nos dice
Abel Hugo, de ser reparado. Y añade:
"La ciudad rodea la roca del costado opuesto al Gave; se extiende
en una barranca atravesada por un torrente. Bien construida
pero irregular, ningún edificio notable la decora; pero se halla situada
ventajosamente en la unión de cuatro valles que recorren las
rutas de Pau, Tarbes, Baréges y Bagnéres."
Pero no fue un bello lugar lo que acudieron a ver millones de
peregrinos en el transcurso del año 1958. Este año marcó el centenario
de las apariciones. ¿De qué apariciones se trata? Todo el mundo
lo sabe. El 11 de febrero de 1858, una niña, muy simple, muy pobre,
muy ignorante, pero muy piadosa, Bernadette Soubirous, vio de
pronto, en el hueco de una roca, en la entrada de la gruta de Massabieille,
a "un joven blanca".
Y dieciocho veces, entre el 11 de febrero y el 16 de julio, la
aparición volvió.
Pero nuestro objeto no es, evidentemente, repetir un relato tantas
veces ofrecido a los lectores de todos los países del mundo.
¿El diablo ha intervenido en esta extraordinaria aventura? Su silencio
o su ausencia sería bastante asombroso... Iba a rondar sin
duda por Ars, alrededor de un santo. ¿Podía desatender lo que ocurría
en la Gruta milagrosa? Todos los que han escrito sobre Lourdes, y
son muchos, han señalado, en efecto, sus intervenciones. Fueron lo
que se llama en teología infestaciones y vamos en este capítulo a
recorrer las rarezas tan dignas de Satán.
Un alerta dudoso
Si creemos al excelente J. B. Estrade, uno de los primeros relatores
de las apariciones, hubo ya un alerta, el 19 de febrero, en
ocasión de la cuarta aparición.
Cuando Bernadette, desde la Gruta, subía hacia la ciudad, habría
revelado que la aparición había sido perturbada por clamores extraños e
insólitos. Estos clamores parecían subir del Gave, y eran numerosos
y como contestándose unos a otros. Se interpelaban, se cruzaban como
las vociferaciones de una muchedumbre tumultuosa. Entre estos aullidos
deformados una voz más clara se elevó iracunda y se oyeron
estas palabras proferidas como una amenaza: "¡Escapa!. . . ¡Escapa!
. ."
¿A quién se dirigía esta orden perentoria? Bernadette comprendió
en seguida que no era a ella, demasiado insignificante para ser
peligrosa, sino a la "joven blanca" que se mostraba a sus ojos extasiados,
y cuyo nombre aún ignoraba. Pero — siempre de acuerdo con
la versión de J. B. Estrade —la Visión de luz no hizo más que
volver los ojos un instante hacia el punto de donde salían los clamores
y esta rápida mirada fue tan eficaz, de una autoridad tan perfectamente
soberana, que el silencio siguió inmediatamente a los clamores
que se habían oído hasta ese instante.
J. B. Estrade declara que el relato de este primer alerta le fue "hecho directamente por la vidente, a él y a su hermana". El abate
Nogaro, cura de la catedral de Tarbes, recibió también el dato de
"la misma extática".
Creemos, pues, con monseñor Trochu, que debemos admitir el
hecho. Pero tenemos dudas sobre la fecha. El padre Cros, S. J., en
efecto, que ha estudiado con tanta minucia todo lo que concierne a
las Apariciones, no habla de ello en la fecha 19 de febrero, ni más
tarde por cierto. Además, tiene ocasión, con harta frecuencia, de
señalar los errores en los recuerdos del buen señor Estrade, lo cual
nos induce a creer que éste ha situado mal el citado episodio en el sentido de habernos dado una fecha muy anterior. No lo descartamos,
por cierto, pero pensamos que ha de haberse producido más adelante.
Lleguemos, pues, a las "diabluras" mejor fechadas y por lo tanto
más seguras.
Pero cumpliendo nuestro propósito de no dar más que hechos
bien atestiguados seguiremos de muy cerca los datos del padre Cros(1).
Antes que nada, entonces, los hechos y después los ensayos de explicación.
Cantidad de visionarias
Fue un jueves 15 de abril cuando el alcalde de Lourdes, el señor
Lacadé, entregó un primer informe al subprefecto de Argeles sobre
otras visionarias además de Bernadette Soubirous. Recordemos bien
la fecha. De acuerdo con los cálculos del padre Cros, habíanse producido
ya 18 apariciones, del 11 de febrero al 7 de abril (2). La serie
estaba, pues, terminada. Bernadette permanecerá alejada de todo
cuanto va a producirse. Pero leamos el informe del alcalde:
"El sábado último pasado, 10 de abril —escribe—, tres niñas
de Lourdes estaban en la Gruta rezando a Dios y a las dos de la tarde
la Virgen, afirman ellas, se les apareció. Una de ellas ha puesto en
manos del señor cura una declaración escrita que éste ha enviado
al señor obispo.
"La llamada Pauline Labantés, que estaba en la Gruta ayer por
la mañana, 14 de abril, a las diez, para rezarle allí al Señor, dice
haber visto a la Virgen."
No era, sin embargo, más que un comienzo.
El muy concienzudo comisario de policía Jacomet, redacta a su
vez un informe, como era su deber, dirigido al subprefecto, luego
al prefecto.
Las visionarias van a multiplicarse. Bernadette está, si nos atrevemos
a decirlo, "hundida". No puede rivalizar con tantas otras
que ven maravillas. El comisario da detalles muy precisos. Estos detalles
son muy útiles para formarse una opinión sobre el valor de estas
nuevas visiones. ¿Dónde ocurren? Jamás en el lugar mismo donde
Bernadette había visto a la Virgen y oído su nombre de labios de
Ella misma. Parece que una protección invisible rodea ese lugar,
como rodea a la persona misma de Bernadette. En tanto que ésta
permanecerá siempre tan "natural", es decir, tan exactamente lo que ella era, muy simple, muy modesta, muy ignorante, pero muy recta
y muy sincera, he aquí las indicaciones que nos han sido proporcionadas
sobre las nuevas videntes.
El 10 de abril eran cinco y no tres, como lo decía el primer
informe del alcalde.
"Una de ellas — escribe el comisario — es Claire-Marie Sazenave,
de veintidós años, muchacha virtuosa, de una fe ardiente, de una
imaginación exaltada: «He visto —dice ella— una piedra blanca,
casi al mismo tiempo una forma de mujer, de estatura normal, llevando
un niño en el brazo izquierdo: el rostro sonriente, cabellos
ondulados que le caían por los hombros; sobre su cabeza algo blanco
levantado como por una peineta; por fin un vestido blanco. En
cuanto al niño, lo distinguí confusamente y sólo al principio; después
no lo vi más»."
"La segunda, Madeleine Cazaux, cuarenta y cinco años, casada,
mala mujer, adicta a la bebida, explica así su visión: «Vi sobre la
piedra blanca algo, del tamaño de una niña de diez años; tenía un
velo blanco sobre la cabeza que le caía sobre los hombros, los cabellos
le caían sobre el pecho. Todas las veces que se movía un poco
la vela, esta forma desaparecía»."
"La tercera, Honorine Lacroix, de más de cuarenta años, prostituta,
de costumbres innobles, dijo que había visto, la primera, a
la Virgen. «Esta Virgen — declaró — tenía la forma de una niñita
de cuatro años, cubierta por un velo blanco y cuyos cabellos le caían
sobre los hombros y estaban recogidos sobre la frente. Sus ojos eran
azules, sus cabellos eran rubios, la parte inferior del rostro era blanco
y las mejillas rojas»."
"En cuanto a las dos extranjeras, de las cuales una ha tenido
también una visión, según dicen, no se ha oído hablar más de ellas:
se ignora de dónde son."
¡Todo esto, a primera vista, es muy sospechoso!
Pero lo que no lo es menos es el lugar donde se manifestaban
estas pretendidas apariciones.
El lugar
Es siempre el comisario el que nos ha hecho una descripción
detallada.
Después que la Gruta, como consecuencia de las apariciones a
Bernadette, se hubo convertido en un punto de peregrinaje popular,
se había levantado allí una especie de altar donde los visitantes llevaban
ramos de flores del campo o de los jardines y depositaban allí
sus ofrendas. La Gruta tenía la forma de un horno de alrededor de
cuatro metros de profundidad. La bóveda de este horno se hallaba
a dos metros sesenta de altura. Ahora bien, a los dos metros cincuenta, más o menos, es decir en un punto al cual no podía llegarse sin una
pequeña escalera, se abría en la bóveda misma un corredor estrecho
que se hundía, aunque ascendiendo abruptamente en el interior de la
roca. Este corredor podía tener cuatro metros de largo y desembocaba
en un espacio oval que medía alrededor de dos metros sesenta
de diámetro. Más adelante el corredor se estrechaba de nuevo. Y
cuatro metros más adelante uno estaba bloqueado, pero se podían
percibir a la luz de los cirios, paneles de rocas blanquecinas.
Se sobreentiende que para deslizarse en este hueco de la roca era
necesario, casi sin excepción, arrastrarse boca abajo en una posición
muy incómoda y bastante poco decente para una mujer. Además,
la primera vez las "videntes" no habían llevado consigo ninguna
escalera, como se hizo después, sino que habían trepado sin vergüenza
al altar levantado en el fondo de la Gruta para arrastrarse desde ahí
en el corredor misterioso que acabamos de describir sumariamente.
Se iluminaban con velas cuya luz vacilante arrojaba, sin duda, formas
cambiantes que podían tomarse, con un poco de imaginación,
ora por una mujer de estatura normal, ora por una niñita de diez
años o aún mismo de cuatro.
El comisario decía claramente, con una expresión de reprobación:
"Fue el sábado 10 de abril que por primera vez las mujeres se arriesgaron a visitar el lugar que les describo. Ni el altar que era
necesario hollar, ni la decencia, ni nada las detuvo. Eran cinco, grupo
bien curioso por las diferencias de edad, de vida y de costumbres."
Esta primera visita no tuvo mucha repercusión. Marie Cazenave,
la más honorable de las tres videntes, parece haberse sentido, dijo
el comisario, "avergonzada de lo que declaraban haber visto sus
poco dignas compañeras". Pero la cosa se propagó, con todo. La curiosidad
fue más fuerte que el respeto humano. Otras mujeres entraron
a su vez en el hueco de la roca. Muchas no vieron nada y regresaron
muy desconcertadas. Pero el 14 de abril, Suzette Lavantes, sirvienta
de cincuenta años de edad, realiza la ascensión de la galería y vuelve
toda entusiasmada. La rodean, la interrogan. Ella ha visto. Está
todavía toda temblorosa. ¿Qué ha visto? "Una forma blanca — dice —
más o menos del tamaño mío, una especie de vapor como un velo, y
debajo un vestido de cola, pero no distinguí ninguna forma humana,
ni cabeza, ni brazos, ni piernas, ni parte alguna del cuerpo. Por lo
demás — añade —, lo que he visto es tan indeciso y vago que no
puedo darme cuenta de lo que es."
Y con estos elementos empezó el alboroto. A partir de este momento
los peregrinajes a la galería tan poco abordable se multiplican.
El 17 de abril, por primera vez, hombres y mujeres se encuentran
reunidos para esta expedición perturbadora. Una joven, Josephine
Albario, de quince años, empieza a llorar, a agitarse. La tranquilizan,
la hacen salir. Se ven obligados a conducirla de nuevo a su casa y
a acostarla. Declara que ha visto a "la Inmaculada Concepción, llevando a un niño en brazos y junto a ella a un hombre con una larga
barba". ¡Y esta misma aparición parece perseguirla hasta su cama!
Los ánimos desde ese momento se alteran. Dos corrientes de opinión
parecen definirse. Unos están llenos de admiración, creen en
todas las apariciones, las de Bernadette y las de sus émulos. Otros,
chocados por muchos detalles de las nuevas visiones, no creen ni en
las de Bernadette. La confusión es enorme. El 18 de abril, la propia
sirvienta del alcalde es presa de convulsiones porque ella también ha
creído ver algo.
Pero esta vez ella no ha tenido ni siquiera que subir al corredor
de la roca, puesto que sus convulsiones empezaron delante del altar
de la Gruta, cuando rezaba su rosario. El alcalde tiene absoluta confianza
en su sirvienta. Va a ordenar que se realicen experiencias para
saber si los juegos de luz pueden provocar las visiones que enloquecen
a tantas mujeres. El 19 de abril una comisión investigadora
entra en la gruta superior; se desea tener la conciencia tranquila.
Las visiones, y sobre todo la de Josephine Albario, que le han provocado
un éxtasis de tres cuartos de hora, ¿pueden tener una explicación
natural?
Pero el resultado de esta investigación es completamente negativo.
Con todo debemos destacar que las apariciones a Bernadette
habían estado rodeadas de circunstancias muy diferentes de las que
acabamos de relatar.
Lo cierto es que la muchedumbre tenía tendencia a confundirlas.
Las personas serias como el comisario Jacomet, se creyeron, por lo
tanto, autorizadas, sin más trámites, a atribuirlas, las unas y las
otras, a imaginaciones deplorables. Y el procurador Dutour escribirá
al procurador general, el 18 de abril, quejándose de la actitud del
clero:
"No se hace nada para desviar del camino por el cual avanza
cada día más el sentimiento religioso que se extravía como consecuencia
de la locura o de la superchería. Las visiones se multiplican;
ya no se alcanza a contar los milagros; el clero y el señor alcalde de
Lourdes no parecen tener otra preocupación que registrarlos."
Y reconstruye, a su vez, como el comisario Jacomet, todo el
proceso de las visiones que acabamos de relatar.
No hay duda que en esa fecha de fines de abril de 1858, la confusión
de los espíritus era extrema en lo tocante a las apariciones.
Primeros temores
Y sin embargo una voz se hizo oír que debemos registrar y que
nos servirá aquí como principio de distinción. Hemos dicho que había
hasta ese momento dos tendencias: o admitir y admirarlo todo,
o condenar todo y poner todo en cuarentena. Por primera vez, un
sacerdote va a insinuar lo que más tarde fue reconocido como verdad.
Hacia esa misma época, en el número de "videntes" se contaba
una cierta Marie-Bernard, de Carrére-basse.
"Pretendía — cuenta el abate Péne — haber visto en la Gruta a
un grupo de tres personas: un hombre con barba blanca, una mujer
bastante joven, y un niño. El anciano tenía llaves en una mano y
con la otra se enrulaba los bigotes. Al principio se dijo en la ciudad
que podía ser la Santa Familia. Más tarde la misma visión se reprodujo
y se añadió que se habían observado ademanes poco decentes
hechos por estos personajes. Si estos ademanes fueron advertidos por
la misma visionaria o por otros que hubieran podido tener la misma
visión, tanto mi hermana como yo nunca lo supimos. No obstante
esta mujer era penitente mía y varias veces me había relatado estos
hechos, pero no le presté mayor atención, creyendo que no eran más
que maniobras diabólicas tratando de cubrir con su sombra las apariciones
precedentes"
Nosotros subrayamos estas últimas líneas. Nos parecen dar, en
efecto, la explicación más razonable sobre todo el conjunto de hechos.
Aunque atribuyamos a la exaltación, a la imaginación, al contagio
espiritual, las visiones que se agregan a las apariciones a Bernadette,
no hay duda, en efecto, que el demonio hallaba en ellas su,
provecho y que se veía asomar en el conjunto de los episodios de
los cuales no hemos comentado más que una parte, una táctica: la
de desvirtuar las visiones autentiquísimas y las apariciones certísimas
de la Virgen bajo el flujo de imitaciones absurdas o estrambóticas
con las que una parte del público se saciaba con deleite en Lourdes,
mientras que los más cuerdos se encogían de hombros.
Ahogar la verdad en la mentira era un procedimiento muy digno
del demonio. Y lo que vamos a decir confirmará esta primera apreciación
de los acontecimientos.
Debemos hacer notar, con todo, que las interdicciones y oposiciones
que sufrieron las apariciones verídicas de Bernadette, tuvieron
por lo menos un buen resultado: el de limitar o de suprimir las
manifestaciones diabólicas en su extrema violencia. Con el tiempo se
llegará a comprender que no se trataba de admirar todo ni de condenar
todo, sino simplemente de distinguir.
La más acreditada de estas visionarias había sido la joven Josephine
Albario. Pero había en su caso demasiadas perturbaciones, agitaciones,
lágrimas. El señor Estrade que hemos citado en varias oportunidades
y cuyos juicios son más seguros que sus recuerdos, escribirá
sobre ella después de haberla colocado, interiormente, en el mismo
nivel, en su confianza, que a Bernadette:
"Algo secreto incomodaba, sin embargo, mi admiración y parecía
advertirme que la verdad no se hallaba ahí. Establecí comparaciones
y recordé que ante los éxtasis de Bernadette me sentía transportado,
en tanto que ante los de Josephine . . . sólo me sentía sorprendido.
Yendo al fondo de los primeros percibía en ellos una acción verdaderamente celestial; enfrentándome con los segundos sólo encontré
en ellos las agitaciones de un organismo fuertemente sobreexcitado .."
Al hablar así, el señor Estrade, como todas las personas sensatas,
practicaba ese arte necesario que San Ignacio de Loyola había llamado
"discernimiento de los espíritus". Y el mismo San Ignacio no había
hecho sino poner en fórmulas el grande precepto de San Pablo, en
los albores del cristianismo: "El espíritu no lo apaguéis, las profecías
no las menospreciéis; probadlo todo, quedaos con lo bueno..
(I Tesalonicenses, V, 19-21).
Juicios razonables
La verdad estaba, pues, en camino. La luz se hacía poco a poco
en los espíritus, aunque se estaba todavía bastante lejos del objetivo
final, como vamos a verlo.
Pero antes de ocuparnos de otra serie de perturbaciones y agitaciones
en las cuales las infestaciones diabólicas se tornarán cada vez
más visibles, daremos otro ejemplo más de las apreciaciones que se
hacían en torno de las demasiadas "videntes" que le hacían la competencia
a Bernadette. Acabamos de hablar de Josephine Albario,
muchacha excelente, por lo demás. He aquí otra: Marie Courrech,
la sirvienta del alcalde de Lourdes. Sería demasiado largo consignar
aquí sus propias declaraciones que figuran en la obra del padre Cros.
(II, 96 v siguientes.)
Pero lo que nos llama la atención es el juicio que sigue, hecho por
un habitante de Lourdes, Antoinette Garros:
"No tenía fe —dice— en las visiones de Marie Courrech; su
rostro no era el de Bernadette ni sus ademanes tampoco. Tenía sacudimientos,
sobresaltos. Muchas veces, viendo estas apariciones más
allá del Gave, se lanzaba hacia adelante, porque, decía ella después,
la Aparición la llamaba a la Gruta. Si no la hubiésemos retenido con
grandes esfuerzos, se hubiera precipitado en el Gave. Cierto día que
yo la retuve violentamente las personas que miraban empezaron a
gritar: «Déjela ir: si cruza el Gave será un milagro.» Pero yo no los
escuché; prefería evitar que se ahogara y me dije: «Si la Santísima
Virgen quiere que cruce el Gave sabrá bien cómo arrancarla de mis
brazos.»
Lo que debemos retener de estos ejemplos y estas discusiones es
que siempre hay manera de discernir los dones auténticos, los verdaderos
carismas de sus imitaciones diabólicas.
Visionarios en masa
Los desórdenes — es menester llamarlos así — no estuvieron limitados
por mucho tiempo a algunas mujeres o niñas, como las que
hemos citado. Los "videntes", de ambos sexos, van a multiplicarse y sus agitaciones y remilgos, cuyo carácter casi siempre ridículo o
burlesco vamos a relatar, se prolongaron hasta comienzos del año 1859.
El padre Cros pudo investigar sobre ellos alrededor de veinte años
más tarde.
"En el mes de junio de 1878, escribió, encontramos en Lourdes
el recuerdo y el nombre de estos visionarios de ambos sexos y de todas
las edades: y eso que sólo hemos descubierto a los más ilustres, porque
ya nadie en esa época tenía orgullo de haber sido visionario."
El padre Cros pudo comprobar, de este modo, que los informes
del comisario Jacomet, a quien, con mucha frecuencia, se le ha criticado
la severidad, atribuyéndole erróneamente una parcialidad hostil
a las cosas divinas, no tenían nada de exagerado. En realidad el
comisario estuvo lejos de conocer todos los hechos: no denunció más
que una parte e ignoró o descuidó el resto.
Las manifestaciones alcanzaron un grado tal de exageración que
se produjo un verdadero escándalo y el mismo cura de Lourdes, en
septiembre de 1858, debió conjurar desde el púlpito a los padres, para
que les pusieran fin, impidiendo que sus hijos se entregaran a esas
incesantes excentricidades.
Leyendo los textos reunidos por el padre Cros se tiene la impresión
de estar frente a una especie de epidemia. Juzguemos: he aquí
las declaraciones de los testigos:
Hermano Léobard, director de las escuelas de Lourdes: El diablo
hizo surgir una infinidad de visionarios. Los vimos librarse a las más
grandes extravagancias. ¿Veían algo? Sí, y tenemos motivos para
creer que muchos de ellos han visto al espíritu maligno, bajo formas
diversas . . . Muchos de mis alumnos pretendieron haber visto apariciones.
Faltaban a menudo al colegio . . . Sus extravagancias se produjeron
no sólo en la Gruta, y en un arroyo abajo de la ladera de
la Basílica, sino también en casa de ellos, donde habían improvisado
pequeñas capillas. . ."
Hermano Cérase: Una multitud de niños y niñas pretendieron
haber visto a la Virgen Santísima. Los he encontrado en el camino
de la Gruta. Llevaban una vela en la mano y se arrodillaban junto
a los charcos... En oportunidad de uno de estos encuentros, un
hombre me dijo: «Mi hijita también ve a la Santísima Virgen, en la
Gruta; ¡son tantos los que la ven!» Yo consideré todo esto como
pura comedia, y me asaltaron dudas muy grandes con respecto a las
visiones de Bernadette a las cuales yo no había asistido nunca . . "
Nosotros somos los que subrayamos estas últimas palabras. Vemos
ahí los peligros que las falsificaciones diabólicas hicieron correr al
mensaje de Bernadette. Y sobre ello tendremos otras muchas pruebas.
Pero continuemos con nuestra citación extraída de las pacientes
investigaciones del padre Cros.
"Domlnique Vignes, Marie Portan, Dominiquelle Cazenave, Ursule
Nicolau.. . testigos excelentes: He visto muchas veces visionarios en la Gruta. Asían los ramos de flores naturales que llevábamos allá
y arrancando los lirios y las rosas, que arrojaban al Gave, decían:
«La Aparición no quiere ni lirios ni rosas»."
"He oído a una niña de diez u once años gemir, gritar, aullar,
delante del hueco de la roca donde se encuentra ahora la vivienda
del guardián: la Aparición estaba ahí, para ella. A esta niña se la
honraba como a las otras. Se la besaba con devoción . . ."
"Cada uno de ellos llevaba un rosario en la mano; pero todos los
rosarios eran nuevos y no estaban benditos; no querían otros. Tenían
los rosarios colgando, con el Cristo a la altura de los ojos, y movían
el rosario delante de sus rostros; hacían corriditas en todas direcciones,
medio agachados, con el rostro contorsionado y gritando como
cachorros de perro que ladraran persiguiendo una presa . . ."
"Vi llegar una procesión desde la fuente de la Merlasse hasta el
poste, se trata del poste del cartel que prohibe la entrada a la Gruta.
Llegado ahí, uno de los procesantes gritó: «Bajen todos conmigo:
¡van ustedes a ver a la Virgen!» Las mujeres se pusieron en fila
para seguirlo . . ."
"Cierta tarde, caída la noche, uno de los visionarios, con la cabeza
coronada de laureles, gritó: «Reciten todos el rosario: ¡Dios va
a recitarlo! Fue inútil que yo observara que era el mundo al revés,
que Dios le rezaba a la Santísima Virgen: ¡todos estaban encantados!
Poco después el visionario gritó: «¡Besen la tierra- cuarenta veces,
cuarenta veces!» Los asistentes besaron la tierra. En cuanto a mí,
reía y al mismo tiempo rabiaba al ver estas cosas del diablo . . ."
La señorita Tardhivail: No se tiene idea hoy de la credulidad de
los habitantes de Lourdes en esa época; los espíritus estaban en el
aire y en llamas; un desconocido que llegaba de Saint-Pé, dijo al
entrar en la ciudad: «Miré hacia el lado de la Gruta; vi allí a la
Santísima Virgen que se paseaba; todo el mundo la ve». Una multitud corrió enseguida hacia la Gruta; mis hermanas y yo estábamos entre ella."
"Jean Domingieux: Cierto día vi, desde la Ribére, a un visionario,
de pie frente a la Gruta, y le gritó a la multitud que se agolpaba
entre el canal del Gave y, más allá del río, en la pradera donde
yo estaba: «¡Sacad los rosarios!, ¡voy a bendecirlos!» Todos sacaron
los rosarios y el visionario los bendecía con el agua de la Gruta."
Lo que había de más revelador, generalmente, en las "payasadas"
de todas estas pobres criaturas eran sus horrorosas muecas. He aquí
los testimonios en este sentido, recopilados sobre todo por el padre
Cros:
"El guardabosque Callet: «Cierto día seguí al visionario Barraóu
hasta el molino. Llegado junto a una cama se puso a trepar por las
cortinas con muecas espantosas: rechinaba los dientes o los hacía
castañetear y sus ojos tenían algo de salvaje»."
"La señora Prat: «Fui una vez testigo de las visiones de Minino:
relinchaba y su rostro era tan horroroso que yo no podía mirarlo»."
Otros testigos nos señalan ademanes estúpidos de parte de estos
visionarios improvisados: habían visto a Bernadette una vez comer
hierba. O por lo menos se había hablado de esto: entonces les agradaba
imitar este acto y por este medio es evidente que los desacreditaban
sin querer, puesto que la mayoría de ellos actuaba sin darse cuenta
del alcance de su comportamiento.
Pero tenían también otras invenciones de su propia cosecha:
"Pauline Bourdeau: «He visto a doce llegar juntos de la Gruta
en nuestra calle, con coronas de flores sobre la cabeza»."
"Basile Casterot: El visionario S .. . pasaba por la ciudad con una
cinta, que había sacado del tocado de una niña, atada en la cabeza:
«La Santísima Virgen — decía — me lo ha ordenado.» Muchos lo
seguían. Algunos decían: «Está loco», pero la mayoría sostenía que
había tenido una aparición."
"La señora Baup: «En el camino del bosque encontré cierto día
al visionario M . . . en una especie de éxtasis, pero con el rostro descompuesto.
Lo sacudí, no dijo ni palabra. Por fin salió del éxtiasis
y se fue bruscamente. Le pregunté: ¿Qué has visto? No quiso contestar
y se marchaba. Insistí: ¿Qué has visto? Acabó por decirme,
alejándose siempre: A la Santísima Virgen con un vestido blanco y
una corona»."
"Al mismo tiempo mi sobrina me fue a buscar para llevarme
junto a tres o cuatro visionarios en el mismo camino: «¡Ven a ver, me
dijo, el bello éxtasis de una niña!» La vi a esta niña de diez a once
años, de rodillas con el rostro transfigurado. En ese momento, pasaba
otra pequeña visionaria con una vela encendida en la mano. Me apoderé
de la vela y pasé la llama delante de los ojos de la niña en
éxtasis. Los ojos permanecieron igualmente abiertos. Poco a poco, el
éxtasis terminó y la pequeña nos dijo: «He visto a la Santísima Virgen
con un vestido blanco, un cinturón azul y una corona en la
cabeza. —¿Qué te ha dicho? —Me ha dicho: ¡Retírate! Es preciso
que me vaya al regadío»."
Todo esto no era muy malo, como se ve, pero hacía correr los
riesgos más grandes a las verdaderas Apariciones, las de Bernadette,
que ya habían cesado y que se hallaban superadas por las de sus imitadores
o imitadoras.
En realidad se vacilaba, se averiguaba, se interrogaba. Esta cantidad
de visiones, algunas de las cuales muy sospechosas; los milagros
alegados, algunos de los cuales se revelaban más que dudosos; todo
esto arrojaba la confusión en los mejores espíritus.
Un ejemplo notable va a hacérnoslo comprender. Entre los que se
citaron, al principio, con los incrédulos, frente a los hechos de Lourdes,
se encontraba, con la mejor fe del mundo, un director del Gran Seminario Lourdes en el mes de agosto de 1858. Estaba acompañado por un
sacerdote extranjero. Los dos iban con el fin de informarse. Quisieron,
antes que nada, ver a Bernadette. Esta permanecía a pesar de todo en
el primer plano de la actualidad de Lourdes. Era ella, por cierto, quien
había tenido los primeros favores de las Apariciones. Nuestros dos
visitantes se presentaron en casa de los padres de Bernadette y pidieron
verla. La niña estaba ausente. Prometieron por lo tanto volver al molino,
entonces tenido por el padre. Y a continuación veremos la escena
de la cual fueron testigos:
"Del molino — dijo el canónigo Ribes — nos dirigimos a la Gruta
por un pequeño camino que corre a lo largo del Fuerte. Descendimos
la pendiente, entonces abrupta y árida, plantada hoy de árboles verdes
y más fácilmente transitable gracias al camino en zigzag tan conocido
de los peregrinos. Llegamos frente a la Gruta maravillosa; una
barrera de tablas cerraba su entrada. Había allí, de hinojos, con una
vela en la mano, una niña de doce a catorce años, pasando las cuentas
de un rosario entre sus dedos, saludando a un ser misterioso y avanzando
de rodillas hasta el pie de la roca. El suelo subía en anfiteatro;
las crecidas del Gave habían formado allí anchos peldaños de escalera
muy suaves. Miramos a la visionaria algunos instantes: sus facciones
estaban contraídas y eran repelentes. Mi compañero le gritó:
«—¡Sal de ahí! ¡Estás haciendo la obra del diablo!» La niña, simulando
no oír, continuó su maniobra: « —¡Sal de ahí —le repitió con
voz de trueno—, vete, o la mano de Dios va a caer sobre ti.» En
seguida la visionaria apagó su pequeña vela, trepó por encima de la
barrera y desapareció."
Pero no era más que el primer acto de la investigación de los dos
eclesiásticos. En el fondo, buscan, dudan, pero saben que no corren
ningún riesgo de cometer un error si rezan. Escuchemos la continuación
del relato:
"Rezamos, bebimos el agua de la fuente y fuimos a casa del señor
cura. Bernadette nos esperaba allí. Nos contó con su candor de siempre
lo que había visto y oído en la Gruta. Le hice observaciones sobre
los tres secretos: veía en ello una imitación de La Salette. Ella contestó,
sin vacilar, que había recibido esos secretos para ella sola; que no
debía decirlos a nadie, ni siquiera al Papa, y que estaba decidida a
guardarlos."
"Mi compañero declaró que él creía; yo, en tanto, no estaba todavía
convencido: —Estoy —le decía— dispuesto a creer, pero
quiero otras pruebas."
Esta vacilación fue tomada a mal por el cura de Lourdes, ya enteramente
convencido, y por excelentes razones, de la autenticidad de
las apariciones de Bernadette. Le escribió algunos días más tarde al
obispo, diciéndole:
"
¿Cómo quiere usted que los extranjeros den fe a las apariciones,
cuando los Directores del Gran Seminario se pronuncian en contra?"
Al año siguiente, sin embargo, el canónigo Ribes regresó a Lourdes
para celebrar allí una misa de acción de gracias por una curación
obtenida mediante el empleo del agua de Lourdes. El cura le dijo
entonces: "Debía usted esta reparación a la Santísima Virgen, porque
le ha hecho usted oposición."
Había tenido razón no obstante de no querer rendirse sino con
pruebas fehacientes. Y en esa fecha del mes de agosto de 1858 las
pruebas seguían siendo discutidas y discutibles. El demonio había "ahogado",
como ya lo hemos dicho, la verdad en la mentira. Apariciones
fantásticas, milagros pretendidos; se comprende que el comisario Jacomet
haya podido, a la sazón, escribir al Prefecto, en la época en
que se hablaba de una comisión episcopal nombrada para examinar
los hechos:
"Las gentes sensatas y verdaderamente religiosas se preguntan cómo
se atreven a hacer intervenir al alto clero en supercherías flagrantes
de esta naturaleza."
Esta comisión, sin embargo, fue aceptada por el Prefecto que tenía
la certeza de hacer condenar categóricamente todas esas historias de
las visiones, inclusive las de Bernadette, que habían desatado el
flagelo.
"Una Comisión ha sido nombrada para ocuparse de la comprobación
de los milagros de Lourdes — decía, efectivamente, el prefecto de
Tarbes, señor Massy —. La Comisión podría todavía, al cumplir su
mandato con conciencia y sin parcialidad, poner fin a un triste asunto
. . . Estaré pronto para facilitar los informes con el objeto de reducir
a su justo valor los hechos pretendidos sobrenaturales que se van
a tratar de reconstruir."
Las conclusiones del ministro
Si, como lo pensaban los mejores espíritus, las payasadas tan numerosas
que contribuían a desfigurar el carácter de las apariciones a
Bernadette provenían del demonio, es menester reconocer que Satán
no había calculado mal su maniobra. Los hechos que hemos relatado
eran conocidos, por lo menos en parte, de las autoridades civiles. No
nos sorprendamos por ello. Era el deber de estas autoridades mantener
el orden (perturbado con demasiada frecuencia y demasiada evidencia),
alrededor de la Gruta de Lourdes y en todos los pueblos vecinos. Por
eso no podemos sino aprobar la carta escrita por el ministro de Cultos,
señor Roland, al obispo de Tarbes, monseñor Laurence, con fecha
del 30 de julio de 1858. Esta carta es por demás significativa para
no ser citada in extenso.
"
Monseñor, los nuevos informes que recibo sobre el asunto de
Lourdes me parecen de una naturaleza capaz de entristecer profundamente
a todos los hombres sinceramente religiosos.
"Esas bendiciones de rosarios hechas por niños, esas manifestaciones en las cuales se advierte en primera fila a mujeres de vida
equívoca, esos coronamientos de visionarios, esas ceremonias grotescas,
verdaderas parodias de las ceremonias religiosas, no dejarían de
dar rienda suelta a los ataques de los diarios protestantes y a algunas
otras publicaciones, si la autoridad central no interviniera para moderar
el ardor de su polémica.
"Esas escenas escandalosas consiguen desacreditar más la religión
a los ojos de los pueblos y creo de mi deber, monseñor, llamar de
nuevo seriamente vuestra atención sobre estos hechos.
"Vuestra Eminencia comprenderá sin dificultad que el establecimiento
de un nuevo lugar de peregrinaje no podía, en sí mismo,
causar ningún disgusto al gobierno. Si he insistido vivamente desde
las primeras manifestaciones que se produjeron en la Gruta de Lourdes,
para que no se les diera curso, es porque los informes precisos,
obtenidos de diversas fuentes, no me permitían ver ni en el origen,
ni en los progresos, ni en los resultados de ese movimiento popular,
nada serio ni nada respetable.
"Los acontecimientos han confirmado mis previsiones: la multiplicación
de los visionarios y los que caen en éxtasis, que nos recuerdan
escenas tristemente célebres del siglo XVIII; las locas demostraciones
que se llevan a cabo en este momento a orillas del Gave,
bastarían para justificar, sin más, las medidas que las autoridades
han debido tomar.
"Estas manifestaciones lamentables me parecen también de naturaleza
suficiente para hacer salir al clero de la reserva en la cual se
ha mantenido hasta ahora.
"No puedo, por otra parte, sobre este punto, más que dirigir un
urgente llamado a toda la prudencia y a toda la firmeza de Vuestra
Eminencia, preguntándole si no juzgaría apropiado reprobar públicamente
semejantes profanaciones . . ."
No es posible dejar de ver en esta carta una verdadera intimación,
cortés sin duda, pero categórica. Lo que deseaba el ministro, lo que
esperaba, exigía, haciendo claras alusiones a los desórdenes históricos
del cementerio de Saint-Médard, en el siglo XVIII, era sin duda una
intervención episcopal, y esta intervención debía ser, en su opinión,
una reprobación general y una condenación de todas las historias de
apariciones, comprendiendo las de Bernadette, que, sin duda alguna,
habían dado impulso a todas las otras.
Si el obispo hubiera obedecido a esta especie de intimación, si hubiese intervenido sin respetar el precepto paulino: "Quedaos con
lo bueno", Satán hubiera obtenido la victoria.
Celos de aldeas
El peligro que señalamos era tanto más grave por cuanto el
obispo acababa, en esa fecha de julio de 1858, de ser sorprendido por uno de sus sacerdotes de los alrededores de Lourdes, con nuevos casos
de exaltación colectiva. Se producía una nueva puja en materia de
visiones sobrenaturales, no solamente en Lourdes donde tantas personas
pensaban ganarle a la pobrecita Bernadette, tan poco hecha,
según la opinión pública, para ser elegida por la Virgen con preferencia
a muchas otras, sino también en los pueblos vecinos.
El 9 de julio, en efecto, el abate Pierre Junca, cura de Ossen,
escribió a monseñor Laurence para ponerlo al corriente de lo que pasaba
en su parroquia.
Un chico, Laurent Lacaze, de 10 años había querido ir a la Gruta
después de la clase matinal. Ocurrió el 2 de julio. Había insistido
tanto que sus padres cedieron. Hacia el mediodía, Laurent, acompañado
de su hermanito de ocho años, se encontró frente a la Gruta.
Rezaba su rosario cuando al levantar los ojos vio a "una mujer vestida
de blanco, teniendo en su brazo izquierdo a un niñito pequeñito.
Este niño llevaba en la mano derecha un ramo compuesto por tres
rosas rojas. Sobre su cabeza, un bonete rojo terminado por tres rosas
blancas atadas con una cinta roja. La mujer tenía, en la mano derecha,
un ramo formado por tres rosas rojas. Del brazo derecho le
colgaba una ancha cinta roja y festoneada. Del mismo brazo le colgaba
un lindo rosario. Su cabeza estaba cubierta por un bonete blanco
adornado con una cinta blanca. Junto a esta mujer, estaban de pie,
el uno a la derecha, el otro a la izquierda, dos hombres vestidos de
negro, tocados con boinas azules. El hombre de la derecha tenía una
larga barba blanca. Y la mujer y los dos hombres tenían puestos
zapatos negros".
Toda esta descripción se encuentra en la carta del cura. El joven
Lacaze había tenido, pues, bastante tiempo para detallar su visión
milagrosa. La mujer le había recomendado que volviese por la tarde.
El niño había obedecido. Y había vuelto a ver a todos los personajes
de la mañana. Y todos habían tomado el sendero, llevando al niño
y a la madre que había ido con él, detrás de ellos, en dirección a
la aldea de Ossen. A lo largo del camino la mujer se prestaba a las
charlas infantiles de Laurent . . . Los días subsiguientes, nuevas visitas
de Laurent Lacaze a la Gruta, nuevas apariciones. Pero en adelante
está rodeado. Se forman procesiones para acompañarlo. El cura, advertido,
había creído conveniente echar agua bendita sobre el niño y el lugar
donde éste decía que veía a la mujer. Al parecer sin gran resultado.
Estas eran historias absurdamente inverosímiles. Pero los habitantes
de Ossen estaban perturbados por ellas. Se le guardaba rencor
al cura porque manifestaba sus dudas al respecto. Y él consultaba a
su obispo para saber cuál actitud debía asumir. Durante este lapso
se habían presentado otros visionarios: Jean-Marie Pomiés, de trece
y Jean-Marie Sarthe de diez años. Este último era de Ségus, una aldea
vecina. Pero las visiones de éste no le duraron. El cura le ordenó que
permaneciera en su casa. El niño obedeció y todo terminó ahí.
Los dos chiquillos de Ossen, en cambio, seguían con sus maniobras
de las cuales transcribimos lo siguiente: "Durante bastante tiempo
fueron perseguidos y estuvieron como obsesionados por la aparición.
Corrían detrás de ella por las calles y dentro de las casas, como
si le estuvieran dando caza. Sus gritos se asemejaban, con frecuencia,
a aullidos, y sus ademanes, sus movimientos, no eran siempre armoniosos:
más de una vez, por el contrario, nos chocaban por lo que
veíamos en ellos de desordenado e inconveniente. El amor propio de
los padres, quienes con toda inocencia se habían figurado que sus
hijos veían a la Santísima Virgen, contribuía a prolongar estas lamentables
escenas."
Estas líneas son del cura de Ségus.
El alcalde de Ossen, Jean Verguez, observaba, por su lado, lo que
ocurría. El padre Cros nos deja su testimonio, durante todo este proceso,
en el sentido que venimos de anotar. Parecía evidente que el
joven Lacaze tenía realmente visiones. Los asistentes no podían creer
en otra cosa que no fuera la aparición de la Virgen. ¿Y por qué no?
Una Bernadette Soubirous ¿tendría el monopolio de esto? Los padres
de Laurent Lacaze no lo creían así. El alcalde que los interrogó
escribe:
"Los Lacaze no trabajan: están contentos, sobre todo el padre de
lo que le ocurre a su hijo. Al caer la noche encontré al padre que iba
a guadañar. Le dije: «Ha perdido una jornada». Me contestó: «Sí,
pero por lo menos tenemos en casa una hermosa compañía, la de la
Santísima Virgen»."
Pero esto no es todo. De acuerdo con el testimonio del alcalde
había en estos niños de su aldea algunas cosas que asombraban. Por
ejemplo, Laurent Lacaze que no sabía más que el dialecto, hablaba
en francés. Pero había algo más raro aún. Escuchemos al alcalde:
"Cierto día en la casa de los Lacaze, Jean-Pierre Pomiés, niño
de trece años se hallaba de pie a distancia de dos metros de una
claraboya que daba sobre el corral. Esta claraboya tiene sesenta centímetros
de alto por cuarenta y tres de largo y queda a más de un
metro sobre el suelo. Ahora bien, el niño vio, de pronto por la claraboya,
la aparición en el corral y lo he visto pasar con la rapidez de
una flecha a través de la claraboya sin tocar el marco, caer sobre
sus pies en el corral y perseguir la aparición.
"Este espectáculo me perturbó en forma tal que me retiré en
seguida y le dije a mi mujer, al volver a mi casa: ¡Todo esto no me
inspira confianza! ¡No volveré más allí!" todo esto no me inspiraba confianza. Le entregaban objetos benditos. Ninguno de los objetos benditos que les fueron entregados
fue devuelto.
Monseñor Laurence había recibido informes fidedignos y detallados
de todos estos acontecimientos. Desde el 12 de julio de 1858,
había contestado al cura de Ossen:
"Considero a los niños Lacaze y Pomiés, visionarios como atacados
de una afección nerviosa. Hay que tratarlos así. No hay nada sobrenatural
en lo que experimentan, por lo que yo puedo juzgar. Un
objeto celestial no dice palabras que nada significan; no se divierte,
no tienen ninguna familiaridad. Si estos niños dicen o hacen cosas poco
convenientes, es menester reprenderlos y tratarlos con severidad."
Pero el obispo tendrá que reiterar sus recomendaciones antes de
que sean oídas y respetadas por el pueblo. Los visionarios de Ossen
continuarán, pues, durante cierto tiempo con sus ejercicios extraños.
Abundan los testimonios según los cuales las gentes seguían a nuestros
jóvenes profetas, los admiraban, les obedecían. Se arrodillaban al
pasar frente a la casa de los Lacaze. Se le rezaba una oración a la
Virgen. Iban a pasar la noche al cuarto donde descansaba el visionario.
En vano el cura hablaba en el púlpito de una carta del obispo, de
acuerdo con la cual debía prohibirse a los menores de quince años
el acceso a la Gruta y no permitir a los otros que se comunicaran
con los visionarios. ¡Se negaron a creer en su palabra hasta que les mostró
la carta! La hermana del cura Frangoise Junca, añade: "Las aldeas
vecinas estaban celosas de Ossen; para nosotros este asunto era muy
penoso; mi hermano no dormía por causa de todo esto".
Hemos hecho notar al pasar estos celos de las aldeas con respecto
a Ossen. Unos celos semejantes se desencadenaron contra Lourdes.
"Cierto día — cuenta una habitante de Omex, otra aldea vecina
— estaba yo en la Gruta y los niños visionarios de Ossen, con unos
cuantos otros de Lourdes, se hallaban en el hueco de la roca donde
el diablo se les aparecía. Se oyó de repente salir del interior de la
cavidad una voz muy fina, semejante a la de un niño melindroso.
La voz decía: «En el valle de Batsurguére, y sobre todo en Ossen,
hay muchas buenas gentes; en Lourdes sólo hay canallas.» Yo dije
entonces delante de todo el mundo: «Es más demonio que el demonio
el que habla así. ¡La Santísima Virgen no desprecia a nadie, y menos
a los que necesitan convertirse!»"
No por ello dejó de producirse entre la concurrencia una agitación,
una división de los ánimos. Una mujer de Ossen se sintió tan
halagada de lo que había oído que quiso levantar una capilla a la
Virgen en su cuarto, pero su marido se opuso a ello. La pobre mujer,
por lo demás, enloqueció y murió ese mismo año.
Pero hemos dicho bastante ya para que pueda medirse un poco
la extensión de las perturbaciones provocadas por tantas "diabluras"
en Lourdes y en los alrededores, y para que pueda comprenderse la
prudencia que necesitó el obispo para discernir entre todas estas manifestaciones más o menos extravagantes. Si el demonio había deseado
desacreditar las apariciones de la Virgen a Bernadette, mezclándolas
con pujas numerosas y grotescas, puede decirse que faltó poco para
que lograra sus fines. Felizmente monseñor Laurence no se dejó impresionar.
El 28 de julio de 1858 firmó una orden destinada a formar
una comisión de investigación con respecto a las apariciones de Lourdes.
Pero lo más notable es que desde el principio esta comisión no
designó por el nombre más que a Bernadette Soubirous como el objeto
del examen decisivo. No se mencionaban en la Orden, los hechos
tan numerosos que hemos reunido en este capítulo. A los ojos de las
personas sensatas todo esto no era más que imaginación, exageración,
rareza, y quizá cosas del diablo. El lector que las ha encontrado reunidas
aquí puede haberse asombrado por su cantidad, su repercusión,
su extravagancia, y concebir por lo mismo, en forma retrospectiva,
alguna penosa impresión sobre las apariciones de Lourdes. Y sin embargo,
si reflexiona sobre ello, sólo experimentará mayor asombro
por la forma sencillísima y, al parecer, tan natural, con que las sombras,
muy densas en un momento dado, fueron disipadas, y cómo se
hizo la luz.
La comisión episcopal empezó a trabajar sin retardo. La simplicidad,
la rectitud, la perseverancia, la evidente sinceridad que todos
pudieron comprobar en Bernadette, y, por otra parte, los milagros
realizados mientras tanto en la Gruta, milagros bien auténticos esta
vez, hicieron maravillas, y al cabo de un poco más de tres años
monseñor Laurence pudo otorgar su aprobación solemne a los acontecimientos
de Lourdes, tales como son conocidos por la vida de
Bernadette.
Pero seguramente el lector ha de tener curiosidad por saber lo
que ocurrió con esa multitud de visionarios improvisados cuyas hazañas
habían ocupado, durante meses, un lugar preponderante en el
ánimo de los habitantes de toda la región de Lourdes.
Los visionarios de Ossen
Cuando el padre Cros realizó su investigación histórica con una
esmerada minucia, en 1878, pudo conocer a los visionarios de Ossen.
En veinte años habían, naturalmente, crecido mucho. ¿Qué les quedaba
en el ánimo de sus experiencias de 1858? Nada, o casi nada.
Tanto el uno como el otro eran excelentes cristianos. Ambos,
Laurent Lacaze y Jean-Marie Pomiés pertenecían al grupo que cumplía
el oficio de los grandes acólitos en la procesión parroquial del
Santísimo Sacramento. El padre Cros los interrogó. Laurent Lacaze,
el primero, le dijo que no guardaba casi ningún recuerdo de sus
hechos y hazañas de 1858:
"Recuerdo, eso sí — le dijo —, que iba a la Gruta con otros
chicos; que veía una especie de sombra, pero no tengo ya idea si eso tenía miembros, si era un hombre o una mujer. No tengo recuerdo
de lo que hacía en el camino de Lourdes a Ossen."
Para la mayoría de los que se acordaban un poco más, esta "especie
de sombra" que Laurent había visto entonces no podía ser sino
el diablo.
Interrogado a su vez, Jean-Marie Pomiés, declaró al padre Cros:
"Yo iba a menudo a la Gruta, atraído por lo que oía contar sobre
las cosas extraordinarias que pasaban allí. Durante esas visitas tuve
visiones dos veces: la primera vi, en la cavidad de la roca, un resplandor
deslumbrante en medio de una sombra bastante densa. El
resplandor no era ni rojo, ni blanco, y tenía alrededor de un metro
de altura. No distinguí ninguna cara. Esto duró un cuarto de hora,
más o menos. La segunda vez fue la misma cosa, pero me llamó la
atención lo que le ocurrió a una chiquilla que también veía visiones.
Yo estaba de rodillas entre ella y un chico: los tres vimos el mismo
resplandor. De pronto, la chica avanzó la mano hacia el lugar de
donde venía el resplandor y la vela que tenía en la mano desapareció
súbitamente sin que hubiéramos podido saber adonde había ido a
parar. Nuestra sorpresa fue grande . . ."
De modo que Jean-Marie Pomiés no había distinguido, tampoco
él, más que "una sombra bastante densa" con un resplandor que no
era ni rojo, ni blanco, sino muy deslumbrante.
Recordemos que fue él quien saltó tan ágilmente por una claraboya
estrecha, de ida y de vuelta, de acuerdo con nuestros testigos,
con una habilidad sobrehumana. Pero en 1878 se pudo escribir de él
y de su émulo, Laurent Lacaze:
"Viven honesta y cristianamente; el espíritu de la mentira abusó
de su inocencia, pero ninguno de los dos se hizo cómplice de Satán."
Es el testimonio que les rinde el padre Cros, después de haberlos
visto y oído.
Los visionarios de Lourdes
Esta misma facultad de rápido olvido se advierte también en los
muchísimos visionarios de Lourdes.
El padre Cros no podía dejar de interrogarlos a su vez. Y comprobó
que la mayoría no conservaba de sus presuntas visiones más
que recuerdos muy vagos. El abate Serres, vicario de Lourdes, y, por
su cargo, en contacto constante con los niños del catecismo, había
advertido ya, poco tiempo después de las apariciones, que estos niños,
en su mayoría, llegados a la edad de su primera comunión — suponemos
que en Lourdes como en muchas otras diócesis de Francia, ésta
se hacía entre los doce y los catorce años —, se acordaban confusamente
de los objetos que se les habían aparecido en la Gruta o en
otros lugares.
Pero el padre Cros interrogó a algunos de ellos después de un
intervalo de veinte años. He aquí la respuesta de uno de ellos, Alexandre-
Franois L. . . .:
"No me gustaba vagar y me cuidaban mucho; tanto que no
hubiera ido a la Gruta si mis camaradas no me hubieran arrastrado
hasta allí. Subí, pues, con ellos, a la cavidad superior y me puse a
rezar de rodillas.
"Entonces vi llegar desde el fondo una visión blanca como este
papel: era por cierto una especie de forma humana, pero no distinguí
ni el rostro, ni las manos, ni los pies. En cuanto los chicos hablaban,
yo ya no veía nada. Les pedía que se callaran y la visión volvía.
La vi volver de este modo por lo menos cinco veces. Créase o no, la
he visto, y era hermoso verla . . ."
Otro, que el padre Cros llama "el más ilustre de los viejos visionarios"
y que se había convertido en padre de cuatro hijos, le contó
a su vez:
"Había asistido una o dos veces a las apariciones de Bernadette
y me habían conmovido como a los demás; pero no pensaba mucho
en ello cuando, cierto día, al volver de un paseo con un chico de
mi edad, del lado del bosque, bajamos juntos hasta la Gruta.
"Al llegar yo allí, el primero, me pasó delante de los ojos algo
que tenía un rostro de hombre. Me puse a reír, luego a llorar y las
personas que estaban allí comprendieron que había tenido una visión.
Conté a mi camarada lo que había visto.
"Las mujeres iban a buscarme a mi casa y me llevaban a la
Ribére. Algunas veces, no vi absolutamente nada; otras veía la misma
cosa y gritaba: ¡Arrodíllense! ¡Besen la tierra!, porque tenía miedo.
Veía también a esta aparición que iba de un árbol a otro en la pradera.
"Les pedía a todos sus rosarios y los enjuagaba en el Gave, porque
se me ocurría hacerlo.
"Un día estaba yo solo en la Gruta; vi la Aparición, entonces, el
padre que hizo levantar las cruces en la cima del Ger, vino hacia mí
y me dijo: «Vete de ahí; lo que tú ves es contrario a la verdadera
Aparición», y yo me fui.
"Los otros chicos hacían muecas, como yo, y gritaban, pero no
sé qué gritaban. Tenía miedo. Nunca fui solo sino durante el día.
Por la noche no me hubiera atrevido a ir allí si las mujeres no hubiesen
ido a buscarme.
"Ellas creían que yo veía a la Santísima Virgen. A veces eran
las diez o las diez y media cuando regresábamos a casa. Las mujeres
me preguntaban: «¿Qué has visto?» Yo les contestaba: «A la Santísima
Virgen.» Sin embargo era claramente un rostro de hombre lo
que yo veía. Esta cara cambiaba con frecuencia. Solía tener barba.
Una vez vi a este personaje vestido de blanco; ¡no me acuerdo
haber notado sus pies, ni sus manos!
"Todo esto está ahora muy embarullado: no podría decir lo que
era ...:
Y esto es todo cuanto el padre Cros ha podido recoger de preciso
sobre todas esas visiones, a veinte años de distancia! No obstante,
los antiguos visionarios afirmaban categóricamente dos cosas, a saber:
que nadie los había impulsado jamás a simular las visiones, esto provenía
de ellos mismos — o del diablo, diríamos nosotros, junto con
muchos otros — y en segundo lugar, la policía, el comisario, los gendarmes,
el guardabosques se opusieron siempre a sus maniobras.
Conclusión
Nuestra conclusión no podría ser diferente a la del padre Cros,
que ha estudiado tan bien todo este expediente, y al cual hemos tomado
en préstamo algunos elementos. Está convencido que Satán
fue realmente el centro de todas estas manifestaciones porque encontró
en ellas una convergencia, una continuidad, una estrategia, diremos,
que no podían ser propios de los personajes que desempeñaron
en ellas un papel cualquiera. Era como uno de esos coros antiguos,
del cual hemos oído las voces, pero cuyo director no puede ser otro
sino el demonio. Un director de orquesta: Satán, he ahí lo que explica
la lógica de las extrañezas que hemos visto. Unicamente que Satán
deja su garra marcada en sus composiciones más hábiles. Hubo siempre,
gracias a Dios, una diferencia enorme entre los visionarios, mujeres,
jovencitas, jóvenes o niños que se manifestaron entonces y la
tranquila y serena Bernadette. Nadie pudo equivocarse: la distinción
entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, se operó por sí
misma.
Citemos pues la apreciación final del padre Cros adhiriéndonos a
ella (ver el tomo III, pág. 272): "Hemos mostrado en otra parte
cómo la prueba de lo divino resulta de los contradictores mejor armados:
contradictores oficiales u oficiosos, ni los unos ni los otros
pudieron detener el acontecimiento ni retardar su marcha: el acontecimiento,
a sus ojos, no era sin embargo Bernadette, y Bernadette
no era nada. La nube de visionarios se disipó y pronto no se habló
más de ellos; la estrella de la vidente brilló aún a través de la nube
y la nube misma sirvió para hacer apreciar mejor la pureza de su luz.
"Así la contradicción del Infierno fue vencida como la de los
hombres. Un momento Satán tuvo como auxiliares a personas piadosas
que se ilusionaron con sus prestigios; nada más temible podía
imaginarse, y sin embargo esta nube misma, tan negra, fue atravesada
por obra divina; las más poderosas protecciones de nada sirvieron
a los visionarios, y cuando hubieron desaparecido sus rostros
convulsionados, quedó, luminoso como antes, pero de una sinceridad
y una paz que se habían tornado más encantadoras, el rostro de
Bernadette."
El brillante centenario que terminó en Lourdes, a principios
de 1959, es una prueba del lustre que rodea para siempre el nombre
de Bernadette Soubirous, la que vio a la Virgen en 1858. No olvidemos
sin embargo que Bernadette, humilde campesina, como el cura
de Ars era hijo de campesinos, terminó su vida en el convento de
Nevers y que tuvo, en su última hora, que luchar contra el demonio,
como lo había hecho el santo cura de Ars en el transcurso de su vida.
Durante su agonía, en efecto, manifestó un instante un gran
temor, y una de las religiosas que la asistía le oyó exclamar claramente:
"¡Vete, Satán!" Pero la santita volvió a encontrar poco después
toda su tranquilidad y murió en una inmensa paz victoriosa.
1 Se trata de la bella obra: Historia de Nuestra Señora de Lourdes según los documentos y los testigos, por L. J. M. Cros, S. J., París Beauchesne, 1927 sobre todo en el tomo II, pág. 47 y siguientes y passim. 2 Sabemos que hubo todavía una aparición a Bernadette el 16 de julio, pero el padre Cros no la cuenta. Para él la serie se cerró el 7 de abril. 44
Presencia de Satán en el Mundo Moderno.
Capitulo II
Monseñor Cristiani
Cuerpo incorrupto de Santa Bernardita.