Queremos responder a la objeción que no dejarán de hacernos respecto de la obediencia, respecto de la jurisdicción de aquéllos que quieren imponernos esta orientación liberal. Nosotros respondemos: en la Iglesia, el derecho y la jurisdicción están al servicio de la fe, finalidad primera de la Iglesia. No existe ningún derecho, ninguna jurisdicción que pueda imponernos una disminución de nuestra Fe.
Aceptamos esa jurisdicción y ese derecho cuando están al servicio de la Fe. ¿Pero quién puede juzgar sobre esto? La Tradición, la Fe enseñada desde hace dos mil años. Todo fiel puede y debe oponerse a quienquiera en la Iglesia toque a su fe, la fe de la Iglesia de siempre, apoyado en el catecismo de su infancia.
Defender su fe es el primer deber de todo cristiano, con mayor razón de todo sacerdote y de todo obispo. En el caso de cualquier orden que comporte un peligro de corrupción de la fe y de las costumbres, la "desobediencia" es un deber grave.
Es porque estimamos que nuestra fe está en peligro por las reformas y las orientaciones posconciliares que tenemos el deber de "desobedecer" y guardar las Tradiciones. Es el mayor servicio que podemos prestar a la Iglesia católica, al sucesor de Pedro, a la salvación de las almas y de nuestra alma, el de rechazar la Iglesia reformada y liberal, porque creemos en Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, que no es ni liberal ni reformable.
De la Carta a los amigos y bienhechores nº 9
(Hecha pública en octubre de 1975)