martes, 31 de mayo de 2016

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XXXVII)


CAPITULO 37
De otros bienes y provechos grandes que hay en este 
tercer grado de humildad.

Después que el Rey David había preparado mucho oro y plata, y grandes materiales para el edificio y fábrica del templo, ofreciéndolo a Dios, dijo estas palabras (1 Cron., 29, 14): Todas las cosas, Señor, son vuestras, y lo que hemos recibido de vuestra mano, eso os damos y volvemos. Esto es lo que hemos de hacer y decir nosotros en todas nuestras buenas obras: Señor, todas nuestras buenas obras son vuestras, y así os volvemos lo que nos habéis dado. Dice muy bien San Agustín : «El que se pone a contaros sus merecimientos y los servicios que os hace, ¿qué otra cosa os cuenta, Señor, sino los dones y beneficios que ha recibido de vuestra mano?» Ésa es vuestra bondad y liberalidad infinita, que queréis que vuestros dones y beneficios sean nuevos merecimientos nuestros, y así, cuando pagáis nuestros servicios, galardonáis vuestros beneficios, y por una gracia nos dais otra, y por una merced, otra (Jn., 1, 16). No se contenta el Señor, como otro José, en darnos el trigo, sino danos también el dinero y precio con que se compra. (Sal., 83, 12): [La gracia y la gloria la dará el Señor]. Todo es dádiva de Dios, y todo se lo hemos de atribuir y volver a Él. 

Uno de los bienes y provechos grandes que hay en este tercer grado de humildad, es que éste es el bueno y verdadero agradecimiento y hacimiento de gracias por los beneficios recibidos de Dios. Bien sabida cosa es cuán encomendado y estimado es este hacimiento de gracias en la Divina Escritura, pues vemos que cuando el Señor hacía a su pueblo algún beneficio señalado, luego ordenaba alguna memoria o fiesta en su agradecimiento, por lo mucho que nos importa serle agradecidos para recibir de Él nuevas gracias y mercedes. Pues esto se hace muy bien con este tercer grado de humildad, que, como está dicho, consiste en no atribuirse el hombre a sí bien ninguno, sino atribuirlo todo a Dios y darle a Él la gloria de todo. Y en eso está el bueno y verdadero agradecimiento y hacimiento de gracias, no en que digáis con la boca: Gracias os doy, Señor, por vuestros beneficios, aunque también con la boca hemos de alabar a Dios y darle gracias. Pero si lo hacemos solamente con la boca no será hacer gracias, sino decir gracias. Pues para que sea, no sólo decir gracias a Dios, sino hacerle gracias, y sea no sólo con la boca sino también con el corazón y con la obra, es menester que reconozcáis que todo el bien que tenéis es de Dios, y que se lo volváis y atribuyáis todo a Él, dándole la gloria de todo sin alzaros con nada, porque de esa manera se desnuda el hombre de la honra que ve no ser suya, y la da toda a Dios, cuya es. Y esto nos quiso dar a entender Cristo nuestro Redentor en el sagrado Evangelio, cuando habiendo sanado a aquellos diez leprosos, y volviendo sólo uno a agradecer el beneficio recibido, le dijo (Lc., 17, 19): No hubo quien volviese y diese la gloria a Dios sino este extranjero. Y amonestando Dios a los hijos de Israel, que fuesen agradecidos y no se olvidasen de los beneficios recibidos, les adviene de esto (Deut., 8. 11.14 y 17): Guardaos no os olvidéis de Dios cuando os veáis en la tierra de promisión en mucha prosperidad de bienes temporales, de casa, heredades y ganados. Guardaos, no se levante entonces vuestro corazón y seáis ingratos, y digáis que por vuestras fuerzas diligencias lo habéis alcanzado. Eso es olvidarse Dios, y el mayor desagradecimiento que puede uno tener, atribuirse a sí los dones de Dios. No os pase tal cosa por pensamiento, sino acordaos de Dios y reconoced que suya es la fortaleza, y Él os dio las fuerzas para todo, y que esto lo hizo, no por vuestros merecimientos, sino por cumplir la promesa que liberalmente hizo a aquellos Padres antiguos. Éste es el agradecimiento y hacimiento de gracias y el sacrificio de alabanza con que Dios nuestro Señor quiere ser honrado por los beneficios y mercedes que nos hace. [El sacrificio de alabanza me honrará] (Sal., 49, 23). Este es el: A sólo Dios [Rey de los siglos, inmortal e invisible] se ha de dar la gloria de todo, que dice San Pablo (1 Timo 1. 17). 

De aquí se sigue otro bien y provecho grande; que el verdadero humilde, aunque tenga muchos bienes de Dios y sea por eso tenido y estimado de todo el mundo, no se estima ni se tiene por eso en más, sino se queda tan firme en el conocimiento de su bajeza como si nada de lo que le dieron se hallara en él. Porque sabe muy bien distinguir entre lo que es ajeno y lo que es suyo propio, y atribuir a cada uno lo que le pertenece; y así los dones y beneficios que ha recibido de Dios los mira él, no como cosa suya, sino como cosa ajena y prestada, y trae siempre presto los ojos en el conocimiento de su propia flaqueza y miseria, y en lo que él sería si Dios le dejase de su mano y no le estuviese siempre teniendo y conservando. Antes mientras más dones tiene recibidos de Dios, anda más confundido y humillado con ellos. 

Dice San Doroteo que así como en los árboles que están muy cargados de fruta el mismo fruto hace abajar y encorvar los ramos, y aun algunas veces hasta quebrarlos con su grande peso; empero el ramo que no tiene fruto ninguno quedase muy derecho y levantado en alto; y las espigas, cuando los trigos están muy granados, se inclinan tanto, que parece que se quiere quebrar la caña pero cuando las espigas están muy derechas es mala señal e indicio de que están vacías: así, dice, acontece en lo espiritual, que los que están vacíos y sin fruto andan muy engreídos y levantados, teniéndose en algo; pero los que están cargados de fruto y de dones de Dios andan más humillados y confundidos. De los mismos dones y beneficios que han recibido toman ocasión los siervos de Dios para humillarse confundirse más y para andar más temerosos. 

Dice San Gregorio que así como el que recibe prestada gran cantidad de dineros de tal manera se huelga en el empréstito, que le templa muy bien la alegría del recibo el saber que queda obligado a pagarlo, y le da cuidado y pena el pensar si podrá cumplir a su tiempo con la obligación, así el humilde, mientras más dones tiene recibidos, se reconoce más por deudor de Dios, y se tiene por obligado a servirle más, y parecen que no corresponde a mayores mercedes con mayores servicios, ni a mayores gracias con mayores agradecimientos; y cree y entiende que cualquiera a quien Dios hubiera dado lo que a él usara mejor de ello y fuera mucho mejor que él, y más agradecido. Y así, una de las consideraciones que trae a los siervos de Dios muy humillados y confundidos es ésta, porque saben que no sólo les ha de pedir Dios cuenta de los pecados cometidos. sino también de los beneficios recibidos; y saben que a quien dieron mucho, mucho le pedirán,. y a quien le encomendaron más, más le pedirán, dice Cristo nuestro Redentor (Lc., 12, 48). El abad Macario dice que el humilde mira los dones de Dios como depositario o tesorero que tiene la hacienda de su amo, al cual no le viene vanagloria de ello, sino antes temor y cuidado por la cuenta que sabe le han de pedir de ella si por su culpa se pierde.

De aquí se sigue otro bien y provecho, y es que el verdadero humilde no desprecia a nadie, ni le tiene en poco, por mucho que le vea caer en culpas y pecados, ni por eso se ensoberbece él, ni se tiene en más que el otro; antes de allí toma ocasión de humillarse más, viendo al otro caer, porque considera que él y el caído son de una masa, y que cayendo el otro, cae él, cuanto es de su parte; porque, como dice San Agustín, no hay pecado que uno haga, que otro no le haría, si no le tuviese piadosamente la mano de Dios. Y así, uno de aquellos Padres antiguos, cuando oía que alguno había caído, lloraba amargamente y decía: «Hoy por ti y mañana por mí.» Así como aquél cayó, pudiera yo caer, pues soy hombre flaco como él, y el no haber caído lo tengo de tener por particular beneficio del Señor. Así como nos aconsejan los Santos que cuando viéremos a uno ciego, a otro sordo, a otro cojo, manco o enfermo, todos aquellos males tengamos por beneficios nuestros, y demos gracias a Dios que no me hizo a mí ciego, ni sordo, ni manco, ni mudo como aquél; así hemos de hacer cuenta que los pecados de todos los hombres son beneficios nuestros, porque en todos ellos pudiera yo haber caído si el Señor no me hubiera, por su infinita misericordia, librado. Con esto se conservan los siervos de Dios en humildad y en no menospreciar a sus prójimos, ni indignarse contra nadie, por muchas faltas y pecados que vean, conforme a aquello de San Gregorio: La verdadera justicia hace que tengamos compasión de nuestro hermano; la falsa, desdén e indignación. Y estos tales deben temer aquello que dice San Pablo (Gal., 6, 1): [Corrige con mansedumbre, mirándote a ti mismo, no suceda que también tú caigas en la tentación]. No permita el Señor que sean tentados en aquello mismo que condenan, y vengan a probar a su costa cuánta es la humana flaqueza, que suele ser castigo de esa culpa. En tres cosas, dijo uno de aquellos Padres antiguos, juzgué a mis hermanos, y en todas tres he caído. Para que conozcamos por experiencia que nosotros también somos hombres (Sal.. 9, 21) y aprendamos a no juzgar ni menospreciar a nadie.


EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS. 
Padre Alonso Rodríguez, S.J.