Cómo la Reina del cielo consoló a San Pedro y a
otros Apóstoles y la prudencia con que procedió después
del entierro de su Hijo, cómo vio descender su alma
santísima al limbo de los santos padres.
1454. La plenitud de sabiduría que ilustraba el
entendimiento de nuestra gran Reina y señora María
santísima, no admitía defecto ni vacío alguno para que
dejase de advertir y atender entre sus dolores a todas las
acciones que la ocasión y el tiempo le pedían. Y con esta
divina prudencia lo llevaba todo y obraba lo más santo y
perfecto de todas las virtudes. Retiróse, como queda
dicho (Cf. supra n. 1449)), después del entierro de Cristo
nuestro bien a la casa del cenáculo. Y estando en el
aposento donde se celebraron las cenas, acompañada de
San Juan Evangelista y de las Marías y otras mujeres
santas que seguían al Señor desde Galilea, habló con
ellas y con el Apóstol, dándoles las gracias con profunda
humildad y lágrimas por la perseverancia con que hasta
aquel punto la habían acompañado en el discurso de la
pasión de su amantísimo Hijo, en cuyo nombre les ofrecía
el premio de su constante piedad y afecto con que la
habían seguido, y asimismo se ofrecía por sierva y amiga
de aquellas santas mujeres. Y todas ellas con San Juan
Evangelista reconocieron este gran favor y la besaron la
mano, pidiéndola su bendición. Suplicáronla también
descansase un poco y recibiese alguna corporal
refección. Respondió la Reina: Mi descanso y mi aliento
ha de ser ver a mi Hijo y Señor resucitado. Vosotras,
carísimas, satisfaced a vuestra necesidad como conviene,
mientras yo me retiro a solas con mi Hijo.
1455. Fuese luego a recoger acompañándola San Juan
Evangelista, y estando con él a solas puesta de rodillas le
dijo: No es razón que olvidéis las palabras que mi Hijo
santísimo nos habló desde la Cruz. Su dignación Os
nombró por hijo mío, a mí por madre Vuestra. Y Vos,
señor, sois sacerdote del Altísimo. Por esta gran dignidad
es razón que os obedezca en todo lo que hubiere de
hacer y desde esta hora quiero que me lo mandéis y
ordenéis, advirtiendo que siempre fui sierva, y toda mi
alegría está puesta en obedecer hasta la muerte.— Esto
dijo la Reina con muchas lágrimas, y el Apóstol con otras
copiosas la respondió: Señora mía y Madre de mi
Redentor y Señor, yo soy quien ha de estar sujeto a
Vuestra obediencia, porque el nombre de hijo no dice
autoridad sino rendimiento y sujeción a su madre, y el
que a mí me hizo sacerdote Os hizo a Vos su Madre y
estuvo sujeto a vuestra voluntad y obediencia, siendo
Criador de todo el universo. Razón será que yo lo esté, y
trabaje con todas mis potencias en corresponder
dignamente al oficio que me ha dado de serviros como
hijo, en que deseara ser más ángel que terreno para
cumplir con él.—Esta respuesta del Apóstol fue muy
prudente, pero no bastante para vencer la humildad de
la Madre de las virtudes, que con ella le replicó y dijo:
Hijo mío Juan, mi consuelo será obedeceros como a
cabeza, pues lo sois. Yo en esta vida siempre he de tener
superior a quien rendir mi voluntad y parecer; para esto
sois ministro del Altísimo y como hijo me debéis este
consuelo en mi trabajosa soledad.—Hágase, Madre mía,
Vuestra voluntad, respondió San Juan Evangelista, que en
ella está mi acierto.—Y sin replicar más, pidió licencia la
divina Madre para quedarse sola en la meditación de los
misterios de su Hijo santísimo, y le pidió también saliese
a prevenir alguna refección para las mujeres que la
acompañaban y que las asistiese y consolase; sólo
reservó a las Marías, porque deseaban perseverar en el
ayuno hasta ver al Señor resucitado, y a éstas, dijo a San
Juan Evangelista, las permitiese que cumpliesen su
devoto afecto.
1456. Salió San Juan Evangelista a consolar a las Marías
y ejecutó el orden que la gran Señora le había dado. Y
habiendo satisfecho la necesidad de aquellas mujeres
piadosas, se recogieron todas y gastaron aquella noche
dolorosas y en amargas meditaciones de la pasión y
misterios del Salvador. Con esta ciencia tan divina
obraba María santísima entre las olas de sus angustias y
dolores, sin olvidar por esto el cumplimiento de la
obediencia, de la humildad, caridad y providencia tan
puntual, con todo lo necesario. No se olvidó de sí misma
por atender a la necesidad de aquellas piadosas
discípulas, ni por ellas estuvo inadvertida para todo lo
que convenía a su mayor perfección. Admitió la
abstinencia de las Marías como más fuertes y fervientes
en el amor, atendió a la necesidad de las más flacas,
dispuso al Apóstol, advirtiéndole lo que con ella misma
debía hacer, y en todo obró como gran Maestra de la
perfección y Señora de la gracia, y todo esto hizo cuando
las aguas de la tribulación habían inundado hasta su
alma (Sal 68, 2). Porque en quedando a solas en su retiro,
soltó el corriente impetuoso de sus afectos dolorosos y
toda se dejó poseer interior y exteriormente de la
amargura de su alma, renovando las especies de todos
los tormentos y afrentosa muerte de su Hijo santísimo, de
los misterios de su vida, predicación y milagros, del valor
infinito de la Redención humana, de la nueva Iglesia que
dejaba fundada con tanta hermosura y riquezas de
sacramentos y tesoros de gracia, de la felicidad
incomparable de todo el linaje humano, tan copiosa y
gloriosamente redimido, de la inestimable suerte de los
predestinados a quienes alcanzaría eficazmente, de la
formidable desdicha de los réprobos que por su mala
voluntad se harían indignos de la eterna gloria que les
dejaba su Hijo merecida.
1457. En la ponderación digna de tan altos y ocultos
sacramentos pasó la gran Señora toda aquella noche
llorando, suspirando, alabando y engrandeciendo las
obras de su Hijo, su pasión, sus juicios ocultísimos y
otros altísimos misterios de la divina sabiduría y oculta
Providencia del Señor; y sobre todos pensaba y entendía
como Madre única de la verdadera sabiduría,
confiriendo a veces con los Santos Ángeles y otras con el
mismo Señor lo que su luz divina le daba a sentir en su
castísimo corazón. El sábado de mañana, después de las
cuatro, entró San Juan Evangelista deseoso de consolar a
la dolorosa Madre, y puesta de rodillas le pidió ella que
le diese la bendición como Sacerdote y superior suyo.
El nuevo hijo se la pidió también con lágrimas, y se la
dieron uno a otro. Ordenó la divina Reina que luego
saliese a la ciudad, donde encontraría con brevedad a
San Pedro que venía a buscarle y que le admitiese,
consolase y llevase a su presencia, y lo mismo hiciese con
los demás Apóstoles que encontrase, dándoles esperanza
del perdón y ofreciéndoles su amistad. Salió San Juan
Evangelista del cenáculo y a pocos pasos encontró a San
Pedro, lleno de confusión y lágrimas, que iba muy
temeroso a la presencia de la gran Reina. Venía de la
cueva donde había llorado su negación, y el Evangelista
le consoló y dio algún aliento con el recado de la divina
Madre. Luego los dos buscaron a los demás Apóstoles y
hallaron algunos, y todos juntos se fueron al cenáculo,
donde estaba su remedio. Entró Pedro el primero y solo a
la presencia de la Madre de la gracia y arrojándose a sus
pies dijo con gran dolor: Pequé, Señora, pequé delante
de mi Dios, ofendí a mi Maestro y a Vos.—No pudo hablar
otra palabra, oprimido de las lágrimas, suspiros y
sollozos que despedía de lo íntimo de su afligido corazón.
1458. La prudentísima Virgen, viendo a Pedro postrado
en tierra y considerándole por una parte penitente de su
reciente culpa y por otra cabeza de la Iglesia elegido por
su Hijo santísimo para vicario suyo, no le pareció
conveniente postrarse ella a los pies del pastor que tan
poco antes había negado a su Maestro, ni sufría tampoco
su humildad dejar de darle la reverencia que se le debía
por el oficio. Y para satisfacer a entrambas
obligaciones, juzgó que convenía darle reverencia y
ocultarle el motivo. Para esto se le hincó de rodillas,
venerándole con esta acción, y para disimular su intento
le dijo: Pidamos perdón de vuestra culpa a mi Hijo y
vuestro Maestro.—Hizo oración y alentó al Apóstol
confortándole en la esperanza y acordándole las obras y
misericordias que el Señor había hecho con los
pecadores reconocidos, y la obligación que él tenía como
cabeza del Colegio Apostólico para confirmar con su
ejemplo a todos en la constancia y confesión de la fe. Y
con estas y otras razones de gran fuerza y dulzura
confirmó a Pedro en la esperanza del perdón. Entraron
luego los otros Apóstoles en la presencia de María
santísima y postrados también a sus pies la pidieron los
perdonase su cobardía y haber desamparado a su Hijo
santísimo en su pasión. Lloraron todos amargamente su
pecado, moviéndoles a mayor dolor la presencia de la
Madre llena de lastimosa compasión, pero su semblante
tan admirable les causaba divinos efectos de contrición
de sus culpas y amor de su Maestro. Y la gran Señora los
levantó y animó, prometiéndoles el perdón que deseaban
y su intercesión para alcanzarle. Luego comenzaron todos
por su orden a contar lo que a cada uno había sucedido
en su fuga, como si algo de ello ignorara la divina
Señora. Pero dioles grata audiencia a todo, tomando
ocasión de lo que decían para hablarles al corazón y
confirmarlos en la fe de su Redentor y Maestro y
despertar en ellos su divino amor. Y todo lo consiguió
María santísima eficazmente, porque de su presencia y
conferencia salieron todos fervorizados y justificados con
nuevos aumentos de gracia.
1459. En estas obras se ocupó nuestra divina Reina parte
del sábado. Y cuando se hizo tarde se retiró otra vez a su
recogimiento, dejando a los Apóstoles renovados en el
espíritu y llenos de consuelo y gozo del Señor, pero
siempre lastimados de la pasión de su Maestro. En el
retiro de esta tarde convirtió la gran Señora su mente a
las obras que hacía el alma santísima de su Hijo después
que salió de su sagrado cuerpo. Porque desde entonces
conoció la beatísima Madre cómo aquella alma de Cristo
unida a la divinidad descendía al limbo de los Santos
Padres para sacarlos de aquella cárcel soterránea,
donde estaban detenidos desde el primer justo que murió
en el mundo esperando la venida del universal Redentor
de los hombres. Y para declarar este misterio, que es uno
de los artículos de la santísima humanidad de Cristo
nuestro Señor, me ha parecido dar noticia de todo lo que
a mí se me ha dado a entender sobre aquel lugar del
limbo y su asiento. Digo, pues, que la tierra y su globo
tiene de diámetro, pasando por el centro de una
superficie a otra, dos mil quinientas y dos leguas [legua
~ 5.556 Km] , y hasta la mitad, que es el centro, hay mil
doscientas cincuenta y una, y respecto del diámetro se ha
de medir la redondez de este globo. En el centro está el
infierno de los condenados como en el corazón de la
tierra, y este infierno es una caverna o caos que contiene
muchas estancias tenebrosas con diversidad de penas,
todas formidables y espantosas, y de todas se formó un
globo al modo de una tinaja de inmensa magnitud, con su
boca o entrada muy espaciosa y dilatada. En este
horrible calabozo de confusión y tormentos estaban los
demonios y todos los condenados, y estarán en él por
toda la eternidad mientras Dios fuere Dios, porque en el
infierno no hay ninguna redención.
1460. A un lado del infierno está el purgatorio, donde
las almas de los justos purgan y se purifican, cuando en
esta vida no acabaron de satisfacer por sus culpas, ni
salen de ella tan limpios de sus defectos que puedan
luego llegar a la visión beatífica. Esta caverna también es
grande, pero mucho menos que el infierno. A otro lado
está el limbo con dos estancias diferentes: una para los
niños que mueren con solo el pecado original y sin obras
buenas ni malas del propio albedrío; otra servía para
depositar las almas de los justos, purgados ya sus
pecados, porque no podían entrar en el cielo ni gozar de
Dios hasta que se hiciese la Redención humana y Cristo
nuestro Salvador abriese las puertas que cerró el pecado
de Adán. Esta caverna del limbo también es menor que el
infierno y no se comunica con él, ni tiene penas del
sentido como el purgatorio, porque ya llegaban a él las
almas purificadas desde el purgatorio y sólo carecían de
la visión beatífica, que es pena de daño, y allí estaban
todos los que habían muerto en gracia hasta que murió el
Salvador. A este lugar del limbo bajó su alma santísima
con la divinidad, cuando decimos que bajó a los infiernos,
porque este nombre de infierno significa cualquiera parte
de aquellas inferiores que están en lo profundo de la
tierra; aunque en el común modo de hablar por el
nombre de infierno entendemos el de los demonios y
condenados, porque aquél es el más famoso significado,
como por nombre de cielo entendemos el empíreo
ordinariamente, donde están los santos, y donde
permanecerán para siempre, como los condenados en el
infierno, aunque el limbo y purgatorio tienen otros
nombres particulares. Y después del juicio final sólo
el cielo y el infierno serán habitados, porque el
purgatorio no será necesario y del limbo han de salir
también los niños a otra habitación diferente.
1461. A está caverna del limbo llegó el alma santísima
de Cristo nuestro Señor, acompañada de innumerables
Ángeles que como a su Rey victorioso y triunfador le iban
alabando, dando gloria, fortaleza y divinidad. Y para
representar su grandeza y majestad, mandaban que se
abriesen las puertas de aquella antigua cárcel, para que
el Rey de la gloria, poderoso en las batallas y Señor de
las virtudes, las hallase francas y patentes en su entrada.
Y en virtud de este imperio se quebrantaron y
rompieron algunos peñascos del camino, aunque no era
necesario para entrar el Rey y su milicia, que todos eran
espíritus subtilísimos. Con la presencia del alma
santísima aquella oscura caverna se convirtió en cielo,
porque toda se llenó de admirable resplandor, y las
almas de los justos que allí estaban fueron beatificadas
con visión clara de la divinidad, y en un instante pasaron
del estado de tan larga esperanza a la eterna posesión
de la gloria y de las tinieblas a la luz inaccesible que
ahora gozan. Reconocieron todos a su verdadero Dios y
Redentor y le dieron gracias y alabanzas con nuevos
cánticos de loores y decían: Digno es el Cordero que fue
muerto de recibir divinidad, virtud y fortaleza.
Redimístenos, Señor, con tu sangre de todos los tribus,
pueblos y naciones; hicístenos reino para nuestro Dios, y
reinaremos. Tuya es, Señor, la potencia, tuyo el reino y
tuya es la gloria de tus obras (Ap 5, 9-12).—Mandó luego
Su Majestad a los Ángeles que sacasen del purgatorio
todas las almas que en él estaban padeciendo y al punto
fueron traídas todas a su presencia. Y como en estrenar
de la Redención humana fueron todas absueltas por el
mismo Redentor de las penas que les faltaban de
padecer y fueron glorificadas como las demás almas de
los justos con la visión beatífica. De manera, que aquel
día en la presencia del Rey quedaron desiertas las dos
cárceles limbo y purgatorio.
1462. Para solo el infierno de los condenados fue terrible
este día, porque fue disposición del Altísimo que todos
conociesen y sintiesen el descender al limbo el Redentor,
y también que los Santos Padres y justos conociesen el
terror que puso este misterio a los condenados y
demonios. Estaban éstos aterrados y oprimidos con la
ruina que padecieron en el monte Calvario, como se dijo
arriba (Cf. supra n. 1421), y como oyeron —en el modo
que hablan y oyen— las voces de los Ángeles que iban
delante de su Rey al limbo, se turbaron y atemorizaron
de nuevo y como serpientes cuando las persiguen se
escondían y pegaban a las cavernas infernales más
remotas. A los condenados sobrevino nueva confusión
sobre confusión, conociendo con mayor despecho sus
engaños y que por ellos perdieron la Redención de que
los justos se aprovecharon. Y como Judas Iscariotes y el
mal ladrón eran más recientes en el infierno y señalados
mucho más en esta desdicha, así fue mayor su tormento,
y los demonios se indignaron más contra ellos; y cuanto
era de su parte propusieron los malignos espíritus
perseguir y atormentar más a los cristianos que
profesasen su fe católica, y a los que la negasen o
cayesen darles mayor castigo, porque juzgaban que
todos éstos merecían mayores penas que los infieles a
quien no se les predicó la fe.
1463. De todos estos misterios y otros secretos del Señor
que no puedo yo declarar, tuvo noticia y singular visión la
gran Señora del mundo desde su retiro. Y aunque esta
noticia en la porción o parte superior del espíritu, donde
la recibía, le causó admirable gozo, no lo participó en su
virginal cuerpo, sentidos y parte sensitiva, como
naturalmente pudiera redundar en ella, antes bien,
cuando sintió que se extendía algo este júbilo a la parte
inferior del alma, pidió al Eterno Padre se le suspendiese
esta redundancia, porque no la quería admitir en su
cuerpo mientras el de su Hijo santísimo estaba en el
sepulcro y no era glorificado. Tan advertido y fiel amor
fue el de la prudentísima Madre con su Hijo y Señor,
como imagen viva, adecuada y perfecta de aquella
humanidad deificada. Y con esta atenta fineza quedó
llena de gozo en el alma y de dolores y congoja en el
cuerpo, al modo que sucedió en Cristo nuestro Salvador.
Pero en esta visión hizo cánticos de alabanza,
engrandeciendo el misterio de este triunfo, y la
amantísima y sabia Providencia del Redentor, que como
Padre amoroso y Rey omnipotente quiso bajar por sí
mismo a tomar la posesión de aquel nuevo reino que por
sus manos le entregó su Padre, y quiso rescatarlos con su
presencia para que en el mismo comenzasen a gozar el
premio que les había merecido. Y por todas estas razones
y las demás que conocía de este sacramento se gozaba y
glorificaba al Señor como Coadjutora y Madre del
triunfador.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
1464. Hija mía, atiende a la enseñanza de este capítulo,
como más legítima y necesaria para ti en el estado que
te ha puesto el Altísimo y para lo que de ti quiere en
correspondencia de su amor. Esto ha de ser, que entre las
operaciones, ejercicios y comunicación con las criaturas,
ahora sean como prelada o como súbdita, gobernando,
mandando u obedeciendo, por ninguna de éstas o de
otras ocupaciones exteriores pierdas la atención y vista
del Señor en lo íntimo y superior del alma, ni te distraigas
de la luz del Espíritu Santo, que te asistirá para la
incesante comunicación; que quiere mi Hijo santísimo en
el secreto de tu corazón aquellas sendas que quedan
ocultas al demonio y no alcanzan a ellas las pasiones,
porque guían al santuario, donde entra sólo el sumo
sacerdote (Heb 9, 7), y donde el alma goza de los ocultos
abrazos del Rey y del Esposo, cuando toda y desocupada
le previene el tálamo de su descanso. Allí hallarás
propicio a tu Señor, liberal al Altísimo, misericordioso a
tu Criador y amoroso a tu dulce Esposo y Redentor, y no
temerás la potestad de las tinieblas, ni los efectos del
pecado, que se ignoran en aquella región de luz y de
verdad. Pero cierra estos caminos el amor desordenado
de lo visible, los descuidos en la guarda de la divina ley,
embarázalos cualquier apego y desorden de las
pasiones, impídelos cualquiera inútil atención y mucho
más la inquietud del ánimo y no guardar serenidad y paz
interior, que todo se requiere solo, puro y despejado de
lo que no es verdad y luz.
1465. Bien has entendido y experimentado esta
doctrina y sobre eso te la he manifestado en práctica
como en claro espejo. El modo de obrar que tenía entre
los dolores, congojas y aflicciones de la pasión de mi Hijo
santísimo, y entre los cuidados, atención, ocupaciones y
desvelo con que acudí a los Apóstoles, al entierro, a las
mujeres santas, y en todo el resto de mi vida has
conocido lo mismo y cómo juntaba estas operaciones con
las de mi espíritu, sin que se encontrasen ni impidiesen.
Pues para imitarme en este modo de obrar, como de ti lo
quiero, necesario es que ni por el trato forzoso de las
criaturas, ni por el trabajo de tu estado, ni por las
penalidades de la vida de este destierro, ni por las
tentaciones ni malicia del demonio, admitas en tu
corazón afecto alguno que te impida ni atención que te
divierta el interior. Y te advierto, carísima, que si en este
cuidado no eres muy vigilante, perderás mucho tiempo,
malograrás infinitos y extraordinarios beneficios y
frustarás los altísimos y santos fines del Señor, y me
contristarás a mí y a los Ángeles, que todos queremos sea
tu conversación con nosotros; y tú perderás la quietud de
tu espíritu y consuelo de tu alma y muchos grados de
gracia y aumentos del amor divino que deseas y al fin
copiosísimo premio en el cielo. Tanto te importa oírme y
obedecerme en lo que te enseño con dignación de
Madre. Considéralo, hija mía, pondéralo y atiende a mis
palabras en tu interior, para que las pongas por obra con
mi intercesión y con la divina gracia. Advierte asimismo a
imitarme en la fidelidad del amor con que excusé el
regalo y júbilo, por imitar a mi Señor y Maestro y
alabarle por esto y por el beneficio que hizo a los santos
del limbo, bajando su alma santísima a rescatarlos y
llenarlos del gozo de su vista, que todas fueron obras de
su infinito amor.
MISTICA CIUDAD DE DIOS
VIDA DE LA VIRGEN MARÍA
Venerable María de Jesús de Agreda
Libro VI, Cap. 25