Estando jugando con Jacinta y Francisco, en lo alto de la pendiente de Cova de Iría, haciendo una pared alrededor de una mata, vimos de repente algo como un relámpago.
—Es mejor que nos vayamos a casa —dije a mis primos—, está haciendo relámpagos; puede haber tormenta.
—Pues, sí.
Y comenzamos a bajar la cuesta, llevando las ovejas en dirección de la carretera. Al llegar poco más o menos a la mitad de la pendiente, muy cerca de una encina grande que allí había, vimos otro relámpago, y habiendo dado algunos pasos adelante, vimos sobre una encina una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol, esparciendo luz más clara e intensa que un vaso de cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente. Nos paramos sorprendidos por la Aparición. Estuvimos tan cerca que nos quedamos dentro de la luz que la cercaba o que Ella esparcía. Tal vez a metro y medio de distancia, más o menos. Entonces Nuestra Señora nos dijo:
—No tengáis miedo! No os hago mal.
—¿De dónde es Vd.? —le pregunté.
—Soy del Cielo.
—¿Y qué es lo que Vd. me quiere?
—Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13, a esta misma hora. Después os diré quién soy y qué quiero. Después volveré aquí todavía una séptima vez.
—Y ¿yo también voy al Cielo?
—Sí, vas.
—Y ¿Jacinta?
—También.
—Y ¿Francisco?
—También; pero tiene que rezar muchos rosarios.
Entonces me acordé de preguntar por dos muchachas que habían muerto hacía poco. Eran mis amigas y estaban en mi casa a aprender de tejedoras con mi hermana mayor.
—¿María de las Nieves ya está en el Cielo? —Sí, está. (Me parece que debía tener unos dieciséis años.)
—Y ¿Amelia? —Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo (I). (Me parece que debía de tener de dieciocho a veinte años.)
—¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?
—Sí, queremos.
—Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra confortación.
Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios, etcétera) que abrió por primera vez las manos comunicándonos una luz tan intensa como reflejo que de ellas despedía, que nos penetraba en el pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios que era esa luz, más claramente que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces por un impulso íntimo, también comunicado, nos caímos de rodillas y repetíamos íntimamente: "Oh Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío; yo te amo en el Santísimo Sacramento." Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió:
—Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz en el mundo y el fin de la guerra.
En seguida comenzó a elevarse serenamente, subiendo en dirección al saliente, hasta desaparecer en la inmensidad de la distancia. La luz que la rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda de los astros, motivo por el cual alguna vez decíamos que vimos abrirse el cielo.
Me parece que ya expuse en el escrito sobre Jacinta o en una carta, que el miedo que sentimos no fue propiamente de Nuestra Señora, sino de la tronada que supusimos iba a venir; y de ella, de la tronada, queríamos huir. Las Apariciones de Nuestra Señora no infunden miedo o temor, sino sorpresa. Cuando preguntaban si habíamos sentido miedo, y decía que sí, me refería al miedo que habíamos tenido de los relámpagos y del trueno, que suponía vendría próximo: y de eso fue que queríamos huir, pues estábamos habituados a ver relámpagos sólo cuando tronaba.
Los relámpagos tampoco eran propiamente relámpagos, sino el reflejo de una luz que se aproximaba. Por ver esta luz es que decíamos a veces que veíamos venir a Nuestra Señora; pero a Nuestra Señora propiamente sólo la distinguíamos en esa luz cuando estaba ya sobre la encina. El no sabernos explicar o querer evitar preguntas fue lo que dio lugar a que algunas veces decíamos que la veíamos venir; otras que no. Cuando decíamos que sí, que la veíamos venir, nos referíamos a que veíamos aproximarse esa luz que al final era Ella. Y cuando decíamos que no la veíamos venir nos referíamos a que a Nuestra Señora propiamente sólo la veíamos cuando estaba ya sobre la encina.
Memorias de Lucía
Ediciones "Sol de Fátima"
Nota de Apostolado Eucarístico.
(I) Hasta el fin del mundo, debe entenderse, si no recibiera su alma sufragios de Misas, oraciones, sacrificios etc. con lo que saldría mucho antes del purgatorio.
(Imagen tomada de Ediciones Magníficat-Canadá)