«El riesgo que padecemos, dice, es grande, así del cuerpo
como del alma. Verdaderamente, las señales que prometen
estas terribles y espantosas plagas, en parte son éstas: vestidos rasgados, breves rotos, ya de esa forma, ya en un instante de la otra; ahora así, y al punto con abominable transformación variados con insolentes y lascivos modos. Todo lo cual sin duda procede de la sugestión de los malignos espíritus y de su introducción en los corazones de los hombres: como casi doscientos años ha predicho clarísimamente Santa Hildegardis y profetizándolo procuró avisar al mundo.
»Qué tales han de ser las plagas susodichas, con mucha
distinción las pintó la misma Santa; pero ninguno se atreve a
publicarlas porque no las comprende, y es de temer que
con tal publicación se aceleren más, que se impidan; empero
para que sepan y tengan entendido algunas personas pías
cómo se han de portar en los tiempos de estas calamidades, me ha parecido proponerlas aquí debato de parábolas y
semejanzas.
»Tirarán a nuestra Sacrosanta Fe, a los Sacramentos y
todas las eclesiásticas y cristianas Constituciones, por lo
cual caerán los hombres en tal fluctuación y error, que totalmente ignorarán a cuál por más segura de las católicas verdades podrán creer y en cuál deberán confiar; y la razón porqué permitirá esto la Divina Justicia certísimamente es porque viviendo nosotros tanto tiempo ha tan negligente, o por mejor decir, tan viciosamente, hemos contradicho con nuestra vida y costumbres a la misma fe, y nos hemos atrevido a tratar y recibir con tan manifiesta irreverencia, tan indigna, libre e infructuosamente el dignísimo Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, juntamente con todos los demás Sacramentos, y finalmente con toda la demás santidad cristiana.
»Entonces, pues, amenazan grandes peligros a los torpes,
viciosos y menospreciadores de la Divina inspiración. Mas los
que tuvieren impresa en sus frentes la señal del Thau, esto
es, todos los que por la fe viva de Jesucristo fueren hallados en algún principio y aprovechamiento de mejor vida, quedarán libres de estas plagas; y esto es lo que el glorioso Apóstol San Juan, en el capítulo nono del Apocalipsis, asegura contando estas calamidades, aunque debajo de obscuras palabras, pero descubiertas más claras que la luz por Santa Hildegardis.
»Demás de esto, la suma e intención del fiel y saludable
consejo que nos reveló Santa Hildegardis para todos aquellos
que alcanzaron aquellos peligrosos tiempos, es ésta: conviene
a saber, que condescendiendo pacifica y humildemente con
ánimo resignado y prontísima voluntad con su anciana y
casi exhausta Madre la Santa Iglesia, obedezcan con voluntaria
y obediente resignación a todos sus institutos y doctrinas
que públicamente hasta ahora se nos proponen en los púlpitos por los predicadores, y no den crédito a otra cualquiera
persuasión, aunque un ángel del cielo lo diga o procure persuadir fuera de lo que nos está evangelizado, como diligentemente estamos prevenidos por Nuestro Señor Jesucristo cuando dijo: «Sobre la Cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos, todo lo que os dijeren guardadlo y hacedlo; pero no queráis hacer según sus obras. También San Pablo dice: «Mas aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciare fuera de aquello que os hemos anunciado, sea maldito».
»Ahora, pues, muy amados míos, estad ciertos que si no
procuramos mudar en otra mejor nuestra vida, nos amenazan
gravemente las calamidades dichas; de suerte que será tanta
la aflicción, que nos traiga a la memoria el día del juicio;
porque lo que ahora parece gozar mucha paz, se vera entonces en grandísima molestia. Serán pervertidas las palabras de Dios y casi olvidado el culto divino: unos huirán allí, otros allá, y no se podrá fácilmente saber qué fin tendrán tantas desdichas. En medio de esto el fidelísimo Dios se reservará algún nido en que conserve y guarde los suyos.
»Aprenda, pues, cada uno a padecer y negarse a sí mismo, escuchando dentro la voz de su Padre, atendiendo a lo que en sí le habla; y fuera la de su Madre, esto es, la Iglesia Santa, porque es una la voz de entrambos; por lo cual el que no trabajare en conocer estas voces es necesario que perezca eternamente, porque se levantará una voz falsa que inducirá en error a todos los que no quisieren oír esta voz paternal, la cual para nosotros suena por la voz de Nuestra Santa Madre la Iglesia en todas las doctrinas, preceptos y consejos.
»¡Ay por esto! ¡y otra vez ay! de todos aquellos que a
esta voz no quisieren obedecer, para que en verdad se menosprecien a si mismos y aprendan a ser humildes, porque a éstos inspirará una voz horrenda de desesperación, diciendo unos falsos doctores que es falso y fingido cuanto los Doctores de la antigua verdad aquí han enseñado.
»Cualesquiera, pues, que en su fondo estuvieren destituidos de humildad y perseveraren por su propio sentido beneplácito en aquellos sus engañosos y sutiles conceptos, todos éstos se precipitarán en tantos errores, que creerán que todos los ritos e institutos de la Iglesia son mentirosos y ajenos de toda verdad, lo cual verdaderamente por la mayor parte procederá de su viciosisimo fondo, y también porque estarán totalmente apartados del vivo y verdadero fondo, porque la verdadera humildad es amar a Dios de todo, en todo y por todo. Este es, muy amados míos, el verdadero fundamento de todo bien.
»¡Oh, si pudierais prevenir, carísimos, en cuántas angustias y peligros se han de ver envueltos el mundo y todos
aquellos que en el centro de su alma no se llegaren puramente
a Dios, o a lo menos a sus amigos! ¡y cuán terriblemente se
hará con ellos! y, finalmente, ¡cómo será pisada y ultrajada la
Fe verdadera! Digo que si lo llegarais a entender, vuestros
sentidos naturales de ninguna manera lo pudieran sufrir; los
que alcanzaréis a vivir entonces, pensad cuánto tiempo antes
se os ha dicho».
Venerable Juan Taulero, Dominico
(Instituciones divinas, cap. XLVI. Traducción
del siglo XVII)
Apología del Gran Monarca 1ª Parte,
paginas, 200, 201 y 202.
P. José Domingo María Corbató
Biblioteca Españolista. Valencia-Año 1904