Al aproximarse la hora fui allí con Jacinta y Francisco, entre numerosas personas que apenas nos dejaban andar. Las entradas estaban apiñadas de gente. Todos nos querían ver y hablar. Allí no había respetos humanos. Numerosas personas y hasta señoras y caballeros, consiguiendo romper por entre la multitud que alrededor nuestro de apiñaba, venían a postrarse de rodillas delante de nosotros, pidiendo que presentásemos a Nuestra Señora sus necesidades.
Otros no consiguiendo llegar junto a nosotros, llamaban de lejos:
—¡Por amor de Dios! Pidan a Nuestra Señora que me cure a mi hijo imposibilitado; otro, que me cure el mío, que es ciego; otro, el mío que es sordo; que me traiga a mi marido; a mi hijo que está en la guerra; que me convierta a un pecador; que me dé salud que estoy tuberculoso, etc., etc.
Allí aparecían todas las miserias de la pobre humanidad, y algunos gritaban hasta de lo alto de los árboles y de las paredes adonde subían con el fin de vernos pasar. Diciendo a unos que sí y dando la mano a otros para ayudarles a levantarse del polvo de la tierra, ahí íbamos andando, gracias a algunos caballeros que nos iban abriendo camino por entre la multitud.
Cuando ahora leo en el Nuevo Testamento esas escenas tan encantadoras del paso del Señor por Palestina, recuerdo éstas que tan niña todavía, el Señor me hizo presenciar en esos pobres caminos y carreteras de Aljustrel a Fátima y a Coya de Iría. Y doy gracias a Dios, ofreciéndole la fe de nuestro buen pueblo portugués. Y pienso: Si esta gente se humilla así delante de tres pobres niños, solo porque a ellos les es concedida misericordiosamente la gracia de hablar con la Madre de Dios, ¿qué no harían si viesen delante de sí al propio Jesucristo?
Bien, pero esto no pertenece aquí. Fue más bien una distracción de la pluma que se me escapó por donde yo no quería. ¡Paciencia! Una cosa inútil más, pero no la quito para no estropear el cuaderno.
Llegamos por fin a Cova de Iría, junto a la encina y comenzamos a rezar el rosario con el pueblo. Poco después vimos el reflejo de la luz y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina.
—Continuad rezando el rosario para alcanzar el fin de la guerra. En octubre vendrá también Nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores y del Carmen y San José con el Niño Jesús para bendecir el mundo. Dios está contento con vuestros sacrificios pero no quiere que durmáis con la cuerda. Llevadla solo durante el día.
—Me han pedido para pedirle muchas cosas, la cura de algunos enfermos, de un sordomudo.
—Sí. A algunos los curaré, a otros no. En octubre haré el milagro para que todos crean. Y comenzando a elevarse desapareció como de costumbre.
Memorias de Lucía
Ediciones "Sol de Fátima"
(Imagen tomada de Ediciones Magníficat-Canadá)