CAPÍTULO 9
Del fruto que hemos de sacar de la sagrada Comunión.
Las virtudes y efectos admirables que los Santos declaran de este
divino Sacramento, no solamente son para descubrirnos su excelencia, y el
amor y caridad inmensa que nos tuvo el Señor, sino también para que
pongamos los ojos y el corazón en ellos, para sacar este fruto de la sagrada
Comunión; y así iremos diciendo algunos de ellos para este fin. Este
divino Sacramento, así como todos los otros, tiene un efecto común con
todos los demás sacramentos, que es dar gracia al que dignamente le
recibe; y tiene otro efecto propio, con que se diferencia de los demás
sacramentos, el cual llaman los teólogos refección espiritual, que es ser
mantenimiento del alma, con el cual ella se rehace, restaura y toma fuerzas
para resistir a sus apetitos y abrazarse con la virtud. Y así sobre aquellas
palabras que dijo nuestro Señor (Jn, 6, 56), Mi carne es verdadero manjar, y mi sangre verdadera bebida, dicen comúnmente los Santos, y lo dice
también el Concilio Florentino, que todos los efectos que obra el
mantenimiento corporal en los cuerpos, obra espiritualmente este divino
manjar en las almas. Y por esto dicen que quiso Cristo nuestro Señor
instituir este santísimo Sacramento en especie de mantenimiento, para que
en la misma especie que le instituía, nos declarase los efectos que obraba y
la necesidad que nuestras almas tenían de él. Pues conforme a esto, así
como el mantenimiento corporal sustenta la vida del cuerpo y renueva las
fuerzas y en cierta edad hace crecer, así también este santísimo
Sacramento sustenta la vida espiritual, rehace las fuerzas del alma, repara
la virtud enflaquecida, fortalece al hombre contra las tentaciones del
enemigo, y le hace crecer hasta su debida perfección. Este es el Pan que
conforta y esfuerza el corazón del hombre (Sal., 103, 15), y con el cual
esforzados, como Elías, hemos de caminar hasta llegar al monte d Dios
Horeb (1 Reyes., 19, 8).
Mas tiene otra propiedad el manjar corporal, que es dar gusto y sabor
al que come, y tanto mayor cuanto es mejor y más precioso el manjar, y el
paladar está más bien dispuesto; así también este divino manjar, no
solamente nos sustenta, conserva y esfuerza, sino también causa un gusto y
suavidad espiritual, conforme a aquello que dijo el patriarca Jacob en
aquellas bendiciones proféticas que a la hora de su muerte echó a sus hijos,
anunciando lo que había de ser en la ley Evangélica; cuando llegó a su hijo
Aser, dice (Genes., 49, 20): [Aser, sabroso en su pan, será delicias de los
reyes]. Cristo era Pan fertilísimo, suavísimo y gustosísimo. Dice Santo
Tomás que es tan grande el gusto y deleite que causa este Pan celestial en
aquellos que tienen purgado el paladar de su ánima, que con ningunas
palabras se puede explicar, por gustarse aquí la dulzura espiritual en su
misma fuente, que es Cristo nuestro Salvador, fuente de toda suavidad y
vida de todas las cosas; el cual, por medio de este Sacramento, entra en el
ánima del que comulga. Y muchas veces es tanta esta suavidad, que no
sólo recrea el espíritu, sino redunda también en la misma carne, conforme
a aquello del Profeta (Sal, 83, 3): Mi corazón y mi carne se alegraran en el
Dios vivo.
De ahí nace lo que dice San Buenaventura, que muchas veces acaece
llegar una persona muy debilitada y flaca a la sagrada Comunión, y ser tan
grande la alegría y consolación que recibe con la virtud de este manjar, que
se levanta de ahí tan esforzada como si ninguna flaqueza tuviera.
Guimando Adversano, obispo, autor antiguo, escribe de aquellos monjes
antiguos que era tanto el consuelo y fortaleza que sentían con la sagrada Comunión, que algunos con sólo este sustento se pasaban sin ninguna otra
comida, siéndoles éste todo su consuelo y sustento, así para el alma como
para el cuerpo; y el día que no comulgaban sentían en sí una flaqueza y
desmayo grande, y les parecía que desfallecían y que no podían vivir. Y
dice que a algunos les llevaba un ángel la Comunión a su celda. En las
Crónicas de la Orden Cisterciense se cuenta de un monje que siempre que
comulgaba le parecía recibir un panal de miel, cuya suavidad le
duraba tres días.
Pues conforme a esto, el fruto que nosotros hemos de sacar de la
sagrada Comunión ha de ser un ánimo varonil para caminar e ir adelante
en el camino de Dios, una fortaleza muy grande para mortificar nuestras
pasiones y resistir y vencer las tentaciones (Sal., 22, 5): [Preparaste,
Señor, una mesa delante de mí contra mis perseguidores]. Para esto nos
preparó el Señor esta mesa. En las demás mesas, quien tiene enemigos,
teme y no osa estar; pero en ésta recibe el hombre esfuerzo y fortaleza para
vencer a todos sus enemigos. Y así dice San Crisóstomo, que nos hemos
de levantar de esta sagrada Mesa como unos leones, echando fuego por la
boca con que espantemos y nos hagamos terribles a los demonios. Y este
efecto nos significó Cristo nuestro Redentor, cuando, acabando de
comulgar a sus discípulos, les dijo (Jn, 14, 31): [Levantaos y vamos de
aquí]; como quien dice: ya habéis comulgado, levantaos y vamos a
padecer. Y así vemos que en la primitiva Iglesia, cuando se frecuentaba
tanto este divino Sacramento, no sólo tenían los cristianos fuerzas para
guardar la ley de Dios, sino para resistir a la fuerza y rabia de les tiranos y
dar la sangre y la vida por Cristo.
EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y
VIRTUDES CRISTIANAS
Padre Alonso Rodríguez, S.J.