lunes, 10 de febrero de 2014

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XVI)


CAPÍTULO 16 

Que la perfección de la humildad y de las demás virtudes, está en 
hacer sus actos con deleite y gusto, y cuánto importa esto 
para perseverar en la virtud. 

Doctrina es común de los filósofos que la perfección de la virtud consiste en hacer los actos de ella con deleite y gusto; porque tratando de las señales por donde se conoce si uno ha alcanzado el hábito de la virtud, dicen que son cuando obra las obras de aquella virtud con prontitud, facilidad y deleite. El que tiene adquirido hábito de algún arte o ciencia, obra con grandísima prontitud y facilidad las obras de ella. Y así vemos que el que es músico, como tiene ya adquirido el hábito de la música, tañe con grandísima facilidad y prontitud, y no ha menester prevenirse y estar pensando en eso, que aun pensando en otra cosa, tañe muy bien. Pues de la misma manera obra los actos de la virtud el que tiene adquirido hábito de ella. Y así, si queréis ver si habéis adquirido la virtud de la humildad, mirad lo primero si obráis las obras de ella con prontitud y facilidad; porque si sentís repugnancia y dificultad en las ocasiones que se os ofrecen, es señal que no habéis alcanzado perfectamente la virtud. Y si para llevarlas bien habéis menester prevenciones y consideraciones, buen camino es ése para alcanzar la perfección de esta virtud, pero al fin es señal que aún no la habéis alcanzado. Como el que para tañer ha menester ir pensando dónde ha de poner este dedo, dónde este otro, y acordándose de las reglas que le han dado, bien va para aprender a tañer, pero es señal que aún no ha adquirido el hábito de la música, porque ése no ha menester acordarse de nada de eso para tañer bien. Y así dijo allá Aristóteles: «El que tiene adquirido perfectamente el hábito de algún arte, le es tan fácil el obrar los actos de ella, que no ha menester ponerse a pensar, ni a deliberar, cómo los ha de hacer, para hacerlos bien.» Y así vienen a decir los filósofos, que de los actos repentinos e indeliberados se conoce la virtud de uno. No se conoce la virtud en las cosas que uno hace muy de pensador sino en los actos que hace descuidadamente. 

Y aún más que esto dicen los filósofos. Plutarco, tratando cómo se conocerá cuándo uno ha alcanzado la virtud, pone doce señales, y una de ellas, que nos la dejó, dice, escrita aquel gran filósofo llamado Zenón, es por los sueños; si aun en sueños, cuando estáis durmiendo, no os vienen movimientos malos, ni imaginaciones torpes y deshonestas, o cuando os vienen, no tomáis gusto ni contentamiento ninguno en ellas, sino antes pena, y estáis resistiendo a la tentación y a la delectación entre sueños, como si estuvierais despierto, ésa es señal de estar la virtud muy arraigada en vuestra alma, y que no solamente la voluntad está sujeta a la razón, sino también la sensualidad e imaginación. Así como cuando los caballos que llevan un coche están bien domados y amaestrados en aquello, aunque el cochero que los rige afloje las riendas y se vaya durmiendo, ellos se van su camino derecho sin errar; así, dice este filósofo, los que han alcanzado perfectamente la virtud y han ya domado y sujetado del todo los afectos y apetitos brutales, aun durmiendo van su camino derecho. 

San Agustín nos enseña también esta doctrina. Tienen algunos siervos de Dios tanto amor y afición a la virtud y a la guarda de los Mandamientos de Dios y tanto aborrecimiento al vicio, y están tan hechos y acostumbrados a resistir en vela a las tentaciones, que aun en sueños también las resisten. Del Padre San Francisco Javier leemos en su Vida, que en una tentación o ilusión que tuvo durmiendo, hizo tanta fuerza para resistirla, que con la fuerza echó tres o cuatro bocanadas de sangre. De esta manera declaran algunos aquello de San Pablo (I Tesal., 5, 10): [Ora velemos, ora durmamos, vivamos juntamente con Él]: quiere decir, no sólo que viviendo y muriendo siempre vivamos con Cristo, que es la común exposición, sino que los fervorosos siervos de Dios siempre han de vivir con Cristo, no solamente velando, sino también durmiendo y soñando. 

Pasan más adelante los filósofos, y dicen que la tercera condición o señal en que se conoce cuando uno ha adquirido y alcanzado perfectamente la virtud, es cuando obra las obras de aquella virtud, con deleite y con gusto. Esta es la principal señal y en lo que consiste la perfección de la virtud. Pues si queréis ver si habéis alcanzado la perfección de la virtud de la humildad, examinaos por la regla que pusimos en el capítulo pasado; mirad si os holgáis tanto con la afrenta y deshonra, como se huelgan los mundanos con la honra y estimación. 

Fuera de ser esto menester para llegar a la perfección de cualquier virtud, hay en ello otra cosa de mucha sustancia, que es ser muy importante para durar y perseverar en ella; porque mientras no lleguemos a hacer las obras virtuosas con gusto y alegría, será cosa muy dificultosa el perseverar en la virtud. San Doroteo dice que ésta era doctrina común de aquellos Padres antiguos. Solían decir aquellos Padres antiguos, y tenían ésta por una verdad muy averiguada y cierta, que lo que no se hace con gozo y alegría, no puede durar mucho tiempo. Bien podrá ser que por alguna temporada guardéis el silencio y andéis con modestia y recogimiento; pero hasta que eso salga de lo interior del corazón y con la buena costumbre se os haga como connatural, y así lo vengáis a hacer con suavidad y gusto, no perseveraréis mucho en ello, porque será como cosa postiza y violenta y nada violento es duradero. Por esto importa mucho ejercitarnos en los actos de las virtudes, hasta que la virtud se nos vaya embebiendo y arraigando en el corazón de tal manera, que parezca que ella se cae de suyo, y que aquél es nuestro natural, y así vengamos a obrar las obras de la virtud con gusto y alegría, porque de esa manera podremos tener alguna seguridad de que duraremos y perseveraremos en ella. Esto es lo que dice el Profeta (Sal., 1, 2): Bienaventurado el varón que todo su contento y todo su gozo y regocijo es en la ley del Señor, y esos son sus deleites y entretenimientos, porque ése dará fruto de buenas obras, como árbol plantado cerca de las corrientes de las aguas. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.