Se llamaba Eugenio Pacelli y había nacido en Roma el 2 de marzo de 1876, reinando el Beato Pío IX, de noble y catolicísima familia, devotísima a la Santa Sede. Siendo un niño de pocos años los Padres Filipinos de la iglesia que frecuentaba solían verlo todas las tardes arrodillado ante el Sagrario, mirando como un pequeño ángel hacia su Señor y mayor amigo. Por la mañana, antes de ir a la escuela, había servido ya en la Santa Misa recibiendo la comunión.
Intimo de Jesús
Se entusiasmaba -dicen sus biógrafos (creo haberlos leído todos o casi todos)- escuchando las narraciones de vida misionera que el tío sacerdote, veterano de Sudamérica, le contaba y comentaba: “Yo también quiero dar mi vida por Jesús”. Después, mirándose sus hermosas manos: “¡Pero los clavos no!”
Tocaba el violín como un niño prodigio y a quien le felicitaba respondía: “¿Que toco? ¡No! Rezo, hablo con Jesús.” Le gustaba enseñar el catecismo y lo hacía con los más pequeños de su palacio con alegría propia y de ellos. Jesús era ya “el Viviente” en su infancia, en su adolescencia pura… Lo llamaban “Pacellino” porque era delgado como el alambre y tenía el rostro afilado con el flequillo en la frente.
¿Y qué puede haber orientado a la consagración total a Dios en el sacerdocio a este angélico joven patricio romano, que amaba la equitación y la música y que algún rostro femenino miraba ya con admiración y al cual respondía él: “Busque en otro lugar, yo soy de Jesús”, si no un amor ardiente, intensísimo a Jesús, el Hombre-Dios?
“¿Pero tú eres Dios?”
Bachiller en el “Visconti”, escuela pública, en donde da testimonio de Jesús. A los 18 años está en el Seminario Capranica. El 2 de abril de 1899 es ordenado sacerdote por el amigo de la familia, el cardenal Paolo Cassetta, patriarca de Antioquía. Después querría trabajar humildemente, por ejemplo en una pequeña parroquia del campo, pero la Secretaría de Estado puso ya los ojos en él. A él, jovencísimo sacerdote que afirmaba querer ser sólo un buen pastor, mons. Gasparri le respondió: “¿Ah, sí? Pues bien, ven conmigo, muchacho mío, te enseñaré a mostrar los dientes al lobo.” Como sucederá.
Monseñor en el Vaticano, los Pontífices Pío X y Benedicto XV lo envían a tratar las cuestiones más espinosas con los jefes de Estado de Europa, en un tiempo dificilísimo: en París, en Londres, en Berlín con el Kaiser. Los políticos más experimentados y astutos, los “zorros” de Europa, son subyugados por la autoridad y la fascinación de Pacelli.
A quien se alegraba con él por su incipiente “carrera” (¡un viacrucis!) respondía: “¡Pero si yo me he hecho sacerdote por un gran ideal de oración!”
Consagrado Obispo el 13 de mayo de 1917, en el día y la hora en la que la Virgen aparece en Fátima a los tres pastorcillos, es enviado como Nuncio a Munich. Los comunistas locales intentan asesinarlo, obstaculizarlo (¡este es su trabajo en todas partes!), pero él va por su camino: libre, fuerte, obedientísimo a Jesús solo y al Papa. Los buenos lo aman. Los malos lo detestan. No se le puede chantajear, no acepta los compromisos. No corre detrás del mundo, sino que quiere convertir al mundo a Cristo.
En 1924 es transferido a Berlín; es el tiempo en que Alemania, caída al precipicio tras la primera guerra mundial, intenta resurgir. Pero hay también un “demonio” que quiere cautivar: Adolf Hitler. Quien lo comprende de los primeros leyendo su obra “Mein Kampf” y ve el abismo que está a punto de abrirse es el Nuncio Pacelli, verdadero arcángel contra el dragón. En el este, con puño de hierro, manda Stalin, el cual, sin embargo, siente que aquel Pacelli en Berlín es alguien que cuenta y le manda a su embajador, quién sabe con qué intención. Pacelli le habla, pero comprende la “trampa” y no cae en ella.
De esto hablan -o deberían hablar- los libros de historia honestos. Nosotros, aquí, narramos sólo algunas pequeñas grandes cosas.
En Munich una monja va a hablar con él por las cuestiones insolubles que lleva en su interior. Monseñor escucha con los ojos bajos y calla. Entonces le dice: “Hermana, ¿no será quizá que sus sufrimientos dependen del hecho que usted piensa sólo en sí misma, en vez de pensar en Jesús, al Cual ha consagrado toda su vida? Le sonríe, le estrecha la mano, la bendice y concluye: “Busque sólo a Jesús, a quien pertenece todo su ser. Su vida se convertirá aun en el dolor, en la enfermedad y en la necesidad en una única alegría.”
Un día, en Berlín, un niño, que ya lo había visto pasear en el parque de la ciudad, se le acerca y, observándolo de pies a cabeza, le dice: “¿Pero tú quién eres? ¡Eres tan diferente de los demás hombres, eres tan alto y delgado, y tienes los ojos tan hermosos! ¿Eres acaso Dios?”
A tal punto había llegado su configuración con Jesús: había sido “cristificado” de tal manera que aparecía a los ojos de quien lo veía, aunque sólo fuera por pocos instantes, como una revelación de Dios.
Entre los “lobos”
Cardenal y Secretario de Estado de 1930 a 1939, Pío XI lo envía a Río de Janeiro, a Buenos Aires, a Washington y a los EE. UU., a París y a Lourdes, a Budapest, para que la Iglesia y el mundo lo conozcan y lo aprecien. Comenta Pío XI: “Pensad qué buen Papa será el card. Pacelli.” Con Pío XI es autor de concordatos y se empeña en la lucha contra Hitler y Stalin para salvar a la Iglesia y la dignidad del hombre.
El 2 de marzo de 1939 se convierte en el papa Pío XII. Es inconsolable por la cruz terrible que le ha caído sobre los hombros. Da su primera bendición desde la logia y después se derrumba sobre un sofá y llora largo tiempo, inconteniblemente, murmurando: “Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam.”
Será un de los Papas más grandes de la historia, alguno (como Barbara Frale en el libro Il principe e il pescatore, Mondadori, 2014) osa decir que, después de San Pedro, es el más grande: nunca antes un Papa había debido afrontar dos demonios como Hitler y Stalin y custodiar a la Iglesia en la fidelidad a la Verdad. El Papa que pedimos a Dios todos los días y que deberá restaurar a la Iglesia en la actual catástrofe sucedida en el Concilio Vaticano II será grande como Pío XII. (¿se llamará Pío XIII?).
Lo que hace Pío XII durante la segunda guerra mundial en defensa de todos, para la salvación de todos, también para los Judíos, sólo lo sabe Dios y lo reconocen los Judíos en sus jefes más autorizados, como Golda Meir y Ben Gurion.
Contra una “teología” sin Cristo
Como Sumo Sacerdote y Pontífice, Pío XII es el custodio intrépido e invencible de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, en la Verdad y santidad contra los errores y las herejías extendidas.
“La nouvelle théologie”, que se difunde en los años 40, es una teología sin Cristo, como dijo claramente el card. Siri. Pues bien, en sus poderosas encíclicas y en sus discursos, Pío XII denuncia que, en el siglo XX, es Jesús, el Crucificado viviente, el que es negado y rechazado, blasfemado y profanado, como si el hombre por sí solo pudiera salvarse y no tuviese ninguna necesidad de El. Por ello hoy, basta mirar en torno para ver con claridad que, sin Jesucristo, hemos creado el infierno en la tierra, en vez del “paraíso” que pensábamos construirnos sin El.
En este nuestro tiempo, desde la Summi Pontificatus (1939), a la Mystici Corporis (1943), a la Divino afflante Spiritu (1943), a la Mediator Dei (1947), a la Humani generis (1950) -quizá la encíclica más grande de su pontificado y entre las más grandes de la Iglesia, en la que condena y confuta los errores gravísimos del “neo-modernismo” que demuelen el Catolicismo- el Santo Padre Pío XII llama a los hombres a redescubrir a Jesús, el Hombre-Dios, que sacrificó su vida en expiación del pecado y nos mereció la Gracia divina, el Viviente en la Iglesia, en modo especialísimo en la Eucaristía, su Presencia real y su Sacrificio.
Esta Gracia la debemos acoger, correspondiendo con fidelidad absoluta a sus mandamientos, evitando el pecado, que lleva al infierno, que existe y es eterno (y no está vacío), creciendo cada día en el amor a aquel Jesús que nos amó el primero. En una palabra, la intimidad con Jesús, del Cual nace la transformación (= la consagración) del mundo a El: es la síntesis de la vida y del Magisterio de Pío XII, Magisterio de la Iglesia hoy olvidado, reducido, alterado, negado, a pesar de ser Magisterio eterno.
Su familiaridad extraordinariamente hermosa con Jesús tocó cima ya en esta tierra, durante los días de enfermedad entre el uno y el dos de diciembre de 1954. Después de haber orado con las invocaciones tan queridas por él: “Anima Christi, sanctifica me… et iube me venire ad Te”, de repente Jesús en persona llegó para dialogar con Su Vicario. Por la mañana se levantó curado.
“Santo subito”
¿Distante, lejano? En absoluto. Antes bien, tan cercano que durante las audiencias muchos se acercaban a él y le pedían confesarse con él. Entonces llegaba tarde a comer, feliz por haber reconciliado las almas con Dios. Explicaba con su sonrisa más hermosa: “¡Yo también soy sacerdote y esta mañana he hecho de confesor!” ¿Acaso no es un ejemplo para los sacerdotes de hoy?
Aquel del cual Von Hertliga decía: “Ese Pacelli vale más que una armada”, era antes que nada un hombre que vivía cara a cara con Jesús, ya en esta tierra, e invitaba a todos a seguirle con fidelidad heroica, como cuando dijo a los jóvenes y a las muchachas del movimiento Oasis, consagrados a Dios, el 23 de noviembre: “Hoy es el tiempo del heroísmo y de la entrega completa. Haced de Jesús vuestra vida, transformaos en El.”
Se fue a Dios, como en una asunción, el 9 de octubre de 1958. Fue proclamado “venerable” el 19 de diciembre de 2009. Venga pronto el día en el que lo veneremos santo en los altares: Pío XII, el grande, como León y Gregorio, y ¿por qué no? Doctor de la Iglesia. Demasiado se ha esperado. ¡Santo subito!
Candidus
SÍ SÍ NO NO
(Traducido por Marianus el eremita)
Fuente: Adelante la Fe